DIALOGOS › MISHA GLENNY, PERIODISTA INGLéS DE ORIGEN RUSO, INVESTIGADOR DE LAS ORGANIZACIONES MAFIOSAS
Diversificado y adaptado a los nuevos tiempos, el crimen organizado vive momentos de gloria. Así lo cuenta este periodista, que ha investigado sus ramificaciones en todo el mundo durante años. La droga y la prostitución y los puntos de contacto con la política. Con esta investigación, Glenny ha publicado recientemente su libro McMafia.
› Por Guillermo Altares *
–Su libro acaba diciendo que estamos en la edad de oro de la mafia. ¿No cree que es una afirmación demasiado pesimista? Porque parece que la mafia siempre ha vivido en una permanente edad dorada...
–La extensión de lo que llamo la economía en la sombra, en la que las organizaciones criminales de todo el mundo tienen un papel esencial, es mucho más grande que nunca, sobre todo después de la caída del comunismo y como consecuencia de la globalización, que es la edad de oro de la mafia. Aunque el capital fluye de una forma espectacular, siguen existiendo frenos importantes, como la Política Agrícola Común, que ofrecen oportunidades para que el crimen organizado logre fabulosos beneficios. Eso coincide además con la caída del comunismo y con una gigantesca transición que no sólo afectó al este de Europa y a Asia central, sino a lugares como Sudáfrica. Y también está la emergencia de China. No siempre es posible satisfacer las aspiraciones materiales de la gente, sobre todo en los países en vías de desarrollo, a través de los métodos que legalmente permite la globalización. Un ejemplo: Albania se hundió a la vez que se hundieron los mercados del Este de Europa en los que tenía algunas exportaciones cruciales, como los cítricos. Trató entonces de vender sus naranjas y limones a Europa occidental, pero no pudo porque la Política Común protege a los cultivadores de Portugal, España, Italia y Grecia. No logró competir con estos subsidios. ¿Qué ocurrió? Que muchos de estos campesinos destruyeron sus cultivos de cítricos y plantaron cannabis a cambio, y lo venden en cantidades industriales. Y estos ejemplos se multiplican en todo el mundo. Mientras se produjo la transición, el crimen organizado trabajó rápido y con inteligencia y desarrolló un sistema global, que representa una economía alternativa.
–Uno de los aspectos más terroríficos de su libro es que, cuando se habla de mafia, uno espera encontrarse con Nápoles, Palermo, tal vez Sofía o incluso Moscú, pero no con lugares como Vancouver, Nigeria, Sudáfrica, Israel o Bombay. ¿Tanto ha cambiado el panorama?
–Israel es un ejemplo fascinante de esto. Cuando vas allí, la única cosa de la que la gente quiere hablar es del conflicto con los palestinos. Cuando expliqué que quería investigar el crimen organizado, la gente me preguntaba: ¿por qué? Es una sociedad que en los últimos diez o doce años ha sufrido una liberalización dramática, y algo tenía que estar ocurriendo. Pero cuando fui a ver a la responsable de la lucha contra el crimen organizado, fue muy franca: Israel gasta muchísimo dinero en la seguridad, pero todo se dedica al asunto palestino. Y lo que ocurre con el crimen organizado es que tiene una capacidad enorme para detectar los sitios en los que se producen las mejores oportunidades. En los años noventa, en Israel se produjo una inmigración enorme de judíos rusos, el 15 por ciento de la población, que hablan otra lengua, con valores culturales muy diferentes y con un sentido de la identidad muy superior al de los otros inmigrantes que crearon ese país. Eso produjo muchos cambios y trajo nuevos hábitos de consumo, entre otros un flujo muy importante de narcóticos. Y también el tráfico de mujeres, que es una industria horrible, pero enorme.
–Pero eso no es algo nuevo.
–El gran periodista francés de principios del siglo pasado Albert Londres relató en uno de sus libros más conocidos, El camino de Buenos Aires, la trata de blancas de Polonia a Argentina... Pero se está expandiendo cada vez más. Por ejemplo, si se mira a Londres. En el Reino Unido existe esa legislación peculiar que hace que la prostitución como tal no sea ilegal, pero sí los anuncios, al igual que tratar de captar clientes. La prostitución estaba durante largo tiempo restringida a mujeres británicas que operaban en lugares muy definidos, y no era un gran problema. Pero a principios de los noventa comenzaron a aparecer anuncios con postales en las cabinas, y, de repente, estaban en todas partes, en todas las pequeñas ciudades. Fue una invasión enorme que se produjo en todo el mundo. El uso de prostitutas por parte de los hombres en todos los países occidentales se incrementó de forma dramática. Cuando era estudiante en la universidad no podía imaginar que ninguno de nosotros fuese con prostitutas. Y ahora hay muchísimos jóvenes que se van de fin de semana sólo para hombres a un país báltico, y en el paquete está incluida la visita a un burdel. Es un fenómeno que está fuera de control.
–¿Nosotros como consumidores podemos hacer algo para luchar contra el crimen organizado, como lo que logró la campaña contra los “diamantes de sangre”?
–Sin duda, y esto está cambiando gracias al trabajo de organizaciones tanto gubernamentales como no gubernamentales. El papel de Global Witness fue fundamental en la lucha contra los diamantes de sangre: es una pequeña ONG, con sede en Londres, cuyos representantes fueron a Angola y dijeron que estaban haciendo una investigación para un documental. Demostraron los lazos entre la guerrilla de Unita y los diamantes en una investigación realmente peligrosa. Pero sabían que si conseguían que en Estados Unidos unos pocos senadores o congresistas se interesasen por el tema podrían lograr mucha publicidad. Eso se convirtió en los Protocolos de Kimberly, contra los diamantes de sangre. Incluí esta historia en el libro para demostrar que tenemos poder para hacer cosas: identificar la naturaleza precisa de los problemas que afectan a la economía en la sombra e identificar el lugar donde las economías lícita e ilícita se encuentran. Demasiadas veces en Occidente los gobiernos definen el crimen organizado como un cuerpo ajeno, exterior: los bárbaros a las puertas, que están esperando para destruir nuestra civilización e infectarnos con su maldad. Y no es así.
–Sin embargo, es cierto que, en un mundo globalizado, las mafias de Europa del Este, sobre todo búlgaras y kosovares, se han hecho muy poderosas, por ejemplo, en España...
–Esta idea de que, si mantienes a un país fuera de la UE, sus redes de crimen organizado no pueden entrar es falsa. Si perteneces al crimen organizado, siempre puedes cruzar una frontera; es la gente normal, los fontaneros, los camareros, los que son discriminados si se mantienen cerradas las fronteras. Con la caída del comunismo y el aumento de la inmigración, esto se convirtió en un claro problema. Pero no olvidemos que España ha sido un lugar de asentamiento para las mafias sobre todo por una industria determinada: la cocaína. Este desembarco se ha visto también propiciado por una de las operaciones más claras de la mafia: el chantaje a cambio de la protección, que crece al abrigo de la construcción.
–En Bulgaria o Rumania hay muchos policías españoles, británicos o alemanes que trabajan sobre el terreno, y su teoría es que, desde dentro de la UE, es mucho más fácil luchar contra la criminalidad organizada. ¿Está usted de acuerdo?
–Tienen toda la razón. La gente que en la UE quiere mantener a esos países fuera hace un regalo espectacular al crimen organizado. Tenemos que hacer que estos países entren lo antes posible. El paro es también un caldo de cultivo terrible para el crimen organizado, porque dispone de recursos humanos gigantescos para reclutar.
–¿Es ése el motivo por el que Kosovo, que cuenta con un 50 por ciento de desempleo, es considerado por algunos como una pequeña Colombia en Europa?
–No es una Colombia porque no produce cocaína, pero es un gran punto de distribución de heroína y de trata de blancas en Europa. También es un ejemplo de manual de cómo un lugar de actuación tradicional de las mafias se expande a causa de un conflicto. Hay una ciudad en el sur de Serbia, de mayoría albanesa, que es el centro de distribución de la heroína que viene desde Bulgaria, donde es introducida por mafias turcas. Y allí es vendida tanto a grupos albaneses como serbios. Una ruta pasa por Kosovo, Macedonia y entra en la UE a través de Italia, y otros cargamentos van hacia el norte, a través de Belgrado, luego Austria y Alemania. Desde 1999, con el protectorado de Naciones Unidas, el producto interior bruto de Kosovo ha ido decayendo. Además, una vez que terminó la guerra, los países de la UE devolvieron a muchos albaneses que estaban refugiados, y eso redujo el importe de las remesas. La combinación de una economía que decrece y de un paro galopante, más las mujeres y la heroína, sólo puede convertir a Kosovo en un Estado mafioso. Se ha trabajado muy poco en un asunto esencial: cómo funciona este Estado. Ahora mismo hay cinco autoridades a la vez, y ninguna sabe lo que hace la otra. Lo único que funciona en medio de estas situaciones caóticas es la mafia.
–El juez italiano Giovanni Falcone, antes de ser asesinado cerca de Palermo en 1992, escribió que había contraído una deuda con la mafia que sólo se pagaría con su muerte. ¿Ha conocido, a lo largo de sus investigaciones, a mucha gente con ese tipo de deudas?
–Sí, mucha gente. Uno de los personajes más extraordinarios que he conocido es Walter Maierovitch, el magistrado brasileño que trabajó con Falcone, y que fundó en San Pablo un instituto dedicado al juez italiano que investiga el crimen organizado. Son personas con las que estableces lazos muy profundos, y eso es lo que me ocurrió con Maierovitch. Trabajó con Falcone en el caso Buscetta (un mafioso que en los años ochenta rompió la ley del silencio y se convirtió en un “pentito”, en un arrepentido), un momento clave en la lucha contra la mafia. Era fascinante hablar con él sobre Falcone y su determinación. Todos los que se dedican a esto son plenamente conscientes de que están arriesgando la vida, de que pueden ser asesinados en cualquier momento; pero han tomado la decisión moral de que tienen que seguir adelante. También quise hablar con los propios mafiosos, y lo conseguí en algunas áreas. Y no siempre representan el mal absoluto, porque proporcionan empleos en zonas donde nadie más está presente y dan servicios a la comunidad. Y creo que están haciendo un buen trabajo.
–¿Es su teoría del buen gangster?
–Sí, son personas que en tiempos de cambios revolucionarios proveen empleos y consiguen que los servicios funcionen. Aunque está integrada por tipos bastante siniestros, la mafia rusa entró, en sus orígenes, en esta categoría. Fueron las personas que manejaron la transición al capitalismo, porque el Estado era sencillamente incapaz de hacerlo. Y eso ocurrió en muchos otros lugares de Europa del Este. La ausencia del Estado permitió en Rusia el robo masivo de los inmensos recursos naturales del país. El problema que se produce cuando la mafia se convierte en reguladora del mercado es que no hay ningún tipo de responsabilidad democrática, ni de transparencia. El dinero se queda en la parte alta de la organización, aunque hay gente que la respeta porque consigue empleo.
–Siempre se ha dicho que la principal diferencia entre la Mafia y la Camorra es que la organización siciliana, al tener una cúpula estructurada, es mucho más discreta en los últimos años que la organización napolitana, que vive en medio del caos con familias enfrentadas... ¿Las cosas son mucho más peligrosas cuando no hay un jefe claro?
–Lo que ocurrió al principio de los noventa es que se produjo un cambio en la forma en que el crimen organizado se entendía a sí mismo y sus negocios. Las estructuras tradicionales de la Mafia de Nueva York y de Sicilia eran antiguas y muy poco eficientes. Lo que la gente comenzó a entender es que conceptos como la familia o la lealtad son valiosos hasta cierto punto, pero los intereses económicos son más importantes. Estados Unidos introdujo una legislación en los setenta, aunque no se comenzó a aplicar hasta los ochenta, que ha sido el arma más eficaz contra el crimen organizado: RICO. A causa de las estructuras familiares es mucho más fácil utilizar RICO porque es una ley que permite procesar a alguien sólo por pertenecer a un grupo criminal, sin necesidad de haber cometido ningún delito concreto. Otras estructuras mafiosas se mostraron mucho más descentralizadas, como la Camorra o la Ndrangheta. Y es un fenómeno más acentuado en las mafias colombianas o rusas, que están preparadas para que les corten la cabeza, para que el capo sea detenido, y que el cuerpo pueda seguir funcionando. Cuando el cartel de Cali fue descabezado en los años noventa no pasó nada con el precio de la coca en Nueva York. Aplicar la ley es muy difícil porque las estructuras mafiosas han aprendido de sus debilidades del pasado.
–¿Cuál fue el momento en que pasó más miedo investigando el libro?
–Fue antes de ir a Colombia, que era un país que no conocía. Tanto en Bogotá como en el norte o el sur, todo el mundo que conoces ha sufrido algún tipo de tragedia personal. Pero luego no ocurrió nada concreto. Ir a Odesa, en Ucrania, a entrevistar a un gangster también fue bastante aterrador, y en general en Rusia, donde el Estado está volviendo con fuerza. Sientes, como en la época de la URSS, que sólo eres un ser humano y que el Estado ruso no se lo piensa dos veces si te interpones en su camino. Visité también áreas con índices altísimos de criminalidad; pero si tienes cuidado, y si cuando te encuentras con gangsters lo has organizado bien y siempre eres claro, es relativamente seguro. Pasé por situaciones mucho más peligrosas durante las guerras en la antigua Yugoslavia o en Sarajevo, donde te disparaban y bombardeaban constantemente. El único lugar donde me sentí totalmente seguro es en Japón con los yakuza, porque sientes que todo está muy estructurado.
–La impresión que uno saca de su libro es que la mafia es menos salvaje de lo que pensamos, que en general sólo recurre al asesinato como última instancia. ¿Es eso cierto?
–Para tratar de entender el crimen organizado hay que analizar cuáles son sus negocios, en qué están metidos. Los yakuza lo entendieron perfectamente porque para ellos la guerra de principios de los años noventa fue un desastre: no sólo porque perdieron su personal, sino porque se arruinaron en muchos negocios. En Los Soprano, el personaje de Tony contiene mucha sabiduría sobre el crimen organizado, y él siempre comprende esto. Los tipos que lo rodean o la panda de Brooklyn, no; pero él, sí: “Evita meterte en una guerra porque tu gente morirá y es tu recurso más importante”. Si empiezas una guerra, te atraerás la atención de los medios de comunicación y de la policía, que se verá obligada a actuar para parar la violencia. Desde los noventa, los yakuza siempre han tratado de evitar la violencia, pero sí han proyectado una imagen creíble de que serían capaces de utilizarla. Tienen que dejar claro que, si cruzas una línea, te aniquilarán.
–¿Y qué dijo su familia cuando les anunció que, una vez que las guerras balcánicas habían terminado, iba a dedicarse a la mafia?
–La verdad es que no les hizo mucha gracia... No les gusta que viaje tanto, pero sí les interesan los libros. Mi hija de 13 años, que acababa de hacer un proyecto sobre Afganistán en la escuela, me pidió que no fuese, estaba aterrorizada. Trato de tranquilizarlas lo más posible. Pero el libro todavía no ha sido publicado, no sé cómo reaccionará la gente que aparece en él.
–La guerra contra los narcóticos en Afganistán parece casi imposible de ganar. ¿Representaría la legalización de las drogas un gran golpe para las mafias?
–Los talibán van a ganar esa guerra, estoy seguro. La guerra contra las drogas es lo que llamo “el traje nuevo del emperador”. El emperador está desnudo, pero nadie se atreve a decirlo; es una lucha que empezó en los años veinte o, en su forma moderna, con la presidencia de Reagan. La guerra contra las drogas garantiza al crimen organizado unos recursos económicos gigantescos en todo el mundo. Hablé con varios grandes exportadores de marihuana en Canadá y todos estaban contra la legalización porque viven muy bien gracias a la prohibición. Los criminales están totalmente de acuerdo con los tipos en Washington que quieren mantener las políticas actuales. En Afganistán y en Colombia significa los talibán y la guerrilla de las FARC, que no serían capaces de mantenerse sin la industria del opio y la cocaína. Y estamos perdiendo la guerra en Afganistán a causa de esa inútil guerra contra la droga. Hay que elegir: ¿queremos vencer a Al Qaida o no? Si queremos derrotar a esa organización, tenemos que redefinir la política sobre las drogas. No significa una legalización total inmediata, se pueden dar pasos intermedios, pero a largo plazo es una locura. Cuando hablo con políticos sobre esto, lo fascinante es que, en privado, te dicen que tienen que dar este paso: y me refiero a policías, políticos y altos funcionarios con mucha experiencia. Todos confiesan en privado que hay que hacer algo, pero en público todo el mundo tiene demasiado miedo para reconocerlo.
–¿La guerra de Bush contra el terrorismo ha sido buena, mala o indiferente en la lucha contra el crimen organizado global?
–En 1995, el presidente Bill Clinton dio un discurso en Naciones Unidas en el que trazó una equivalencia entre la lucha contra la mafia y contra el terrorismo. Fue él quien acuñó la frase del “lado oscuro de la globalización”. Cuando llegó Bush al poder desmanteló las estructuras de lucha contra el lavado de dinero que Clinton había organizado porque estaba convencido de que dañaban la competitividad de los bancos estadounidenses. Esa es una de las claves, porque si llegas a su dinero es cuando realmente les haces daño. El crimen organizado comenzó a hacer más dinero que nunca. Después del 11-S, los servicios de seguridad de Estados Unidos no sabían dónde encontrar el dinero precisamente porque esas estructuras habían sido desmanteladas. La gran diferencia no está en los métodos, sino en que organizaciones como Al Qaida tienen objetivos mucho más políticos, como acabar con la civilización occidental, y el crimen organizado no: quieren el dinero, la diversión, los Ferrari, las cosas materiales.
–Supongo que habrá grandes zonas de sombra en las que Al Qaida y el crimen organizado coinciden para financiarse.
–Sí. En la triple frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina sabemos que Al Qaida está presente, al igual que en el negocio de los diamantes de sangre. Lo que los conecta es la economía en la sombra. Puedes perseguir a Osama Bin Laden en las montañas entre Pakistán y Afganistán, pero mientras no combatas sus medios de financiamiento, no vas a acabar con Al Qaida. Tienes que ir a las fuentes del problema, que están en la economía en la sombra y no en esa estrategia ridícula de Bush y Blair, basada en grandes medios militares preparados para invadir países.
–Ha citado a Los Soprano. ¿No cree que series como ésta pueden haber trivializado la imagen que tenemos de la mafia?
–En absoluto. Hay dos series alucinantes que creo que retratan la mafia de forma totalmente realista: Los Soprano y The Wire. Son retratos maravillosos y han hecho más para comprender el crimen organizado que cualquier otra cosa, ya sea en televisión, en libros, en campañas policiales... Olvídate de todo: si quieres entender cuáles son los motivos del crimen organizado, sus formas de actuación, tienes que ver estas series, porque te muestran cómo actúan, cómo buscan sus oportunidades de negocio, y muestran a los mafiosos como actores racionales.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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