El anuncio de Boca sobre la repatriación de Juan Román Riquelme es una buena noticia para el fútbol argentino. No sólo por el ruido que provoca en el agitado mercado de pases local con vistas a la temporada que comienza, sino porque confirma además, como un indicador de lujo, el renovado interés de los clubes por jerarquizar sus planteles.

Tanto movimiento estelar parece confirmar algo que se venía insinuando en las últimas temporadas: que el torneo de Primera División necesitaba algo del talento que se viene exportando sin tregua. Los regresos durante el 2006 de Diego Simeone a Racing (primero como jugador y luego como DT), el del Kily González a Central y el de Sebastián Verón a Estudiantes cumplieron su papel de arietes, contribuyeron a levantar el nivel del fútbol local y renovaron las esperanzas.

La contratación de Ramón Díaz por parte de San Lorenzo, el retorno del Piojo López a Racing y los arribos de Leonardo Ponzio y, muy probablemente, de Mauro Rosales a River, además de la esperanzadora llegada de Bruno Marioni a Boca, en lo que va del 2007, tienen con el arribo de Riquelme su broche dorado.

Es cierto que Riquelme no atraviesa un buen momento. Regresa “colgado” en el Villarreal por diferencias con el DT chileno Manuel Pellegrini y luego de dos grandes frustraciones, como pudieron ser la eliminación de su equipo en las semifinales de la Champions League, tras fallar un penal que les hubiera igualado la serie con Arsenal, y las posteriores críticas que cosechó durante su participación en el Mundial de Alemania, que incluso lo llevaron a renunciar a la Selección. Pero en Boca tendrá una nueva oportunidad para espantar fantasmas, para demostrar sus inmejorables condiciones y –por qué no– acallar un poco a quienes por despecho le critican hasta sus virtudes. Bienvenidas sus gambetas, sus garabatos, su rebeldía, ¡bienvenido Román!