DEPORTES • SUBNOTA › OPINION
› Por Pablo Vignone
Un par de años atrás, los tenistas argentinos protagonizaron una revolución epistolar cuando, por carta, solicitaron la cabeza en bandeja del capitán de Copa Davis, Gustavo Luza. Esta columna se permitió por entonces sugerir que era tiempo de “poner todo el poderío de la Asociación (Argentina de Tenis) a su servicio”, porque ésa –esta misma– es una excepcional camada de jugadores que precisaba sentirse cómoda y absolutamente protagonista.
Desde que Alberto Mancini se constituyó como reemplazante de Luza, el equipo argentino se clasificó semifinalista en dos oportunidades: el año pasado, cuando la debacle de Bratislava, y ésta, en que los australianos vendrán a Buenos Aires. Sin ánimo explícito de resultadismo, porque el capitán no juega, lo cierto es que desde su nominación no se registraron más escenas de sainete y sí algunos logros llamativos (aunque el juego no haya sido el más lucido en esta última serie en Zagreb) que ponen a la Argentina tenística otra vez en el umbral de su sueño más acariciado.
A Mancini se le reconoce el mérito de saber remendar el equipo ante sucesivos contratiempos, y de animarse a arriesgar, como cuando salió Chela a jugar el quinto punto ante los croatas en lugar de Acasuso. La historia no está escrita, aunque la Argentina sea favorita ante los australianos, y mucho menos si, en caso favorable, hay que recibir a los Estados Unidos de Blake y Roddick o, peor, retornar a Moscú para una hipotética final con los rusos de Tarpishev. Pero éste parece el camino. Aun si acaso, porque los jugadores sienten el poderío a su servicio, la relación del equipo con el afuera –según se lee desde Zagreb– no sea la óptima.
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