Lun 30.11.2015

DIALOGOS  › FABRICIO BALLARINI, NEUROCIENCIA, EDUCACIóN Y POLíTICA

“Ningún recuerdo es verdadero”

La toma de decisiones, la memoria y el aprendizaje: el estudio del funcionamiento del cerebro avanzó en los últimos años como nunca antes. Ballarini es biólogo e investigador del Conicet. Aquí da cuenta de sus investigaciones y explica cómo la neurociencia puede convertirse en la base de medidas políticas como la Asignación Universal por Hijo.

› Por Gonzalo Olaberría

Fabricio Ballarini, doctor en neurociencia, biólogo e investigador del Conicet, asegura que sorprender a las personas puede mejorar el proceso de aprendizaje. Gracias a su trabajo en el Laboratorio de Memoria de la Facultad de Medicina de la UBA descubrió que estudiantes de nivel primario podían incrementar en un 60 por ciento sus recuerdos de pasajes de un cuento (desconocido para ellos) si, luego de leerlo por primera vez en clase, se interrumpía la cursada con una actividad inesperada, como enseñarles ciencia en un laboratorio.

Convencido de que su descubrimiento puede ser un aporte a la enseñanza en las escuelas argentinas, alterna su rol de investigador con la difusión de sus resultados por distintos medios. Organiza encuentros en todo el país en los cuales científicos transmiten sus avances pedagógicos a educadores para capacitarlos, tiene una columna de neurociencia en la multiplataforma Vorterix y ahora publicó un libro, REC. Por qué recordamos lo que recordamos y olvidamos lo que olvidamos, de Editorial Sudamericana. “Sabemos cómo funciona el cerebro pero no lo usamos en la escuela”, reflexiona en diálogo con Página/12.

–¿Cómo funciona fisiológicamente la novedad en el proceso de aprendizaje?

–El cerebro tiene millones de neuronas que se conectan y desconectan. En esas conexiones, que se llaman sinapsis, están las funciones de la vida, por ejemplo los aprendizajes. Cada vez que aprendemos algo, una determinada parte de tu cerebro se conecta y empieza a generar redes que guardan la información. Todo el tiempo se almacenan un montón de recuerdos que van a ser de corto término, van a durar en la cabeza una, dos o tres horas. Cuando se olvida algo, se produce un proceso de desconexión que posibilita generar otros recuerdos. Es fascinante porque es como un sistema plástico. Qué desa- yunaste hoy o lo que hiciste ayer a la noche son recuerdos intrascendentes porque son datos irrelevantes, parte de tu rutina. Pero existen otros que son muy fuertes y se lo recuerda por mucho tiempo. Antes no se conocía, ahora sabemos que la memoria son conexiones y está en un lugar físico. Esa es una definición muy fuerte, desde social hasta fisiológica. Nosotros descubrimos que esos recuerdos fuertes, en muchos casos están asociados a recuerdos novedosos, a eventos que rompen con la rutina. Esas conexiones son mucho más fuertes gracias a que disparan una síntesis de proteínas que ayudan a que esas conexiones se mantengan. Cuando se guarda información novedosa, no solo se recuerda lo que te sorprendió sino también cuestiones periféricas: qué estabas haciendo, dónde estabas. Yo pregunto eso siempre con el 11 de septiembre de 2001. Es obvio recordar la imagen de las Torres Gemelas cayéndose, pero ¿por qué te acordás dónde estabas, qué estabas haciendo, con quién estabas? Esto tiene una explicación evolutiva. En el momento en que estás viviendo una situación novedosa, ¿te conviene guardar desde ese momento o todo el paquete? Desde ese punto de vista, entendimos que con la novedad no solo se guarda esa información en sí, sino que también ayuda a consolidar todos los recuerdos que se encuentran alrededor. Eso, trasladado a la escuela es un golazo porque, gracias a la novedad, se pueden fortalecer determinados aprendizajes en cualquier momento.

–¿En qué consistieron los experimentos que hizo en las escuelas para comprobar esto?

–Como parte de una clase normal, hicimos que maestras de dos cursos de un mismo año les leyeran a sus alumnos, de 7 a 9 años de edad, un cuento de Emma Wolf que no conocían. Por lo general suele ser común que ocurra esto en la escuela. En una de las comisiones se siguió dando clases normalmente, mientras que la otra se paró para que nosotros enseñáramos ciencia a los chicos en un laboratorio. Después de hacer lo mismo en ocho escuelas de la provincia de Buenos Aires, públicas y privadas, notamos que los alumnos que tuvieron la novedad recordaban más partes de la historia que si hubieran tenido una clase normal. Al final de la investigación, con una muestra de 1600 alumnos, comprobamos que los chicos incrementaban su nivel de memoria y aprendizaje en un 60 por ciento. Si das una temática educativa de forma novedosa, también vas a forzar que se la acuerden más. Incorporar este tipo de enseñanza es modificar la forma tradicional de dar clases.

–¿En la radio intenta hacer lo mismo?

–Sabía que los resultados en la escuela daban. Pero siempre había sido en ese marco, con los mismos maestros, los mismos horarios, donde romper con la rutina era bastante fácil. Y por otro lado los chicos eran bastante homogéneos. Yo quería probar si las mejoras en la memoria por las novedades podían pasar a nivel masivo, donde hay un pibe de 16, un hombre de 70, uno que está trabajando en un taxi, otro que está en la escuela o desayunando. Entonces, empezamos a hacer varios experimentos, a usar al medio como un generador de preguntas y respuestas científicas en vivo. A la gente le fascina concursar, que existan misiones y ponerse a prueba. Un experimento que me llamó mucho la atención por el nivel de participación fue el de implantar una falsa memoria. Le inventamos un recuerdo a un montón de oyentes. Dije: “Vamos a hacer un experimento de memoria: tienen que retener esta lista de palabras”. Después, por Twitter, propusimos que nos digan si dos palabras determinadas estaban incluidas. Había una palabra que sí estaba y contestaron bien todos, y otra que no estaba, pero que la gente dijo que sí y se la implantamos.

–¿Es así de fácil implantar un recuerdo?

–Creemos que todo lo que vivimos lo podemos hacer una copia en la cabeza y que, cuando se lo evoca, se reproduce una memoria exacta. Ningún recuerdo es verdadero. Se entra en fases de olvido y cada vez que se lo evoca hay un montón de detalles que se pierden o se modifican. En un recuerdo entran en juego las emociones, los intereses, la subjetividad, si te conviene o no, a veces te conviene olvidar determinadas cosas y eso tampoco se elige. Hay estadísticas que muestran que existieron un montón de condenados a crímenes por testigos presenciales que se confundieron o le vieron la cara parecida al verdadero culpable. En situaciones de estrés, guardar una información es muy complicado y evocarlo peor. Entonces, ¿por qué habríamos de creerle a una persona que vivió esa situación? Es muy fácil implantar un recuerdo. En este experimento con los oyentes se logró implantar un recuerdo falso a un 70 por ciento desde un medio de comunicación, lo cual es inquietante. Fue impresionante porque un montón de personas participaron. Logró ser trending topic, lo cual indicaba que había un interés enorme en saber si habían logrado responder bien o no. Algo muy simple pero que genera fascinación. Que tanta gente quiera participar fue increíble, en otro momento no hubiese sucedido.

–¿Por qué piensa que ocurre?

–Me parece que un montón de ladrillos se fueron sumando como consecuencia de una política científica que antes no existía. Hay mucha influencia de temáticas científicas y educativas en los últimos años en la Argentina. Veo que hay muchos más proyectos y me parece que está muy relacionado a que se incorporó al grupo de científicos mucha más gente, hay muchísimos repatriados que vinieron con ganas de contar sus proyectos. Si hay más científicos, existen más chances de que haya personas con ganas de compartir sus experiencias. También el compromiso es distinto. Si sentís que el Estado apoya la ciencia, va a haber un mayor esfuerzo en contar los trabajos científicos y mantener el interés. Y no solo somos nosotros la consecuencia científica porque investigamos, la consecuencia es el interés de la gente por esas temáticas científicas. Existe un interés de personas que hace 10 o 15 años quizás no le prestaban atención. Hay otro público de maestros, arquitectos, ingenieros, amas de casa, además de los estudiantes de biología. Esto fue posible por la incorporación de la ciencia como una fuente de trabajo normal, porque se sumaron un montón de contenidos científicos como opción en los medios. Entonces, si hay científicos que tienen ganas de contar sus resultados y hay una sociedad que es permeable a escucharlos porque saben que lo hacen por vocación y les gusta, hay una convivencia que está buenísima.

–En su libro señala que investigaciones científicas relacionan el nivel socioeconómico con el nivel cognitivo, ¿cuál es la explicación que encuentra la neurociencia?

–Hay dos temáticas que están relacionadas y que la neurociencia estudió: la toma de decisiones y el tamaño de la corteza cerebral. El de la toma de decisiones es fuertísimo. Todo el tiempo se toman decisiones: qué vas a comer, qué colectivo tomarte, a cada segundo tomamos decisiones. El tema es en qué se las basa. Mayoritariamente es gracias a la experiencia previa: tengo que llegar más rápido a tal lado; si me tomo el subte, llego más rápido, entonces me lo tomo en X situación. Eso sería una buena decisión. Lo que se descubrió es que se toman mejores decisiones cuando las personas tienen la conciencia de tener algo de nivel adquisitivo. Lo que proponen los científicos es lo que denominan “carga mental”. Pensando en una situación muy extrema: hace dos días que no comés. Absolutamente toda tu atención, preocupación y deseo, todo tu cerebro, va a estar puesto en comer; el resto de las decisiones van a quedar en un segundo plano. Científicos ingleses y norteamericanos estudiaron a un grupo de agricultores de caña de azúcar en India. Estos campesinos vivían una mitad del año con plata, gracias a las cosechas, y la otra mitad con menos ingresos, debido a que el nivel de producción bajaba por la mala temporada. Cuando les hicieron evaluaciones sobre variables que se pensaba que podían interferir en sus decisiones, como el estrés o la comida, encontraron que, cuando tenían plata, tomaban buenas decisiones. Cuando no la tenían, tomaban malas decisiones. Lo llamativo es que se equivocan por una decisión económica reversible. Es una cuestión de tener algo de plata. Esto puede aplicarse en Argentina. Es sumamente interesante y es clave que se sepa a nivel político. Es la fundamentación política de la Asignación Universal por Hijo y no la conoce nadie. Hay otra investigación relacionada al tamaño del cerebro de los pibes. El tamaño del cerebro de los chicos de las personas pobres es más chico. Pero no es porque nacieron con el cerebro más chico, sino por variables como la falta de estimulación cognitiva, la falta de alimentación, la exposición a condiciones ambientales adversas. Entonces, en algún punto, hay una correlación fuerte entre la riqueza y la educación. Uno de los mitos instaurados es que se le regala plata a la gente pobre para que la gaste en cualquier cosa. No, en realidad se les da plata para darle la posibilidad de tomar buenas decisiones. Un montón de gente va a tomar malas decisiones, pero a otro montón le estás dando una posibilidad a partir de un incentivo de salir de una situación de pobreza, de tomar decisiones como la de mandar a tu hijo a la escuela, vacunarlo, darle de comer. Sin ese ingreso, eso no sucede.

–También advierte que la tecnología nos quita la posibilidad de guardar recuerdos, ¿cómo afecta el uso de la tecnología en los aprendizajes?

–Recién estamos conviviendo con estas nuevas tecnologías entonces es muy difícil saber cómo la afecta. Lo que sí se sabe es sobre una cuestión que se llama memoria transactiva: cualquier cerebro va a intentar gastar la menor cantidad de energía posible en las actividades que se le asigne. Guardar información es un trabajo: es prestar atención, entender, generar conexiones en el cerebro, conservarlas en el tiempo. Uno de los recursos que tiene el cerebro es depositar su propia memoria en otra persona, uno hace memoria transactiva con gente cercana con la que tiene un vínculo fuerte. Es muy fuerte pensarlo porque lo que ahora sucede es que el celular, Internet, Google, la nube o los discos rígidos tienen un montón de cosas que no tienen los seres humanos. Primero, capacidad enorme de almacenar información. También es instantáneo. Lo que plantean muchos científicos es que nuestro cerebro, en vez de hacer memoria transactiva con los humanos, lo está haciendo con la tecnología. Entonces tu cerebro, ¿para qué va a querer guardar la capital de un país, el día de la muerte de San Martín, un cumpleaños o un teléfono, si todo está en la tecnología? Si esas redes de pensamiento están en el celular, tenés que ir al celular, ver la información y, a partir de eso, generar ideas. Es bastante terrible porque esa comodidad podría dar lugar a un cerebro poco entrenado.

–Sin embargo, apoya la tecnología aplicada a la educación.

–Me parece un problema que deleguemos en la tecnología la responsabilidad de guardar mucha información porque las generaciones más chicas nacen con la tecnología y se pueden hacer esta pregunta: ¿para qué voy a necesitar acordarme de esto, si todo está en Internet? Y otra cosa terrible es que, si la tecnología ya está insertada en la juventud, si no empieza a atravesar a la escuela, la escuela queda fraccionada, analógica. Por eso, que hoy todos los chicos tengan una computadora en la escuela me parece una cosa increíble y el próximo paso es que se den contenidos para que esa computadora pueda ser usada correctamente. Hay que encontrar la manera de que el sistema educativo en general pueda llegar a eso porque una maestra de 50 o 60 años no vivió con ese conocimiento. Ahora los pibes tienen a disposición millones de fuentes en Internet que en muchos casos no están chequeados y eso es peligroso. Aunque, atado a esto de las situaciones novedosas, desde un punto de vista tecnológico, si se encaran determinadas temáticas de una manera que los chicos no esperan, se consolidan mejor los aprendizajes. La tecnología te da muchísimas posibilidades de ir un poco más allá. Quizás con el pizarrón y las actividades actuales de la escuela, las sorpresas son más limitadas, pero ¿qué pasa si, por ejemplo, un pibe usa un casco de realidad virtual para una clase de historia de la Revolución de Mayo? Toda la vida se va a acordar el día en que le pusieron el casco de actividad virtual y vio a Belgrano. Hay muchas estrategias que se pueden utilizar, que están ligadas al entretenimiento pero, a través del conocimiento, se las puede brindar de una manera atractiva. Ahora existe el concepto de gamificación o jugabilidad: hacer que todo sea en formato de juego. Por ejemplo, cuando vos jugás al fútbol o a la play, sabés que tenés la posibilidad de perder pero también de jugar de nuevo. Eso no está trasladado a la escuela, los procesos en los que te va a mal en la escuela parecen ser definitorios y no entendés que tenés miles de posibilidades, más allá de que te pueda haber ido mal en una materia. No se utiliza el juego en el sistema educativo. Existe un vacío que es por el avance tan rápido de la tecnología y la ciencia.

–¿Cómo ve la relación entre la ciencia y la educación?

–En general, el puente que existe entre la ciencia y la educación es la necesidad de que los estudiantes incorporen temáticas científicas, como hacer un experimento para que entiendan la fotosíntesis, pero no como un recurso para mejorar los aprendizajes. Hoy, empezamos a entender que puede haber otra manera de mirar las cosas: en el sistema educativo existe un montón de docentes interesados en incorporar estos conocimientos en los procesos de enseñanza. Por otro lado, el ambiente científico ve en la escuela la posibilidad de difundir los conocimientos que se producen en el laboratorio. Se incorporó una fascinación de la escuela por la ciencia. Hay un contagio de los docentes que sienten que vamos a la par. Lo que intenté hacer con el libro es un poco eso: transmitir mi fascinación con el tema y compartir mi contribución científica mínima para la educación.

–En la actualidad hay varios neurocientíficos que tomaron notoriedad pública por ofrecer respuestas en problemas de educación, marketing, empresas o biología. ¿A qué se debe este fenómeno?

–El fenómeno acá en Argentina tiene tres raíces para mí. Una es que hay una escuela psicoanalítica muy fuerte en el país, que vino a principio del 1900 y sigue hasta hoy con miles de psicólogos explicando todo tipo de fenómenos. Si bien el psicoanálisis plantea la división entre consciente e inconsciente, todo pasa por algún lado de tu mente. Por eso, la neurociencia apunta a responder en qué lugar se encuentra esa conciencia e inconsciencia. A esto se le suma el aumento en la cantidad de científicos, de abrir la carrera de investigador y de que vengan científicos de afuera. El otro motivo es que Argentina es un país muy interesado por las cuestiones médicas. Tradicionalmente siempre tuvo una escuela médica muy fuerte. La cantidad de escuelas que hay comparada a otros países de un nivel socioeconómico similar es altísima. Hay como una fascinación por el conocimiento en el país. Tenemos premios Nobel ligados al conocimiento como en otros países no hay, científicos argentinos muy valorados afuera. Entonces, desde ese lado, es fácil explicarlo. Pero me parece que el contexto político-científico es clave, se incorporó una temática que antes no existía.

–¿Por qué piensa que se acude particularmente a la neurociencia como disciplina, cuando justamente hay otras corrientes de pensamiento, como el psicoanálisis, que estudian el cerebro?

–La neurociencia avanzó muchísimo en los últimos años, no solo acá sino a nivel mundial. La tecnología permitió conocer qué hace tu cerebro en el momento en que estás haciendo alguna actividad y esto empezó a dar sustento a muchas otras preguntas. En los últimos años dio pasos gigantes que generaron un volumen de información enorme. Si se chequean las revistas que están ligadas a neurociencia hay muchos descubrimientos básicamente porque se sabe poco. La neurociencia empezó a dar respuestas donde no había. Hace muy poco me pasó algo terrible que a mí me marcó mucho: fuimos a dar una capacitación a un colegio en Mendoza y una directora nos dijo “yo me iba a jubilar, hace 40 años que doy clases y nunca me había dado cuenta que los chicos tienen cerebro”. El sistema educativo no tenía contemplado la existencia sobre los conocimientos acerca del cerebro y esto no por culpa del sistema educativo sino porque no se sabía. Hace 15 años se le preguntaba a un científico dónde se guarda un recuerdo, cómo se guarda, qué pasa en un sueño y no sabía. Se corrió el eje del conocimiento y hay un volumen de información que genera fascinación por estar relacionado a algo tan cercano como tu cerebro. Tiene aristas desde lo social, desde la toma de decisiones, desde la memoria y el aprendizaje. Es muy fácil bajar esa información porque da respuestas concretas a cosas que te pasan cotidianamente. Si bien es abstracta, la neurociencia es muy empática porque todo el tiempo está atravesada por la conducta.

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