DIALOGOS › GALO MORA WITT, SECRETARIO EJECUTIVO DEL PARTIDO OFICIALISTA DE ECUADOR
Es músico y fue el funcionario que más tiempo acompañó al presidente Rafael Correa. Ahora es el secretario ejecutivo de Alianza País. Desde ese lugar, Galo Mora Witt analiza las políticas de su gobierno y el nuevo contexto latinoamericano, la Unasur y la flamante Celac. La relación con la prensa y la urgencia de la comunicación popular.
› Por Mercedes López San Miguel y Natalia Aruguete
¿Qué cambió a partir del intento de golpe de Estado contra el presidente Rafael Correa el 30 de septiembre de 2010?
–La amenaza está latente. Es una espada de Damocles que baila sobre la democracia. Lo que hicimos fue fortalecernos en la voluntad del pueblo ecuatoriano. Fueron tres los factores que impidieron el golpe: la respuesta de la gente, el comunicado de las fuerzas armadas respaldando a Correa y la reunión de los presidentes de América latina aquí, en Buenos Aires. Todo aquello confluyó. Quizá hay un cuarto factor: el secuestro del presidente evitó la caída. A partir de allí nos afianzamos en la radicalización el proceso, para erradicar la pobreza extrema y fortalecer las instituciones.
–El Informe Regional sobre Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe (ONU) destacó el año pasado la alta desigualdad que había en Ecuador, ¿cuál es el desafío del gobierno de Correa en esa terreno?
–Alejar al pueblo de la pobreza es la mayor lucha de una izquierda renovada, nunca hay que olvidar, por el fragor del debate doctrinario, que la razón fundamental está allí: la miseria no puede existir junto a la ostentación. Hemos bajado diez por ciento la pobreza total en las comunidades indígenas. Esa es una cifra inmensa para nosotros. Son las comunidades más ultrajadas por todos los síntomas del racismo y de la explotación. Logramos un tema que es muy complejo: bajar de dos cifras el desempleo, cuando España tiene zonas en las que el nivel de desocupación llega al 40 por ciento y en Estados Unidos el 15 por ciento. Entonces la ciudadanización de la política está en la fuerza colectiva; de lo contrario seguirá habiendo un espíritu corporativo entre las élites de cada sociedad.
–¿Cómo interpreta que una potencia mundial como Estados Unidos no logre salir de la crisis económica?
–Es paradójico que el multimillonario Warren Buffet le pida a (Barack) Obama que le cobre más impuestos. El gobierno de (George) Bush exceptuó del pago de impuestos a los más ricos acentuando la contradicción. Ante esa alerta, hay una respuesta. No es una iniciativa del gobierno de Obama. Enhorabuena existen metáforas históricas como ésta. Aquí se necesita justicia, y la justicia no puede estar diversificando su voluntad: para unos sí, para otros no. Estados Unidos vive una crisis que nos quiere hacer pagar como la antigua: que los que no tenemos la culpa paguemos las crisis a los que las provocan. Afortunadamente, América latina tiene una posición absolutamente distinta. Bolivia, Ecuador y Perú, por sus políticas anticíclicas soportaron mejor la crisis de 2009, como lo señaló el Banco Mundial. Mientras que Perú tenía un gobierno de otra orientación ideológica.
–En el terreno comunicacional, ¿cómo define la relación entre el gobierno de Rafael Correa y los medios?
–Es muy compleja, hay que admitirlo. Hace poco, la Justicia ratificó la condena contra el diario El Universo (de Guayaquil), el director y el editorialista (Emilio Palacio) que causó esta crisis. Palacio está en Miami y se considera un exiliado, para nosotros es un prófugo porque la irresponsabilidad no puede acompañar el supuesto libre albedrío de la profesión periodística sin información veraz y verificada; sin responsabilidad ulterior no se puede hablar.
–¿No es excesivo que por la publicación de ese artículo deban ir a prisión o pagar una multa tan alta?
–El presidente Correa les dijo que tuvieron seis meses y que el tiempo de la caballerosidad ya pasó para publicar una disculpa. Correa planteó que con una disculpa se acababa todo, no había ni prisión ni multa. En el origen es una injuria que pretende llevar a Correa a una Corte internacional que lo juzgue por “ordenar disparar contra un hospital lleno de civiles”. El presidente pidió que se rectifique la información y el columnista Emilio Palacio no lo hizo. Fue una injuria vergonzosa.
–Se les aplicó una multa de 40 millones de dólares.
–Vean cómo reaccionan los directivos del medio: soterráneamente envían mensajes de que quieren disculparse; por arriba, vociferan. ¿Dónde está la doble moral, en nosotros o en ellos? Creo que aquello de que las noticias sean veraces y justificadas, que consta en la Constitución, debe ser parte de todos los días. No se pueden lanzar injurias sin que nadie sea responsable. Las víctimas de esos ultrajes son seres humanos.
–¿Qué avances hubo a partir de la sanción de la ley de medios?
–Esa es otra muestra de la inutilidad de tanto esfuerzo. Desde que se aprobó, van dos años que reposa la ley de Comunicación bajo los intereses supuestos de asambleístas que deciden si hay quórum o no. Hoy estamos en el camino final porque el 7 de mayo el pueblo aprobó en una consulta tener una ley de comunicación y aprobó temas esenciales como que la banca no puede financiar a los medios. La prensa es el gran combatiente porque la derecha no tiene voz.
–Visto desde el recambio que hubo en los gobiernos de la región desde comienzos de este siglo, ¿cuáles deberían ser los rasgos de la nueva izquierda?
–Hemos planteado algunas diferencias con lo que se conoció como socialismo real, que en realidad creo que era irreal, se lo conoció también como socialismo del Este. Y muchos articulistas, editorialistas, escritores hablaron del fracaso del comunismo, incluso, con un absoluto desconocimiento histórico. Ni las comunidades primitivas ni el cristianismo, y mucho menos los gobiernos a los que hice referencia, pueden ser llamados comunismo porque ése es un estado absolutamente avanzado de la sociedad al que ninguno ha llegado. Por otro lado, creo que la izquierda, para poder sintonizar con el siglo XXI y aproximarse a los grandes avances de la humanidad, debe entender que su pensamiento no puede ser estático, tiene que volver a la dialéctica, pero no la dialéctica que la adormeció por su mala interpretación.
–¿Qué es lo que ha interpretado mal?
–Ha hecho una reducción de la idea de tesis, antítesis y síntesis, e ignoró que probablemente la síntesis podía ser menos trascendente que la tesis. Es decir que no hay resultados de consecuencia lógica en las historias porque la historia no es matemática.
–¿Cómo concibe la historia?
–La historia tiene demandas situacionales, históricas y temporales que las corrientes revolucionarias deben observar en profundidad y entender que lo que se está construyendo se construye con el aval de la gente.
–¿Cuáles cree que son las nuevas demandas situacionales?
–Voy a citar un tema que aparecía permanentemente en los discursos: la dictadura del proletariado. Sin responsabilidad se la repetía en países donde no había fase industrial, no había obrero industrial que es el que puede estar capacitado para entender ese proceso. Creo que ahí había un error de concepto y de eco, en el sentido de generar una mímesis de lo que había ocurrido en algún sitio. Si las revoluciones no son exportables, mucho menos se pueden exportar demandas que son características identificadas con determinado tiempo, con determinada sociedad y ciudadanía. Precisamente ese último término nos lleva a proponer una radicalización en el proceso de ciudadanización de la política donde los ejes no estén determinados por cúpulas, sino que sea la ciudadanía la que marque el destino, independientemente de que su ejercicio no esté ligado al poder, porque no es posible que toda la ciudadanía sea parte del Ejecutivo o el Legislativo.
–¿Cómo concretarían, entonces, esa ciudadanización?
–A través de sus demandas. Es decir, someter los criterios de la teoría y la doctrina a su voluntad, no a la voluntad de quienes ejercen el liderazgo.
–¿Qué mecanismos propone para ello?
–Hacer referéndum cuántas veces sea necesario. Yo he vivido en Suiza, aunque no voy a pregonar sobre el Estado suizo, pero la Confederación Helvética y los cantones realizan referéndum todas las semanas para decidir, incluso, presupuestos. Hay municipios volcados a la votación popular. Si la infraestructura básica se necesita para hospitales, escuelas, carreteras es el pueblo el que lo debe decidir.
–¿A qué otros mecanismos puede recurrir la ciudadanía para profundizar el proceso de politización?
–¿Por qué no confía en la política? Porque se sintió usurpada, usada y usufructuada en tantas ocasiones en las que los políticos la visitaban para ofrecerles algo y no volver nunca más. Creo que esas falacias fueron destruyendo la fe y la confianza. Ahora, recuperarlas deben ser metas fundamentales.
–¿De qué forma?
–Logrando alternativas al ejercicio del gobierno en la voluntad política de autoorganizarse, superando las taras del clientelismo y el asistencialismo. Pero para ello es necesario que se garantice que una población que puede volver al espíritu humanista y solidario no sea usufructuada, que los primeros grandes beneficios de las sociedades contemporáneas sean para ellos.
–¿Por ejemplo?
–Yanacocha es uno de los ejemplos vivos de la administración del presidente Rafael Correa. Por decreto específico –y ahora por ley nacional–, los primeros beneficiarios de la explotación petrolera son las comunidades donde está el petróleo, mientras que durante cuarenta años se habían llevado el petróleo y habían dejado la basura. Por eso, la Constitución ecuatoriana es la primera en el universo que no es constitución de derecho, sino de derechos, fundamentalmente, derechos a la natura. Doy otro ejemplo: el parque nacional Yasuni tiene garantías, en una franja del mismo que es pequeña afortunadamente, hay una gran cantidad de petróleo dormido bajo suelo. Ese petróleo le pertenece al Estado ecuatoriano y al pueblo ecuatoriano y ha sido la protesta más radical en términos de no emisión de carbono hacia la atmósfera en dar un paso hacia una nueva generación, ya no de pozos petroleros sino de nuevas matrices petroleras.
–¿Cómo es la relación actual entre el gobierno y los indígenas?
–Hemos asumido de ambas partes ciertas incomprensiones. Tratamos de superar las relaciones de asistencialismo y clientelismo de la época neoliberal. Hay también una influencia ideológica a través de organizaciones no gubernamentales de impulsar tesis que supuestamente responderían a la ultraizquierda, pero que finalmente confluyen en la Asamblea Nacional con posiciones que representan a la derecha política de Ecuador. Nosotros estamos determinados a caminar con una nueva dirigencia, con las demandas reales de los pueblos originarios. Es decir, al pueblo indígena no le interesa cuántos asambleístas tiene sino cuántos pobres menos hay. Uno es un poder de empoderamiento, lo otro es la realidad. Se tienen que bajar los niveles de pobreza y de miseria con un trabajo fecundo.
–¿Qué efectos tiene en la percepción de la sociedad ecuatoriana las decisiones políticas de Rafael Correa?
–Uno de los problemas mayores es poder divulgar. La verdad no es patrimonio de nadie, pero en el ejercicio político decir la verdad es fundamental, incluso, no aparentando que se ha ganado cuando se pierde. Decir la verdad cuesta mucho y no lo digo ni en el sentido figurado ni en el económico.
–¿En qué sentido lo dice?
–Si al frente tenemos todos los días rancias actitudes de cierto sector de la prensa, que ataca todo lo que se haga como en muchos otros países de América latina, es difícil la comunicación. Una de las decisiones más avanzadas, aunque más complejas y polémicas, fue haber incautado las empresas de quienes estancaron al Estado nacional. A través de esos medios estancados hay una oportunidad de llegar a cierto sector de la población. Pero es también justo reconocer que no son los medios más grandes. Estos ejemplos generan una apreciación de con quién y para quién está este gobierno. El apoyo popular del 79,6 por ciento, surgido de una encuesta no realizada para el gobierno, confirman que (Correa) no se equivocó, que ése era el camino por donde caminar. Pero no se puede hacer política a través de las encuestas, las definiciones no se juegan allí.
–¿Dónde se juegan?
–En la ética y la moral, a través de las decisiones mayoritarias del pueblo, de lo que consideramos política soberana. Esa es otra forma de comunicación y creemos que es un paso difícil y complejo. Nosotros no somos políticos de carrera, no nos hemos graduado en organizar nada, venimos de otros ámbitos. Yo vengo de la literatura y de la música, siempre viviendo los temas políticos. El presidente Correa viene de organizaciones populares, de la academia, de las luchas universitarias, fue el primer vencedor en las elecciones de la Federación de Universidades Católicas hace 25 años.
–¿Cómo analiza la situación actual de la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) en términos de integración regional?
–La muerte de Néstor fue un golpe muy duro porque, alrededor de su figura ecuménica, se invocaba una proyección mayor. Pero por dolorosa y dura que haya sido esa pérdida no puede frenar este proceso. Creo que el Banco del Sur, la Unasur y la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe) son las grandes orientaciones actuales en la región. El Banco del Sur se encargará de crear esos fondos comunes e ir reemplazando al Banco Mundial y al Fondo Monetario, instituciones que explotaron a los pueblos. La Celac debe ser una entidad que otorgue una soberanía cualitativa y cuantitativa, que vaya desde México a Chile, formalizando la naturaleza de esta liberación en las compras de armas, la dependencia en la tecnología única. Creo que hacia allá hay un camino de diversificación y conducción responsable de la política internacional.
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