DIALOGOS › RICARDO IACUB, DOCTOR EN PSICOLOGíA Y ESPECIALISTA EN GERONTOLOGíA
Dice que “otra vejez es posible”, que la mirada social sobre los viejos está llena de prejuicios. Forma parte de la nueva gerontología, que propone una vejez positiva y activa. “Tenemos que generar más debate, más imágenes de adultos mayores en posiciones eróticas, porque lo que nos produce impresión es lo que no estamos acostumbrados a ver”, plantea.
› Por Verónica Engler
Durante la entrevista, Ricardo Iacub, doctor en Psicología y especialista en Gerontología, tiene sobre la mesa un ejemplar del día de Página/12, cuya nota de tapa destaca un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que muestra que en la Argentina se experimentó una baja abrupta de la pobreza en la vejez en la última década y que está en los primeros lugares en todos los campos del sistema jubilatorio en la región. Iacub reconoce que estas políticas de Estado son fundamentales para modificar la realidad de la vejez. “Más allá de todas las visiones negativas de la vejez que esta sociedad tiene, es importantísimo destacar que nunca como en este momento hubo tanta confrontación de ideas. Así como tenemos el discurso anti-age muy instalado, tenemos al mismo tiempo toda una serie de dispositivos, a nivel del Estado pero también a nivel académico, que está mostrando que otra vejez es posible”, señala. Porque, se sabe, no debe haber sector etario con peor prensa que aquel que agrupa a los adultos mayores. Las imágenes denigrantes sobre este grupo abundan, pero están absolutamente naturalizadas: las personas viejas son feas, mayormente están enfermas y recluidas en la casa familiar, son conservadoras, tienen poca capacidad de disfrute y energía para encarar proyectos, no tienen una sexualidad activa, son aburridas, depresivas, sus cuerpos no son eróticos, las arrugas restan, y la lista continúa. En esta charla, Iacub repasa parte de estas representaciones negativas y muestra otras opciones de lectura para la vejez, una etapa más de la vida que, sorprendentemente, también puede deparar muy buenos momentos para quienes se aventuren en ella.
–En nuestra sociedad la vejez tiene mayormente un valor negativo. ¿Cómo se da esta construcción histórica sobre esta etapa de la vida?
–En realidad tenemos una raíz clara de segregación frente a la estética de la vejez, la estética como un constructo cultural que define quiénes están dentro o no de lo bello y lo deseable. Y los griegos y romanos tuvieron una marca fundamental. Esto que a veces nos pasa, y de lo cual tenemos un registro casi naturalizado, los griegos lo decían continuamente: que los viejos eran feos, que sus cuerpos parecían cadáveres, que remitían a imágenes del Hades, del lugar donde vivían los muertos. Esto, en alguna medida, impregnó una percepción de la vejez dentro de una cierta linealidad discursiva, que después se repite en distintos momentos, aunque no siempre de la misma manera. El objeto de deseo clave de los griegos eran los jóvenes, pero muy jóvenes, cuasi niños. También es importante considerar que en esa época los griegos y romanos, como tenían ciertos sistemas de agua potable y otros desarrollos que mejoraban su calidad de vida, vivían más de lo que nosotros imaginamos, no morían a los cuarenta años. Ellos comparan la juventud como la imagen de los dioses, es decir que son refulgentes como los dioses, que llaman la atención y por eso son llamados al erotismo. Mientras que los viejos eran como rocas duras que no reflejan nada, que no brillaban. Los griegos decían que la enfermedad, la vejez y la muerte eran las tres grandes desgracias del hombre. Pero también es importante resaltar que en nuestra propia cultura occidental tenemos la tradición judía, que tiene una mirada bastante distinta en relación con esto, en los textos atribuidos a Salomón, del Antiguo Testamento, se habla de una continuidad permanente, es decir que el deseo no tiene una edad determinada. Me parece importante hacer estas referencias, porque lo que nos muestran es que no hay nada tan natural en esto de “no nos gustan los viejos”, porque son relatos, libretos culturales que tenemos, pero que se ponen muy poco en duda.
–Las personas mayores son generalmente asociadas a la enfermedad, a la inactividad, a la baja energía. ¿Es posible que se dificulte cuestionar esto porque hay un correlato biológico, digamos, que de alguna manera puede refrendar estas imágenes?
–Sí, y porque hemos construido un ideal juvenil en muchos sentidos, de que la alegría aparece ligada a un exceso de energía física, que tenemos que movernos mucho, andar en moto a mil por hora, como si fuera ésta la imagen de la libertad, y en realidad son imágenes absolutamente contingentes, banales, y que de hecho la mayoría de las personas ni las experimenta. Muchas de nuestras imágenes de la alegría son las de jovencitos en un viaje de egresados, parece que esto fuera como lo máximo. Y en realidad, lo que hoy vemos es que los niveles de actividad en los viejos son altos, y los niveles de placer y de disfrute son muy altos también, pero parece que nuestras representaciones mentales siempre quedaran como marcadas en esta posición casi decrépita del viejo. Vemos que hoy hay viejos que se están moviendo, que viajan, que tienen fiestas, que la pasan bárbaro, que se divierten, pero terminamos viéndolos siempre como excepcionales, porque la regla todavía a nivel cultural está marcada en que los viejos son aburridos y están encerrados en su casa. Todavía no podemos registrarlos en una posición más activa, incluso de concebir otras formas en donde se presente y se muestre el deseo.
–Esta imagen de los adultos mayores encerrados en sus casas, o recluidos en lo familiar, se pelea con la idea de sociabilidad y con la necesidad de los propios viejos de estar con grupos de pares.
–Yo creo que otra de las imágenes que atrasan en nuestra sociedad es la del viejo en el espacio familiar. Sabemos que en Argentina la mayoría de los viejos no viven con la familia. Y sin embargo, sigue apareciendo la imagen del abuelo. ¿Por qué criticamos la idea del abuelo? Porque el abuelo es un negar todas las insignias personales que uno puede haber logrado, y ubicar a ese sujeto en el ámbito de la familia. Hoy tenemos en Argentina, que es un ejemplo en Latinoamérica en este sentido, una cantidad de actividades impresionantes, y los viejos saben que el incluirse en estas actividades es mucho más regocijante que estar todo el tiempo con los nietos. Hoy es muy habitual que si uno va por cualquier lugar de la Argentina se encuentre con grupos de jubilados, hay centros de jubilados por todos lados y gracias a Upami (los programas de PAMI en la universidad) se llenaron de viejos las facultades. En nuestra cátedra, en la Facultad de Psicología (de la UBA), tenemos más de trescientos alumnos que concurren. La facultad está llena de viejos, pero cuando les pregunto a mis alumnos jóvenes cuando empiezan a cursar si ven que hay viejos en la facultad, responden que no los ven. Algo que es llamativo, porque hay bandas de viejos, y además son muy sociables, van todos juntos, los bares que están cerca de la facultad se llenan de viejos. Pero no los vemos porque no estamos preparados para verlos. Creo que los grupos de viejos son una excelente opción para un nuevo estilo de vida que se está generando. Este estilo de vida más activo, con más intereses personales, es un estilo que requiere de pares. Y probablemente esos pares podrían no ser los viejos, pero son los viejos porque son los que comparten más tiempo libre. Y en este sentido le da fuerza a la noción de edad no tanto por ser tan distintos de otros, sino básicamente porque comparten tiempo libre.
–Llama la atención que lo que predomine sea una imagen de la decrepitud más ligada a la enfermedad, considerando que el porcentaje de personas mayores que realmente están mal, como para estar en una residencia geriátrica, es absolutamente minoritario.
–Pero ésta es una de las representaciones sociales en donde uno puede decir que “la realidad no importa”. Si se le pregunta a la gente cuántos adultos mayores viven en una residencia para adultos mayores, la gente va a decir 40-60 por ciento. Sin embargo, es un 1,5 por ciento, es insignificante. Entonces, lo que pasa es que las representaciones nos dan una idea de realidad que es mucho más efectiva que la realidad misma. Por eso me parece que tenemos que politizar la cuestión de la vejez, porque hay mucha información sobre la temática, pero sin embargo esta temática sigue sesgada en una representación antigua, donde los parámetros nos llevan a ubicarnos en referencias rígidas, en los hospitales, en la enfermedad, cuando la mayoría de la gente sabe que esto no sucede. Creo que en este punto tenemos todavía mucho que debatir, para ver qué significa ser un adulto mayor, porque nuestras referencias siguen atrasando. En este momento estamos tratando de datar cómo se construyeron estas referencias, de ubicarlas históricamente.
–¿Qué otros mitos circulan sobre la vejez?
–Hay un montón de mitos que siguen dando vueltas. Por ejemplo, la idea de que los viejos antes vivían con la familia. Los viejos vivían con sus familias en algunos momentos, en general cuando había pobreza. A lo largo del tiempo vivieron de muy diversas maneras. En la Europa del siglo XVIII los viejos que eran ricos no vivían con sus familias. También se dice que los viejos antes eran bien tratados, que se los respetaba. Depende, en Latinoamérica misma tenemos algunas tribus del norte argentino y Bolivia que lo primero que hacían cuando un viejo no podía moverse más era dejarlo para que se muriera, mientras que otras tribus, como los yamanas, cuidaban de que siempre tuvieran para comer, a pesar de que era un tribu que lidiaba con el hambre permanente. La cuestión de la vejez fue muy variable a lo largo del tiempo. En Grecia misma, Esparta era una gerontocracia, y Atenas era una sociedad que despreciaba enormemente a los viejos. Con lo cual lo interesante y lo que tenemos que rescatar de todas estas cuestiones es que, más allá de que hay una incidencia biológica que es notoria en la vejez, porque es verdad que los viejos tienen más enfermedades y que les pasan algunas cosas más que a los más jóvenes, la forma en que una cultura lee estos fenómenos siempre es muy variable. Y esto nos da pie para analizar qué forma de vejez queremos, y hasta qué punto hay algo que tiene que ver con el desequilibrio de poder, con la injusticia, con la desigualdad, que en realidad es producto de una cultura determinada y no de algo que sea natural a la condición a la que llegan los viejos.
–¿De qué manera estas representaciones, que son también las que los propios viejos y viejas manejan, afectan sus propias vivencias?
–Creo que los prejuicios, o ciertos significados atribuidos socialmente a los adultos mayores, obviamente nos tocan a todos, y los adultos mayores no están fuera. Y sufren más las consecuencias de los significados negativos de la vejez, porque no se construyeron como grupo, como pueden ser los judíos, los negros o los grupos lgtb, que se construyeron históricamente como un grupo diferenciado, maltratado o discriminado, y que pueden haber tenido una cultura que los defienda. El viejo es alguien que, tardíamente, llega a una posición en la cual se encuentra con una serie de prejuicios para los cuales no está preparado para defenderse. Porque hasta hace un tiempo ellos eran los jóvenes que miraban a esos viejos de una manera discriminadora, con lo cual lo que encontramos es que en los viejos hay altos niveles de prejuicios hacia la propia vejez. De hecho, es muy común escuchar que los viejos dicen “a mí no me gusta estar con viejos, yo con viejos no me junto”. Todos estos prejuicios tienen muchísima investigación empírica que muestra cómo esto incide en que la calidad de vida disminuya. Incluso hay una investigación longitudinal realizada durante veinte años que muestra que las personas que tenían una percepción más positiva de la vejez tuvieron siete años y medio más de vida que los que tuvieron una percepción negativa de la vejez. Con lo cual, uno puede ver que la incidencia de prejuicios hoy toma un sesgo no solamente ligado a la calidad de vida, sino también a la cantidad de años de vida que se pueden tener. Esto nos muestra que el nivel de padecimiento que puede generar una percepción negativa de la vejez es enorme.
–¿Estas representaciones dominantes de la vejez pueden funcionar como profecías autocumplidas o como taras?
–Claro. Creo que a pesar de que hubo un cambio enorme en las últimas décadas, en Argentina y en el mundo, respecto de esto, hay una tolerancia enorme a pensar que la vejez es una enfermedad, es un deterioro, y que en realidad podemos decir cualquier cosa acerca de los viejos porque los propios viejos lo aceptan. Entonces, creo que en este sentido tenemos que empezar a generar una sensibilidad distinta, más positiva, hacia los adultos mayores, hacia lo que significa la vejez, porque si no estamos construyendo un grupo en el que nadie quiere estar. El prejuicio hacia la vejez se da de una forma muy distinta de otros prejuicios. Mientras que un antisemita puede decir “haga patria, mate un judío”, nadie va a decir “haga patria, mate un viejo”. Sin embargo, se pueden decir un montón de bestialidades, como toda la promoción que hay sobre antienvejecimiento. O por ejemplo, como una publicidad de un medicamento que se toma habitualmente para el dolor de cabeza que se emitió hasta hace poco, que mostraba a un grupo de jóvenes que hacían diferentes propuestas y el que siempre tenía la negativa era uno que se ponía una máscara de viejo. Todas las opciones tristes las decía el viejo. Y eso lo que muestra es que los viejos son aburridos y tristes. Si se hiciera una publicidad similar con otro grupo, por ejemplo con los negros, sería un escándalo, y sin embargo con la vejez hay una tolerancia enorme a decir cualquier barbaridad. Cuando yo cuento que trabajo con viejos, me suelen decir: “Uy, qué bueno que sos”, como si fuera una cuestión de caridad. Estas referencias de discursos son todavía muy elocuentes en nuestra sociedad.
–¿Y qué pasa en el ámbito de la política con los adultos mayores?
–Tenemos un tema serio, porque en el mundo volvió esta cuestión de que los jóvenes son la promesa de la política. Lilita Carrió dijo no hace mucho en un programa de televisión que a los sesenta años la gente tendría que retirarse de la política. ¿Cómo se anima a decir esto? Dando por supuesto que los de más de sesenta son todos corruptos y conservadores. Tenemos un discurso en el que se supone que la vejez está por fuera de un montón de ámbitos. El discurso de la política en general hoy es bastante desconsiderado con los viejos como actores políticos. Yo creo que hay que tratar de incluirlos. De hecho, yo estoy trabajando mucho con el tema de empoderamiento desde varios organismos de gobierno, para que los viejos se empoderen, para que los viejos sientan que son agentes responsables en nuestro destino político, porque si no estamos pensando que los viejos ya se retiraron de muchas instancias, y que quedaron para una segunda línea.
-¿Por qué el cuerpo de las personas viejas genera tanto rechazo y se muestra tan poco?
–El tema de la erótica en la vejez radicaliza la relación de nuestra sociedad con la vejez. Es decir, en algún punto nos muestra que hay algo de lo ajeno, de lo extraño, que se presenta en estos cuerpos, que todavía no lo hemos tramitado demasiado bien. El ejemplo más claro de esto es la película Nunca es tarde para amar, donde en la primera escena aparecen dos viejos teniendo relaciones sexuales a plena luz del día. Lo que pasó con esta película es que generó mucha impresión y mucha gente se iba de la sala cuando se presentó, ¡y en el Bafici! A mí me gusta presentar esta primera escena ante diferentes públicos para ver qué les pasa ante los cuerpos de estos viejos. Y lo sorprendente es que mucha gente dice que le da asco. Pero ¿son los únicos cuerpos que dan asco? No. Tal vez si presento gente muy gorda o discapacitados pase lo mismo, antes generaba eso cuando mostrábamos gente lgtb teniendo sexo, ahora menos. En realidad, lo que uno puede notar es que hay algo poco procesado, que todavía impresiona, que no está politizado. A los propios viejos les genera rechazo el cuerpo de los viejos, es muy común que las mujeres mayores dejen de presentarse desnudas ante sus parejas, o que cuando se les pregunta por qué no se pondrían una bikini responden “este cuerpo ya no es para mostrar”. Me parece que todavía tenemos una moralina enorme que no ha sido politizada, ni debatida. Porque el asco, como decía Freud, es uno de los diques primarios que nos ponen frente a lo reprimido culturalmente. Y creo que lo que hay que tratar de mostrar es que hay un nivel de represión cultural frente a esta temática. Vemos como normal que a nadie le guste, pero no es nada normal que a nadie le guste ver el cuerpo de los viejos. Y de hecho hay muchas personas a las que les podría gustar, pero esto queda oscurecido frente a esta cuestión de que lo lógico es que nos gusten los jóvenes. Creo que lo que tenemos que generar es más debate sobre esto, más imágenes de adultos mayores en posiciones eróticas, porque lo que a veces nos produce impresión es lo que no estamos acostumbrados a ver. La estética produce escenarios de lo visible.
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