DEPORTES • SUBNOTA › OPINION
› Por Pablo Vignone
Los Pumas tienen todo el derecho del mundo, derecho que se ganaron a los empellones y en los tanteadores, a vivir a pleno su euforia. Aunque la disfracen de “paso a paso”. Tienen todo el derecho de creer que lo que están amasando en los campos de Francia (como en el tango “Silencio”, aunque sin regarlos con sangre) se ha transformado en el tópico más seductor de los que sacuden la vida cotidiana del país. Y están en lo cierto, sin duda, si respiran ese convencimiento, porque lo que suceda simultáneamente en la Argentina no afecta esa confianza, esa sensación que los embarga y les sugiere que están escribiendo una página de la historia del deporte moderno nacional.
Es probablemente esa euforia genuina la que les hace creer, también, que el superclásico se mudó de horario porque, en palabras del entrenador Marcelo Loffreda, el rugby le ganó al fútbol. El entrenador y sus jugadores, viviendo en una nube de entusiasmo contagioso, deben estar convencidos de eso, tanto como de lo que sigue a continuación, declarado por Loffreda: “La victoria del rugby sobre el fútbol es un punto de inflexión para el deporte argentino. (...) El cambio de horario es importantísimo, no sólo para el rugby, sino para todo el deporte argentino en general (...). La gente comienza a identificarse con el equipo, pero lo más importante es el mensaje que se está dando a la gente, que no todo pasa por el fútbol”.
A 10 mil kilómetros de la Argentina, a una distancia sideral de la mecánica del negocio que expresa el fútbol argentino, Loffreda hace gala de su candidez y puede perdonárselo. Pensando en cómo jugarle a Escocia no tendría por qué acordarse de que el 27 de septiembre de 1981 un Boca-River se adelantó para las 11 de la mañana, ya que pasado el mediodía Carlos Alberto Reutemann tenía chances de consagrarse campeón mundial de Fórmula 1 en Montreal, Canadá (y no, no fue un punto de inflexión para el deporte nacional, como se sabe hoy). Y, acaso, sumergido en su biósfera de rugbier, no está obligado a suponer que el cambio de horario obedece, en realidad, a las razones más pedestres que regulan el fútbol en la era moderna. Entre un Argentina-Escocia por TV abierta y el Boca-River por TV codificada, a la misma hora, ¿con qué se habría quedado el espectador común, el aficionado llano, el simpatizante del deporte?
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