DEPORTES • SUBNOTA › OPINION
› Por Pablo Vignone
¿A quién le sirve un partido como el de esta tarde? Más allá del indudable negocio que hace la AFA y el eventual del Renova Group, el amistoso de esta tarde en Saint-Denis implica un riesgo para la piel del seleccionado argentino. Sin haber adquirido, todavía, una nueva identidad, tras su dolorosa salida del Mundial de Alemania, el equipo nacional sigue viéndose obligado a postergar sus urgencias futbolísticas frente a la necesidad del peculio. Que el remilgo no sea propiedad exclusiva de la Argentina (tres de los cuatro amistosos internacionales disputados ayer en Londres fueron organizados por empresas privadas del estilo del Renova Group) no torna más digerible la píldora.
Su entrenador, Alfio Basile, atraviesa esta etapa como quien cumple con seriedad pero sin entusiasmo las cláusulas del contrato: el ex DT de Boca espera poder “comenzar” su verdadero trabajo armando en Buenos Aires y con jugadores del medio local el equipo que vaya a ganar la Copa América de Venezuela, y a lo sumo utiliza estos paseos europeos para tomar contacto con algunos futbolistas de los que se desempeñan en el medio europeo que le interesan para agregarlos a ese equipo de sus sueños. Cierto desinterés en el tema de las convocatorias para este partido (como el caso Tevez o los casi 15 días que tuvo para designarle un reemplazante al lesionado Aimar, un período consumido sin novedades) abonan la presunción.
En el medio no queda más espacio que para un par de entrenamientos, una especie de “vamo’y vemo’” reducido al entusiasmo de los futbolistas –con una mención especial para los que debutan, como va a suceder con Fernando Gago– para sostener la defensa del prestigio de una de las cuatro grandes potencias del fútbol mundial. Nada menos que frente al subcampeón del mundo, el conjunto que, según Basile es “la Selección que mejor fútbol juega” en el planeta, de visitante, ante estadio lleno.
Ojo: tampoco esto significa que la Selección volvió al estado pre ‘74 cuando el equipo nacional no era prioridad ni preocupaba y los jugadores se juntaban en el avión. Treinta años después, los futbolistas al menos han aprendido a querer la camiseta, a sacrificarse para poder vestirla, a defenderla por lo que vale en términos históricos. A ellos podría serles útil una actuación valiosa en estos tiempos anestesiados.
“La Selección va a defender el prestigio del fútbol argentino en cada partido, aunque se trate de un amistoso”, enunciaba Basile como principio, en octubre de 1990, apenas asumido su primer turno como técnico del seleccionado, en una entrevista que Página/12 le hacía en el bar de Caseros y La Rioja, en Parque de los Patricios. Pasó tiempo, se jugaron demasiados partidos y, aunque el entrenador seguro no reniega de su credo (¿quién podría imaginar algo así de un devoto de los códigos del fútbol?), involuntariamente contribuye a una situación en la cual ese sacrosanto prestigio sigue en peligro de menoscabo.
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