Lun 04.05.2015

DIALOGOS  › LA SUDAFRICANA GCINA MHLOPE, POETA, CANTANTE Y ACTIVISTA POLíTICA QUE COMBATIó EL APARTHEID

“Ganamos la democracia pero no se terminó la lucha”

Está convencida de que las historias pueden cambiar a los seres humanos. Y a eso se dedica: a narrarlas y también cantarlas. Por primera vez en Buenos Aires, contó a Página/12 el origen de sus relatos. También detalló la lucha que llevó adelante contra el régimen segregacionista. Y cómo se vive hoy en Sudáfrica.

› Por Sonia Santoro

“Un día entré a una biblioteca, se me caía el agua de la boca, era la primera vez. Y una señora que estaba detrás del mostrador me dijo:

–No, vos no podés entrar porque sos negra.

Yo le dije:

–Yo no soy negra, ¡yo soy alguien a quien le gustan los libros! Esas son las cosas que te meten en la política, te guste o no te guste.” Con esa pequeña historia, la poeta Gcina Mhlope sintetiza cómo se vivía el apartheid en Sudáfrica. Pero no le gusta quedarse solo con la historia de sufrimiento que fue la segregación racial en su país. “Nosotros no nos describimos como personas del apartheid, teníamos unas vidas maravillosas a pesar de todas esas cosas”, dice. En esta entrevista habla además del poder de los relatos para transformar a los seres humanos. Y regala dos adorables historias para chicos y no tanto.

–¿Dónde nació y cómo era su vida allí?

–Nací en Durban en la costa sureste de Sudáfrica. Vengo de una familia que habla zulú. Soy la más chicas de una familia de ocho hermanos. Los primeros años fui criada por mi abuela, que era una muy buena cuentista, contaba muchos cuentos y eso me dio mucha suerte. El haber escuchado esas historias hizo que mi imaginación pudiera volar. También me enseñó a tomar el sabor de las imágenes que nos enseña el idioma. La forma en que mi abuela iba describiendo esas cosas era lo que me permitía volar. Como yo era una chica muy curiosa y hacía preguntas, mi abuela me decía: “tengo una historia para contarte sobre eso”...

–¿Y qué hacían sus padres?

–Mi papá trabajaba para una petrolera. Su padre había sido envenenando en la misma empresa petrolera. Antes de que a mi abuelo lo pudieran enterrar, los blancos vinieron a buscar a mi padre para ponerlo en el trabajo que había tenido mi abuelo. Tuve dos madres porque mi padre se casó dos veces. El tuvo siete chicos con su primera esposa. Mi madre biológica vino de la parte este, del otro cabo. Ella estuvo casada, tuvo también ocho chicos y tuvo una relación de un abuso muy fuerte con otro marido. Y después, cuando vino a la ciudad de Durban, conoció a mi padre y ahí nací yo. Vengo de estas dos familias y por eso uno de mis libros se llama “como el amor de un hijo”. Me quedé con la familia de mi padre desde los dos años. Mi madre no venía a verme y así fue como miraba a mi padre todo el tiempo y me fui sintiendo en casa.

–¿Ahí la crió su abuela, la que le contaba cuentos?

–Sí. Cuando tenía 10 años vino mi mamá a buscarme y nadie supo dónde estaba. Eso me traumatizó mucho. Lloraba muchísimo. El pueblo donde vivía mi madre tenía unas montañas muy altas y me sentía como en una prisión. A pesar de que estaba a dos horas de distancia nada más, parecía que quedaba mucho más lejos y ahí tuve que aprender a hablar el idioma xhosa y a encajar de algún modo. Yo siempre fui buena académicamente. Era como que me tiraban a un río que estaba inundado pero yo tenía una rama de la cual agarrarme. Para mí esa rama era el libro, yo me focalizaba en los estudios todo el día, todo el tiempo que podía. Así fue como aprendí a querer ese cabo y empecé a escribir mis primeras cosas cuando tenía 17 años, todavía viviendo en ese cabo. Creo que ser de afuera y no encajar hace que uno se vuelva muy observador y ese fue el nacimiento de la escritora.

–Las biografías sobre usted destacan como una curiosidad que fue empleada doméstica, ¿cómo lo vive y cómo fue esa experiencia?

–Cuando llegué a Johannesburgo no tenía donde parar y me quedé con una de mis hermanas que era trabajadora doméstica. Yo terminé la secundaria y estaba buscando alguna beca para poder ir a la universidad, pero para tener algo para comer primero encontré trabajo en una fábrica de ropa durante algunos meses. Y luego encontré trabajo como empleada doméstica limpiando una casa de otra persona. Fueron 42 días pero a los medios les encanta decir que “ella ahora es muy famosa pero en su momento fue una trabajadora doméstica”. Es muy emocionante decirlo de ese modo.

–Ya contó cómo nació la escritora, ¿cuándo nació la activista política?

–Hice muchas cosas en el medio. La parte cultural del gobierno francés empezó a enviar maestros a Johannesburgo donde yo estaba viviendo. Trabajé en hacer películas durante seis u ocho meses. Me entrenaron para ser locutora de noticias en la BBC de Sudáfrica. Y fue sorprendente ver cómo podía usar mi voz sabiendo cómo hablar correctamente. Empecé también a interactuar con grupos que estaban en Johannesburgo recitando poesía. Y cuando uno no tiene los papeles para vivir donde tiene que vivir, en una ciudad grande, siempre la policía lo está persiguiendo.

–¿Por qué? ¿Qué papeles necesitaba?

–Tenía que tener un libro de referencias, que tenía que tener un sello. Es como un pasaporte. Si vivías en un pueblo chico y tenías que ir a una ciudad grande tenías que tener un pasaporte. Y si no, ibas preso. Y a mí me arrestaron muchas veces solamente por no tener ese sello.

–¿Y por qué no lo tenía?

–Porque no había nacido en Johannesburgo. Por ser una persona negra simplemente. De eso se trataba el apartheid. Incluso si no querías entrar en política, la policía te enseñaba cómo entrar en política. Entonces cuanto más uno empezaba a tener problemas con la policía, más empezaba a ver qué es lo que sucedía en el país. Yo no pude entrar a una biblioteca hasta que tuve 21 años. Un día entré a una biblioteca, se me caía el agua de la boca, era la primera vez. Y una señora que estaba detrás del mostrador me dijo: “No, vos no podés entrar porque sos negra”. Yo le dije: “Yo no soy negra, ¡yo soy alguien a quien le gustan los libros!” Esas son las cosas que te meten en la política, te guste o no te guste.

–¿Había alguna persecución especial para las mujeres negras?

–Teníamos que llevar esos pases también. Y está el hecho de que cuando a una mujer la arrestan la pueden violar. Le pueden hacer cualquier tipo de cosas. Cuando yo era parte de la Federación de Mujeres, a una de mis amigas la arrestaron. Tenía un bebé de tres meses y la separaron de su bebé. No les importaba tu bebé. A nosotros nos metían presos y nos llamaban terroristas. Yo estaba en un grupo secreto de apoyo a los detenidos. Había gente a la que la arrestaban y la dejaban detenida sin juicio y te podían tener preso todo el tiempo que quisieran.

–¿Estamos hablando de los ’80?

–Sí. Y también podían arrestar a chicos de 10 años. Una de mis obras que estuvo en muchos lugares del mundo se llama Nacido en la RSA (República de Sudáfrica). El personaje que yo tenía está basado en una mujer que estaba en este grupo de detenidos y era madre de varios chicos. Siempre suplicaba que me saliera bien esa historia que yo personificaba todas las noches en el teatro. La mujer a la que yo representaba no tuvo la oportunidad de estar ante tantas audiencias en Estados Unidos, en India, en Suiza. Cuando gané el premio de mejor actriz en Nueva York, el Obie Award, sabía que no era mi premio sino que era el de muchas de estas mujeres, de muchas de estas madres. Al ser parte de este comité de defensa de detenidos la policía me arrestaba muy seguido, me hacían preguntas y me tenían presa todo el tiempo. Y cuando yo estaba haciendo otras obras la policía podía verlas o venían al suburbio donde yo estaba y me decía: “Si queremos te podemos matar”. Y yo sabía que tenían razón, de hecho mataron a algunos de mis compañeros. Cuando me fui del Alexandra Township vinieron un día en un vehículo militar y dispararon hacia mi cuarto y yo por suerte ya no estaba ahí.

–¿Qué es el Alexandra Township?

–Es un suburbio, un pueblo. Estaban esos pueblos para los negros, para los indios, para los que eran de raza mixta y los suburbios lindos para los blancos. Por eso había que pertenecer a ese pueblo, no se podía vivir en la ciudad si eras una persona negra. Venías a la mañana temprano a la ciudad a trabajar y a las cinco de la tarde tenías que salir de la ciudad. A la noche la ciudad era blanca.

–¿Estas obras las hacían en la ciudad o en los suburbios?

–Era en estos pueblos. Y había un teatro en un mercado en la ciudad y ese teatro era el único en Johannesburgo en el que blancos y negros podían actuar. Había otra estación de policía que se llamaba John Foster y a veces tenías que irte a esa incluso después de haber mostrado tu libreta. Y tenías que tener un permiso extra para hacer una obra a la noche si eras una persona negra. Después de actuar te volvías en el colectivo a tu pueblo y a la entrada de ese pueblo, la policía te estaba esperando. Le mostrabas tu libro de referencias, tu permiso. Y te preguntaban: “¿Qué hacés cuando estás actuando? ¿Cantas? Vení, cantá para no- sotros”. Eran las 11.30 de la noche, a veces hacía mucho frío. Yo empezaba a cantar y ellos se me reían en la cara. Tenían armas enormes y uno no tenía opción.

–¿Cuánto tiempo duró esto?

–Muchos años. Hasta el final del apartheid. Pero no nos focalizábamos en eso durante el apartheid porque nosotros vivíamos nuestras vidas también. Si ustedes miran a la gente que vive en Palestina hoy, no saben lo que es la paz porque están viviendo momentos horribles pero a veces se enamoran, a veces tienen que lavar los platos, a veces necesitan un par de zapatos.

A veces la gente mira hacia Su- dáfrica y nos pone como en la cajita del apartheid. Nosotros no nos describimos como personas del apartheid, teníamos unas vidas maravillosas a pesar de todas esas cosas. Si nosotros nos hubiésemos permitido ser tragados por el apartheid estaríamos ahora llenos de odio y habríamos querido matar a todos los blancos. Pero no se trata de eso, nosotros somos una nación triunfante y creo que lo mismo pasa en Sudamérica con todas las cosas horribles que pasaron. Cuando uno va caminando por Sudamérica no dice “pobre gente que fue torturada por los españoles o por los portugueses”. Yo te miro a vos como un ser humano, no sé cuáles son tus ancestros. No sé si vienen de nativos americanos o si vienen del lado blanco, no sé quién sos pero te miro como una persona.

–Relata cuentos para chicos y para adultos, ¿de qué hablan?

–Yo escribo cuentos, escribo poesía y escribo música. Yo empecé a escribir cuentos tradicionales para chicos pero empecé también a crear historias porque había ciertos temas que no tenían la suficiente atención. Y hubo algunas cosas que a mí me empezaron a inspirar. Las historias que empecé a escribir son para los más jóvenes y yo nunca pensé que eso iba a ser lo que me iba a llevar a mí hacia ese lado. Hay una historia sobre una chica que se llama Zoleka a quien le piden que recite un verso de la Biblia y está aterrorizada porque piensa que va a decepcionar a la mamá y a la maestra. Y la pasa muy mal preparándose para ese día. Pero su madre la ayuda y practican. Finalmente el día del evento, cuando mencionan su nombre y todo el mundo está cantando en la iglesia y ella mira y de repente hay tantos ojos que la están mirando, se olvida de todo. Lo que ella temía que sucediera finalmente sucedió. Después su hermanito la llama: “¡Hola Zoleka! ¡Hola Zoleka!” y todos se empiezan a reír en la iglesia pero su madre la mira con mucho amor, y cuando ve ese amor que sale de la cara de la madre hace lo que tiene que hacer, lo dice maravillosamente y sale todo bien. Para mí es esa cosa de la familia, que saca lo que uno tiene adentro cuando piensa que está débil y que no lo puede lograr. Esos libros la gente los compra para sus hijos chiquitos y vienen y me dicen: “Esa historia me habla a mí”. Pienso en alguien que es fantástico en las matemáticas, las ciencias, en los negocios o de repente es el CEO de una gran empresa y tiene que pararse y dar un discurso y se congela. Y ahí la historia de Zoleka empieza a tener sentido. Por eso yo escribo sobre experiencias de la vida real. Para mí es importante hablar desde mi corazón.

–¿Cómo es eso?

–Hay una historia que se convirtió en una expresión de danza. Es la historia de una chica joven a la que le gustaban las aves. Era muy hermosa y los chicos decían que era muy hermosa pero que era raro que le gustaran tanto las aves. Los hombres empezaron a venir a querer casarse con ella y ella decía “no, este no”; “no, este otro tampoco”. Ricos, bien parecidos, bien vestidos, no le importaban. En un momento su papá se enojó, los hombres se cansaron de preguntar y al final ella fue la única que no se había casado de su grupo etario. Se sentó en una choza con unas señoras que le enseñaron a hacer artesanías. Empezó a hacer unas pulseras y unos sombreros muy bonitos, cestas. Y mientras estaba trabajando con estas mujeres empezó a cantar canciones muy antiguas que la gente ya se estaba empezando a olvidar. Aprendió la poesía de las enseñanzas más antiguas. Y estas señoras le decían que su belleza se había convertido en algo mágico con todos los aprendizajes que ella había logrado. Por supuesto, otros se reían de ella, hacían bromas. Pero un día apareció el hombre de sus sueños. Estaba rodeado por cientos de pájaros. El la abrazó y los pájaros empezaron a volar y a tirar algunas plumas. Y las mujeres que estaban ahí empezaron a correr y a recolectar esas plumas y le hicieron un vestido de novia con esas plumas. La gente le decía que nunca habían visto un vestido parecido a ese. Esa para mí es una historia para niños. Y después la podemos contar a los adultos y la interpretan de otro modo. Cuento historias a distintos niveles de la educación institucional y también me invitan las empresas a dar charlas de motivación y de eso vivo.

–¿Por qué nos fascinan tanto las historias en todas las culturas?

–La razón más importante por la cual yo cuento historias es hacer despertar historias en otras personas. Porque cuando vos le contás una historia a alguien te dice “esto me recuerda a algo que mi tío me contaba a mí”. Si puedo realmente lograr despertar una historia en una persona cada vez que yo cuento una, ya lo mío está hecho.

–A tantos años de terminado el apartheid ¿puede sintetizar como está Sudáfrica hoy?

–Veintiún años después del apartheid hemos crecido, somos una democracia que permite que los chicos de distintos grupos raciales vayan a la escuela juntos, la gente tiene derechos igualitarios, no hay que llevar ese pase para mostrar. Uno puede vivir donde quiera. Pero al mismo tiempo los cambios no llegaron a todo el mundo. Hay mucha gente muy pobre que no tiene electricidad, que no tiene agua corriente. Eso es una realidad. Es importante entender que nosotros luchamos por la libertad, ganamos la democracia pero todavía no se terminó la lucha. Los que estamos en una posición privilegiada ahora somos los que tenemos que ayudar a otros. Pero también llegamos a un punto que la gente quiere que el gobierno haga cosas y dice “hacé esto para mí”. A los políticos les gusta hacer promesas en las elecciones: si me votás te voy a atar los zapatos de los cordones, te voy a cepillar el pelo también, voy a lavar los platos en tu casa todos los viernes. Y por supuesto no lo van a hacer. Y ahí es donde la gente empieza a ser un poco haragana. Creo que también tenemos que volver a traer ese espíritu de trabajar duro, que nosotros mismos hagamos nuestras cosas. Nuestros padres nos enseñaron a trabajar mucho, nos dieron la crianza para ser seres humanos dignos. Mi papá me decía algo así como “nunca se puede ganar una vaca si uno se queda durmiendo”. Hay gente que cree que puede trabajar un poquito y ganar mucho dinero. Y es una realidad en todo el mundo, hay muchos padres que se quejan de que los chicos no quieren trabajar. Cuando tengamos una muy buena educación eso nos va a permitir crecer. Y ahí uno no les dará tanto poder a los políticos por encima de otros.

–¿Es la primera vez que viene a la Argentina?

–Sí. Vine a participar del Festival de Poesía en Argentina, me recibe la Embajada de Sudáfrica y voy a interactuar con otras universidades en distintas provincias. Y también pedí visitar el Museo de la Memoria en Uruguay. Es algo muy especial para mi corazón, porque yo quiero que se abra un museo de la memoria en Sudáfrica y quiero dirigirlo por el resto de mis días.

–Acá también hay...

–Vamos a ver el de Argentina también. Muchos ciudadanos comunes de mi país no tienen la posibilidad de escribir sus propios libros o que sus historias se cuenten con un sentido de dignidad y de respeto. Es algo que yo soñé y deseo hacer hace mucho tiempo. Y el día antes de llegar acá, hicimos un gran anuncio en Durban porque encontraron una propiedad que se va a convertir en un museo de la memoria. El 17 de abril fue un día muy emotivo para mí. Nos espera un gran trabajo. Es como un bebé que acaba de nacer y cuando uno tiene que criar un bebé trabaja muchísimo.

–¿Su abuela sigue viva?

–Ella falleció, pero siento que está con vida dentro de mí. Mantengo vivo su nombre y su forma de arte. Mi mamá y papá, los dos, fallecieron, pero los valores con los que fui criada trato de mantenerlos. Si no mantenemos esos valores la gente va a empezar a viajar y a imitar esto de acá y esto de allá. Hace 33 años que viajo por el mundo y nunca quiero ser como otra persona. Quiero ser yo misma.

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