DEPORTES • SUBNOTA › OPINION
› Por Daniel Guiñazú
La polémica en torno de la Selección Argentina, después de haberse cumplido las dos primeras fechas de las Eliminatorias, ha adquirido ribetes inesperadamente virulentos. El áspero contrapunto que Alfio Basile sostuvo con Román Iucht, el enviado de Radio Continental, en la conferencia de prensa posterior al partido ante Venezuela, y los gestos y tonos de algunos debates escuchados en los medios en los últimos días, prefiguran un escenario extraño. En el ambiente futbolero flota una impresión: está todo mal, y por este camino, sólo aguarda una nueva frustración a plazo fijo. La realidad parece indicar todo lo contrario.
Analizado aun con los parámetros del más rancio resultadismo, el arranque del equipo ha sido inobjetable: dos partidos jugados, dos ganados, cuatro goles a favor, ninguno en contra. Y de los cuatro tantos, tres lo han sido con pelota detenida, la modalidad que a algunos tanto les gusta. Si, como se dice y se repite alegremente, ganar es lo único, señores, aquí no hay nada que criticar. La selección de Basile es la única que ha ganado los dos partidos con holgura, y a otra cosa.
Pero los mismos que se arrodillan en los altares del exitismo andan diciendo que, en este caso, curiosamente, ganar no sirve de nada. Les bajan el precio a las victorias: dicen que los adversarios no son calificados y que la Selección recuperará su estima sólo el día en que se les gane a los equipos del Primer Mundo (léase Brasil, Italia, Alemania, Inglaterra, Holanda, Francia y España). Llaman la atención, a esta altura, dos cosas: este súbito cambio de opinión y la violencia verbal de los cruces de uno y otro lado. Como si en el fondo se estuviera discutiendo otro tema que fuera bastante más allá de jugar o no con enganche o defender con tres o con cuatro.
Basile apuesta a ganar recurriendo al peso de las grandes individualidades, y eso parece resultarles insoportable a los que creen que nada hay más importante que el equipo y que fútbol moderno equivale a presión, velocidad, verticalidad, orden y disciplina táctica. Si sólo estas dos ideas estuvieran puestas en discusión, nada sería muy grave y el debate sano enriquecería a todos sus actores. Pero como en realidad lo que molesta es la figura del propio Basile, su estilo bohemio y nochero, en contraposición con el trabajo, la obsesión y el estar en todos los detalles que supuestamente son la marca en el orillo de los grandes técnicos, estamos como estamos. Con el gesto crispado y la crítica inflamada, mientras Basile divide su mundo entre leales y traidores y cree que cada opinión en su contra es un acto de conspiración.
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