Lun 06.09.2010

DIALOGOS  › EL INVESTIGADOR BRASILEñO DENIS DE MORAES ANALIZA LOS CAMBIOS COMUNICACIONALES EN LA REGIóN

“En Latinoamérica, otra comunicación es posible”

Estudioso de las transformaciones comunicacionales y culturales de la era digital, Denis de Moraes advierte que la tecnología permite mayor circulación de voces pero al mismo tiempo refuerza las desigualdades. Aquí, analiza los cambios en marcha en la región, elogia el proceso argentino y remarca el papel de los Estados (y sus dificultades) en la tarea de limitar la concentración de medios e industrias culturales.

› Por Natalia Aruguete

–¿Cómo impacta el avance tecnológico en los sectores comunicacional y cultural?

–El cambio digital ha permitido la confluencia de todos los lenguajes, los usos y las expresiones, así como la fusión de datos, sonidos e imágenes en un lenguaje digital único. Este impacto no cesa de manifestarse en todas las áreas de la sociedad y en todos los campos del conocimiento. Vivimos un tiempo en que la estética, la educación, el mercado y los campos científico, cultural, político, monetario y social están bajo una influencia completamente desproporcionada de las tecnologías. Los beneficios son, a mi juicio, indiscutibles: permiten más contacto, más intercambio, más avances científicos, más expresiones culturales y estéticas de una forma sin precedentes. Pero hay, además, una colección de problemas.

–¿Cómo cuáles?

–Se mantiene un abismo entre conectados y desconectados. La sociedad continúa siendo extremadamente desigual, injusta. Las diferencias en el usufructo tecnológico acentúan las diferencias entre las clases, los grupos, las comunidades. Y eso tiene que ver con la hegemonía.

–¿Qué factores deben acompañar a la expansión de la digitalización para revertir este escenario desigual, teniendo en cuenta que la tecnología no puede hacerlo por sí sola?

–El capitalismo es una fábrica de desigualdades, no promueve una distribución de ventajas y beneficios de manera igualitaria. El propio modo de producción es por definición un modo de diferencias, de desigualdades, de oportunidades totalmente apartadas de la armonía de las clases, de los grupos, de las personas. Bajo la influencia de la ideología del modo de producción capitalista es muy difícil que la tecnología se encamine hacia una coyuntura que facilite y estimule una división más igualitaria de los beneficios y las posibilidades de las tecnologías. No podemos dejar de considerar que hay una multiplicación de posibilidades de usos y usufructos de las tecnologías. Pero la expansión del consumo de las tecnologías se hace bajo el signo de las desigualdades, porque si bien se está ampliando el mercado tecnológico básico comunicacional, se da de una manera estratificada.

–¿En qué se manifiesta concretamente esa expansión “injusta”?

–Mucha gente está utilizando computadoras: en las escuelas primarias y secundarias, en las empresas, en las organizaciones no gubernamentales. Hay una expansión de la base de consumo y de las posibilidades de uso. Pero esa expansión se desarrolla de una manera desigual, porque hay un tipo de tecnología para los pobres y un tipo de tecnología para los ricos.

–En un escenario de alta concentración económica como el actual, ¿cuál debería ser el rol del Estado y qué tipo de valoración se debe hacer de la política para que la expansión tecnológica no contribuya a una apropiación desigual?

–El papel del Estado es fundamental, no lo digo solamente como una constatación teórica. He viajado por América latina con frecuencia, incluso publiqué en Brasil un libro llamado La batalla de los medios, un trabajo de investigación sobre las nuevas políticas de comunicación de los gobiernos progresistas latinoamericanos. Incluye al gobierno de Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez y Pepe Mujica en Uruguay, Michelle Bachelet en Chile, Daniel Ortega en Nicaragua y –con algunas dudas– el presidente Lula en Brasil. En la mayoría de los países, los gobiernos son conscientes de la necesidad de desarrollar políticas de comunicación electrónicas para valorizar el paradigma de las redes. El Estado tiene que hacer inversiones –cada vez mayores, a mi juicio– en el desarrollo de la informática ciudadana, que tenga como punto de partida el fortalecimiento de las redes sin finalidades lucrativas. La mayoría de los presidentes progresistas de Latinoamérica tiene conciencia de la necesidad urgente de inversiones públicas en tecnologías direccionadas hacia el medio social, para fomentar las formas de comunicación y expresión cultural por fuera de la lógica hegemónica de las industrias culturales. Me parece que el papel del Estado no debe anular la iniciativa privada, no se trata de instituir dictaduras estatales que impidan la existencia de otras visiones de mundo.

–¿Por qué hace esa aclaración?

–Cuando defendemos el pluralismo, tiene que valer para ambos lados. El otro mundo y la otra comunicación que deseo vivir incluye otras miradas sobre la vida social, cultural, económica y política. El problema es que la dramática concentración de los medios y las industrias culturales constituye un obstáculo, una barrera para la emergencia de otras voces en la arena social.

–¿Existe algún uso de la tecnología que no esté subordinado a la lógica mercantil, por parte de actores no ligados al mercado?

–Este es un punto que me moviliza. Se está ampliando el uso alternativo y contrahegemónico y, por lo tanto, social, comunitario, cooperativo y colaborativo. Lo podemos observar en las formas de apropiación de las tecnologías digitales por parte de los movimientos sociales, la prensa alternativa y las redes que se constituyen por fuera de la lógica comercial de los medios, de las formas de control ideológico y cultural de las industrias culturales. Claro que esta utilización no tiene un carácter de masa ni una penetración armónica y amplia en todas las clases, sociedades, países y pueblos. Pero eso no debe desviarnos hacia una forma de pensamiento dogmático que deje de reconocer que hay posibilidades imprevistas. Una de las consecuencias más positivas y estimulantes de este proceso de apropiación es que se incrementa la cooperación entre colectivos de periodistas, artistas plásticos, estudiantes de diversos grados, grupos de obreros o desempleados, que utilizan, sobre todo, Internet como centro gravitacional de sus manifestaciones y relaciones.

–En este escenario mercantil que usted describe, ¿qué capacidad de aprovechamiento de esta herramienta tienen los medios alternativos?

–Progresivamente se está construyendo un tipo de comunicación alternativa, más aguerrida, combativa y estimulante que la de décadas pasadas. Los periódicos alternativos enfrentaron siempre una dificultad con los costos del papel, de impresión, de distribución. En cambio, con las nuevas formas de comunicación electrónica, sobre todo el ecosistema de Internet, no dependen más de eso. Con las nuevas formas de expresión de comunicación, de interacción y participación colectiva, se produjo una especie de quiebra en la relación con los usuarios, con los consumidores, con los ciudadanos. Esas nuevas formas están en proceso de formación, discusión y experimentación. Es un proceso que está ocurriendo fuera del campo de visión de cada uno de nosotros.

–En su libro Mutaciones de lo visible, usted mencionaba que hay que “ganar la batalla de los flujos informativos”. ¿Cree que estas posibilidades para la producción y circulación de contenidos alternativos se ven desde el discurso hegemónico en términos de amenaza?

–No creo que la palabra correcta sea amenaza, pero hay una preocupación creciente en los grandes medios. No me parece que sea una amenaza peligrosa, en el sentido de que pueda acontecer algo que cambie todo, porque la lógica mercantil de las industrias culturales tiene una fuerza de sustentación muy grande. El control de las actividades culturales y comunicacionales por parte de las grandes empresas no me parece que vaya a ser avasallado por la comunicación digital contrahegemónica, alternativa, comunitaria. Pero sí me parece que existe la posibilidad de un crecimiento de estas nuevas formas de expresión, interacción e intercambios, que van a convivir con la hegemonía de los medios. Eso me parece una gran novedad. En décadas pasadas, la comunicación alternativa –no digital sino impresa– era un tipo de comunicación sedimentada, dirigida a militantes, a personas con mayor conciencia, a grupos organizados. Se abren posibilidades para prácticamente todos los sectores de la vida social, incluyendo otras formas de organización, participación y construcción.

–Sin embargo, las industrias culturales siguen fijando la agenda de temas, instalando las principales preocupaciones de la sociedad.

–Claro que siguen marcando, por eso no me parece que la palabra correcta sea amenaza.

–Sin embargo, usted hablaba de convivencia. ¿Cree que tal convivencia pueda tener algún tipo de impacto en la agenda pública?

–Creo que es una expectativa perturbadora, porque, por un lado, hay una serie de evidencias de mayor intercambio, mayor contacto, más expresión y más civilización. Pero es temprano para evaluar si esas nuevas expresiones van a canalizarse en ideas y prácticas más activas. Hay una diferencia entre sociabilidad en red y participación social y política en red. Necesitamos tener una percepción muy clara de que no todas las expresiones de sociabilidad en red son manifestaciones activas de la ciudadanía. Hay grupos políticos, sociales y comunitarios muy organizados y movilizados, que utilizan las tecnologías digitales y, en especial, de las redes con la finalidad de reivindicar el cambio social, la lucha política abierta. Mi preocupación es si la sociabilidad en red va a evolucionar hacia nuevas formas de conciencia sobre lo social, lo político, lo cultural, lo comunitario.

–¿A partir de qué le surge esa preocupación?

–Creo que la forma de organización de la sociabilidad en red se encamina hacia una dirección más relacionada con las cuestiones existenciales o espirituales, que hacia el campo de la expresiones políticas y sociales más organizadas y combativas. Me parece muy interesante que se amplíen los canales de sociabilidad, de intercambio de los afectos, de las manifestaciones espirituales y religiosas en red. Pero otra cosa es reconocer la expresión de los afectos, de las creencias religiosas y de aspiraciones existenciales como la única forma de usufructo de las tecnologías.

–Usted mencionó el caso de otros países de América latina, ¿cómo ve lo que está sucediendo en la Argentina en relación con el sector comunicacional?

–Creo que la nueva Ley de Servicios Audiovisuales de Argentina debe ser un orgullo para todos los argentinos y para todos los latinoamericanos. Esta legislación –yo conozco todas las que están en vigencia en Latinoamérica– es la más avanzada del continente. Tiene una noción muy clara de los tres sectores que deben actuar en el campo de los sistemas de comunicación: el campo público, el campo privado comercial y el campo social. Este equilibrio entre los tres sectores es una cosa revolucionaria, porque siempre los sistemas de comunicación –no sólo de Argentina, sino de todos los países latinoamericanos– se caracterizaron por un desequilibrio brutal que ha favorecido históricamente el sector comercial de los medios. Es un avance con consecuencias de largo plazo.

–¿De qué modo impactará la nueva legislación?

–Será una comunicación más plural, más compleja, más participativa. Con la posibilidad de expresión de varias voces al mismo tiempo. Los diferentes sectores sociales pueden manifestarse de una manera mucho más rica y estimulante y me parece que la interferencia del poder estatal es fundamental para reequilibrar los marcos regulatorios de los medios de concesión pública. Mira, las licencias de radio y televisión pertenecen a la sociedad, a los pueblos y no a las empresas de comunicación, que son concesionarias temporales. Los canales no pertenecen al Grupo Clarín, O’Globo, El Mercurio y demás grupos de comunicación latinoamericanos, generalmente bajo el control de familias que se reproducen en el comando de los medios, de generación en generación.

–Un aspecto clave de la ley que está en debate en Argentina es el no reconocimiento de los derechos adquiridos. ¿Hasta qué punto debe avanzar la regulación política en un escenario como el argentino para lograr una real desconcentración del sector?

–Las presiones sobre la ley de medios argentina son similares a las presiones que hay en Venezuela, Bolivia y Ecuador. En todas partes, los grupos mediáticos están desarrollando violentas campañas en contra de las transformaciones, de los cambios en los marcos legales y en las leyes, es decir, de las normas que regulan la radiodifusión. Las licencias de radio y televisión son “las joyas de la corona” de los grupos mediáticos. Entonces esas campañas tienen como centro de su argumentación el hecho de que la libertad de expresión está siendo agredida, violentada, por las nuevas regulaciones. Es un argumento falso que oculta lo que siempre ha sido ocultado por los grupos de medios. Los grupos de medios latinoamericanos se consideran fuera de cualquier tipo de control, sobre todo, del control público democrático.

–¿Por qué cree que se instaló ese imaginario de la libertad de expresión, en América latina?

–Tiene que ver con la idea mistificadora de que los medios representan la voluntad general y, por lo tanto, son la esfera que tiene condiciones de producir una especie de síntesis de las aspiraciones sociales y colectivas. Entonces, si tienen calificación para ser la esfera de síntesis de lo social, no hay necesidad de ninguna sumisión a reglamentos, normas, leyes. Porque son una instancia que tiene relación directa con el pueblo, con los deseos de las sociedades. Claro que todo eso es una estrategia argumentativa para ocultar las formas de dominio y hegemonía en la formación de mentalidades y del imaginario social.

–¿Qué balance hace de lo que se está produciendo en la región en materia de comunicación?

–Creo que este proceso de cambios en la comunicación latinoamericana, bajo la iniciativa oportuna de los gobiernos, es un proceso que pone a la comunicación en el centro del campo de batallas por la hegemonía cultural y política. En ese campo de batalla, los dos lados tienen conciencia de que no se puede dejar de lado las luchas por el control de la opinión pública y del imaginario social. Este proceso de acciones en cadena, que se extienden desde Caracas a Buenos Aires, es un proceso articulado, muy bien pensado, muy competente desde el punto de vista de las articulaciones discursivas y que tiene una diferencia crucial en relación con el campo del Estado y de la sociedad civil.

–¿En qué sentido se da esa diferencia?

–Estos grupos tienen los canales de convencimiento que son los diarios, las radios, las televisoras y los Estados no, con alguna excepción, como el caso de Venezuela que tiene cuatro redes estatales de televisión. Si los Estados y las organizaciones sociales no tienen esta potencia de persuasión, de conquista de los corazones y la mente del público es un proceso muy desequilibrado de formación de opinión pública –a mi juicio– sumamente perverso.

–¿Por qué?

–Porque el ideal que todos nosotros defendemos de la libertad de expresión debe ser una libertad generalizada, no puede concentrarse en pocas manos que definan qué es y qué no es libertad de expresión. Si el gobierno del presidente Chávez tiene errores, tiene excesos, bien, vamos a presionar sobre las medidas del presidente Chávez, él no es Dios. Pero los cambios profundos de la comunicación venezolana bajo los diez años del gobierno de Chávez son significativos.

–¿Puede mencionar alguno de esos cambios?

–En el canal educativo y cultural Vive TV, creado por el presidente Chávez en el 2003, todas las agendas informativas de las programaciones culturales son definidas en asambleas barriales por la gente. Los ejecutivos, los directores, los periodistas, el grupo dirigente de Vive TV, va a los barrios solamente para coordinar, organizar las asambleas barriales en que las comunidades indican cuáles son los problemas, los énfasis informativas, qué tipo de programación cultural las personas desean. En Argentina, otro motivo de orgullo para la sociedad latinoamericana es el canal Encuentro, una experiencia fabulosa de cambio de las lógicas informativas, culturales y científicas. Con esto se modificó la concepción de un canal educativo, cultural y científico. Hasta el momento, sólo hay algunas inserciones de la programación de Encuentro en la televisión pública, en el Canal 7, ya que la mayoría del público sólo accede a Encuentro en los paquetes de TV paga. Estoy mencionando dos experiencias de canales educativos, culturales y científicos, creados por gobiernos progresistas, que cambiaron la lógica perversa de la mercantilización de la información y de los bienes culturales.

–¿Participa de algún proyecto comunicacional, además de su trabajo académico en la materia?

–Después de viajar por Latinoamérica, hoy estoy coordinando otro proyecto latinoamericano de comunicación contrahegemónico y alternativo. Creo que la palabra esperanza no es una cosa inútil, es una palabra de movilización, de llamado, porque hay cosas concretas que se están construyendo en distintos países de Latinoamérica, en direcciones totalmente diferentes del escenario mediático y cultural que predomina. En varios lugares de Latinoamérica, otra comunicación es posible. Esta es una palabra en construcción, no solamente que figure en un papel, en las banderas políticas y retóricas. Vive TV o Encuentro tienen a las tecnologías digitales como sus insumos, recursos indispensables. Es necesario un pensamiento dialéctico entre los problemas, los bloqueos, las desigualdades y las injusticias de usos y accesos a lo tecnológico. Al mismo tiempo hay necesidad de una evaluación muy sensible de las posibilidades y apropiaciones, de los usos ciudadanos y culturales, sin una finalidad mercantil, como sucede hoy en nuestro continente. Creo que la síntesis de esa dialéctica es la palabra esperanza.

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