DIALOGOS › EL HISTORIADOR PABLO FONTANA ANALIZA LA GEOPOLíTICA DE LA ANTáRTIDA
Más allá de sus moles de hielo y la presencia de científicos, la Antártida tiene un costado menos conocido: su historia como engranaje de la geopolítica mundial. Hubo allí hasta una revolución bolchevique. Los nazis enviaron buques corsarios. Y el gobierno británico “donó” a la reina un pedazo del sector argentino.
› Por Julián Varsavsky
Pablo Fontana publicó un reciente libro sobre la historia del sexto continente como teatro de operaciones y caja de resonancia de la geopolítica global, donde los nazis mandaron buques corsarios en la Segunda Guerra Mundial, se disputó la Guerra Fría y el conflicto angloargentino incluyó toma de prisioneros y disparos de metralla. Una insólita “Revolución Bolchevique”, la Antártida como ensayo para la colonización de Marte y su hipotética futura explotación.
–¿Qué llevó al hombre a querer colonizar el sexto continente?
–Ya en la época del Virreinato del Río de la Plata, a comienzos del siglo XIX, comenzaron a ir barcos rioplatenses a aguas subantárticas a cazar focas a palazos. Como esos barcos no querían competencia, no dejaban registros de sus viajes y por eso los historiadores no tenemos certezas documentadas. Pero existe un registro de 1818 de un barco que zarpó de Buenos Aires hacia aguas que iban “más allá de Tierra del Fuego”.
–Los norteamericanos, que hoy tienen las bases más grandes del continente blanco, se atribuyen su descubrimiento y usan ese argumento para reservarse el derecho a reclamar todo el continente.
–Nathaniel Palmer, un capitán ballenero norteamericano, llegó a las islas Shetland en 1820 y por eso algunos lo llaman “el descubridor de la Antártida”. Pero en su diario, Palmer relata que llegó persiguiendo a unos foqueros de Buenos Aires que habían estado allí antes.
–La primera explotación sistemática la hizo un encumbrado miembro de la oligarquía porteña: Ernesto Tornquist, quien instaló una factoría ballenera en la Isla Georgia del Sur en 1904.
–Fue la estación Grytviken de la Compañía Argentina de Pesca, que llegó a tener cine, iglesia, cancha de fútbol, hospital y cementerio. Producía mil barriles diarios de aceite. En 1906 comenzaron allí los conflictos con el Reino Unido, al llegar un buque de guerra británico que obligó a bajar la bandera argentina en la factoría, izar la del Reino Unido y pagar impuestos a la Corona. Según algunas versiones, esto habría ocurrido con los cañones ingleses apuntando a la isla (otras lo desmienten).
–En 1920 ocurrió en la estación Grytviken una insólita “Revolución Bolchevique”. La segunda revolución socialista de la historia es considerada la de Mongolia en 1924. Pero si se la mira desde la formal autoproclamación de sus protagonistas, la segunda ocurrió en la Antártida, teóricamente en territorio argentino.
–Esa historia es impresionante y se sabe poco de ella. Solicité documentos al archivo histórico en Puerto Argentino, donde se explica que el conflicto con la Compañía Argentina de Pesca se originó porque los trabajadores exigían que les pagaran en moneda argentina, entre otras mejoras. Al no recibir respuesta, decidieron nada menos que tomar el poder en la isla, declarándose “bolcheviques”, y proclamaron “la primera república socialista fuera de Rusia”. Tomar el poder en ese contexto para los 200 trabajadores no debe haber sido muy difícil. Allí había un gerente noruego y una autoridad británica –una suerte de juez de paz– quienes dejaron testimonio de haberse asustado mucho cuando los trabajadores se pusieron violentos al no recibir respuestas. El poder lo tuvieron por unos diez días, hasta que llegó por casualidad un crucero de guerra británico. Enterados de la situación, desembarcaron los marines y sofocaron la rebelión: los líderes fueron expulsados a Buenos Aires. No existe información clara sobre quienes fueron, si trabajadores rusos o sudamericanos. Lo más interesante es que esto ocurrió poco después de la Semana Trágica en Buenos Aires y poco antes de la Patagonia Rebelde. Contacté a historiadores noruegos de la industria ballenera que me van a facilitar los nombres de aquellos huelguistas, a ver si alguno tuvo participación en las luchas obreras del continente y si existe relación entre los tres episodios.
–En 1938 entró a mover sus fichas en Antártida nada menos que el Tercer Reich desde Alemania.
–Esto se dio en el contexto de la convocatoria en 1938 a la Conferencia Polar Internacional de Bergen, a realizarse en 1940, en la que se reunirían los países con historia antártica motivados principalmente por la industria ballenera. Muchos países reactivaron entonces sus reclamos de soberanía, para no tener que pagarle más impuestos a Inglaterra por cazar ballenas. Argentina y Chile crearon sus comisiones antárticas y los británicos se activaron luego de su impasse de la Primera Guerra Mundial: hasta ese momento, Argentina era el único país con presencia permanente desde hacía 40 años en Antártida, con el observatorio meteorológico en las islas Orcadas del Sur. Mientras tanto, Alemania había anexado Austria y se sentía en el aire que podía estallar una nueva guerra mundial, algo que Francia e Inglaterra trataban de frenar contentando a Hitler al aceptar sus primeras invasiones. En este contexto, Alemania envió su expedición de 1938/39 para sentar soberanía.
–¿Cómo fue esa expedición?
–Hitler envió un barco catapulta con dos hidroaviones de Lufthansa, disfrazado de expedición científica con el interés de anexar parte de la Antártida y no tener que pagar impuestos balleneros a Noruega y Gran Bretaña.
–¿Qué hicieron los nazis en Antártida?
–El capitán Ritscher hizo lanzar desde los hidroaviones unas jabalinas que se dejaban caer por un orificio en el piso. Estás tenían una esvástica estampada y una de ellas una bandera nazi. De esa manera pretendían demarcar su propio terreno, algo que no servía para nada porque las jabalinas se perdían. Existen relatos alemanes de cuando amerizaban con hidroaviones y le hacían el saludo nazi a los pingüinos. Pero el interés geopolítico iba aun más allá de las ballenas en el caso alemán. Los canales de Suez y Panamá eran controlados por los Aliados y el único cruce seguro para ellos entre los océanos, en caso de guerra, sería por aguas subantárticas, donde sus islas servirían como centro de reabastecimiento.
–La llegada de los nazis despertaría el interés de Estados Unidos en la región.
–Ese país no había hecho una sola expedición oficial antártica en los últimos 100 años. Cuando se enteraron de la llegada de los nazis, Roosevelt organizó en 1939 una de urgencia para ganarles de mano, instalando dos bases en el mismo lugar en donde aquellos habían planeado una.
–¿Antártida fue teatro de operaciones de enfrentamientos en la Segunda Guerra Mundial?
–En aguas subantárticas aparecieron varios de los barcos corsarios que los nazis mandaron por el mundo disfrazados con banderas de otros países y sus armas ocultas. El episodio más impresionante fue la captura por parte del barco alemán Pinguin de dos flotas balleneras completas de bandera noruega. El 13 de enero de 1941, luego de varios días observando a los noruegos desde la distancia, el Pinguin se acercó a toda máquina en la noche con las luces apagadas, hasta que de repente encendieron un reflector y elevaron sus cañones. Los alemanes subieron a la cubierta de los dos barcos principales noruegos, los cuales entregaron el mando. Así los nazis se hicieron con 20.000 toneladas de aceite, 10.000 de combustible y llevaron los barcos balleneros, más otros once arponeros, a Francia para transformarlos en caza submarinos.
–Ese fue un golpe que se hizo sentir entre los Aliados.
–Inglaterra comenzó a patrullar la zona y a partir de ese episodio destruyeron a cañonazos y dinamita la factoría ballenera de la isla Decepción, por miedo a que cayera en manos nazis. Además, los australianos minaron los puertos de las Islas Kerguelen, donde los alemanes se habían abastecido. Muchas de esas minas permanecen allí hasta hoy.
–Todo esto derivó en la Operación Tabarín de los ingleses en 1944.
–En plena guerra, el parlamento inglés analizó en secreto el avance argentino en Antártida y reaccionaron bajo el análisis de que, si no hacían nada en la zona, terminaría pasando lo mismo que en las Orcadas del Sur, donde flameaba la bandera argentina desde hacía 40 años, eliminando todo argumento inglés de soberanía. Entonces organizaron la expedición de 1944, que instaló sus dos primeras bases permanentes. La excusa fue que la operación era contra los alemanes, algo que no era creíble ya que los corsarios se habían ido de la zona en 1941: en verdad fue contra el avance argentino, algo que se comprobó cuando se desclasificaron los documentos de los diálogos en el parlamento inglés.
–Es notable cómo, en plena Segunda Guerra Mundial, la corona inglesa no dejó de pensar un instante en términos de imperio global, cuidando sus “conquistas”así sea en el fin del mundo, cuando uno se imagina que debían tener otras urgencias.
–Así funciona la lógica de la geopolítica imperial.
–La respuesta a la operación Tabarín la daría Perón.
–En 1947 Perón instaló dos nuevos destacamentos navales, los primeros después de 43 años: uno en Melchior y otro en la pequeña isla Decepción, que tiene forma de herradura, enfrentado a una base británica. Así el ambiente comenzó a caldearse con protestas diplomáticas. La corona inglesa reaccionó enviando dos fragatas a controlar a los argentinos y Perón envió en 1948 a su flota de mar a las islas Shetland: dos cruceros, ocho destructores y buques de transporte instalados frente al destacamento británico. La alarma se encendió en el gobierno británico, que envió de urgencia un crucero de guerra que tenía en Sudáfrica junto con otras fragatas. Pero cuando llegaron los ingleses, los buques argentinos ya se habían retirado y se encontraron con su destacamento naval. Así se generó una escalada con demostracionesde fuerza, un proceso que preocupó al gobierno norteamericano, temiendo el estallido de una guerra entre Argentina y el Reino Unido. Esta crisis se descomprimió con la firma de un acuerdo tripartito entre Argentina, Chile y el Reino Unido en el que se comprometían a no enviar a la zona buques de guerra mayores a una fragata.
–La calma duró hasta que los laboristas perdieron el poder en Inglaterra y regresó Churchill, un fuerte enemigo de Perón.
–En 1952 llegó desde las Malvinas un buque británico a instalar una base en Bahía Esperanza, donde Argentina tenía un destacamento. Los argentinos les advirtieron que no desembarcaran pero los ingleses lo hicieron. Entonces un marino argentino hizo disparos de ametralladora al aire u ocasionó la retirada en bote de los recién llegados, que dejaron parte de su carga en la costa. Esto produjo un intercambio diplomático muy fuerte entre los dos países, que se saldó cuando Argentina alegó que el marino había disparado malinterpretando las órdenes. Pero documentos desclasificados de la Cancillería argentina confirman que los argentinos no hicieron más que cumplir las órdenes.
–Churchill después se la cobraría ésta a Perón.
–Sí, un año después. Argentina había instalado un refugio en Isla Decepción en 1953. Ese mismo año llegaron buques británicos, lo destruyeron –y a otro chileno– y se llevaron prisioneros a dos marinos argentinos. Perón y el presidente chileno Ibáñez del Campo justo estaban reunidos y reaccionaron con la firma de un documento declarando que, si volviera a repetirse una agresión de ese tipo contra Chile o Argentina, ambos países iban a responder de manera conjunta y violenta. Así los dos países sudamericanos estrecharon lazos antárticos contra Inglaterra.
–Al margen de estos episodios graves, en su libro La pugna antártica hay cantidad de escenas dignas de niños “mojándose la oreja”: un país emite una estampilla que no le gusta al otro y ese hace un escándalo diplomático. Cuando una base queda vacía vienen los otros y se roban la bandera o algunos objetos, que después devuelven, y se tapan mutuamente los carteles con el nombre de un país y el otro.
–Estas cosas sucedieron siempre. En 1942, un buque argentino instaló banderas y actas de soberanía en varios puntos. Los británicos pasaron al año siguiente y retiraron todo para entregárselo a la Argentina diciendo: “con gran sorpresa de Su Majestad, hemos encontrado esto en nuestro territorio antártico”. Pero no era ningún secreto que Argentina había instalado esas cosas, ya que fue publicado en los diarios. Entonces los ingleses fueron a recoger los objetos porque lo leyeron ahí. Un mes después de esa devolución, pasó el mismo barco argentino a retirar los objetos demarcativos de los británicos.
–¿Cómo repercute la Guerra Fría?
–Estados Unidos envió en 1947 a su Task Force 68 con 4700 hombres, la expedición más grande de la historia antártica, una gran maniobra militar donde probaron tecnologías de guerra, quizás pensando en un enfrentamiento con los soviéticos en el Polo Norte.
–Mientras tanto, el conflicto angloargentino iba en ascenso. En 1948 dos corbetas argentinas y una británica estaban peligrosamente enfrentadas en la “herradura” de la Isla Decepción. Pero el episodio tuvo un final casi surrealista.
–Terminó en un partido de fútbol sobre la nieve que Inglaterra ganó 10, según fuentes británicas. En aquella época los gobiernos competían “a ver quién era más guapo”. Pero después los hombres concretos, allí en medio del frío y la soledad, lo que menos deseaban era algún tipo de enfrentamiento. A la primera de cambio terminaban canjeando whisky por carne: lo que necesitaban era socializar.
–En 1959 se firmó el Tratado Antártico y el panorama cambió radicalmente hacia una especie de internacionalización limitada.
–Perón y Churchill ya no estaban en el poder y el aceite de ballena perdía importancia. El tratado llegó justo después del Año Geofísico Internacional. La versión rosa era que gracias a la participación científica los países iban a poder convivir allí en solidaridad, lo cual no deja de ser cierto. Pero además, a raíz de los informes científicos, las potencias coloniales concluyeron que la explotación de los recursos minerales antárticos resultaría demasiado cara y no era viable. Entonces perdieron interés. Los soviéticos ya habían entrado con bases científicas muy avanzadas y la India propuso una internacionalización de la Antártida. Esto último terminó acercando posiciones incluso entre Argentina e Inglaterra ante la posibilidad de que los países que ya estaban allí perdieran sus derechos.
–Hace tres años, el gobierno británico “obsequió” cuatrocientos mil kilómetros cuadrados de Antártida a la reina de Inglaterra, otro de esos episodios que rondan lo surreal.
–Con el agravante de que aquel territorio, por cierto dentro del Sector Antártico Argentino, fue descubierto por un explorador argentino en 1955: el general Hernán Pujato. Pero, al margen, si pensamos nuestro diferendo antártico con países como Inglaterra a la inversa, sería como si Argentina y Chile fuesen a reclamar una parte del Artico o alguna isla de Escocia: dirían que estamos locos. Sin embargo, está tan naturalizado el “derecho” de ciertos países del hemisferio norte por sobre los del sur, que a nadie le llama la atención esa postura imperial. Es la misma mirada eurocéntrica que ha justificado el colonialismo desde hace siglos.
–¿Cómo ve el futuro geopolítico de la Antártida a 50 o 100 años?
–Yo creo que va a haber grandes cambios. En algún momento la escasez de diferentes recursos a nivel mundial y el avance tecnológico va a volver rentable la explotación de sus recursos naturales. En cierto momento algún país podría llegar a decir: “nuestros recursos económicos, o el agua, no nos alcanzan para alimentar a la población y para obtenerlos vamos a hacer minería en la Antártida”, donde hay cadenas montañosas gigantes que son un yacimientos incalculable de minerales. Además están las reservas de agua dulce más grandes del planeta. Llegado ese punto se discutirán, no sé si soberanías concretas, pero posiblemente sí el cómo, qué país o cuál empresa harán la explotación.
–El Tratado Antártico prohíbe la explotación económica y la actividad militar. Pero de alguna manera los países que lo firmaron están pensando subrepticiamente en una explotación a futuro y por eso están allí. Cuesta creer que más de 30 países gasten recursos multimillonarios durante décadas nada más que por amor a la ciencia. ¿Alcanza este tratado para frenar lo que podría ser una suerte de privatización de la Antártida?
–Es un futuro donde las posibilidades son infinitas. Si se reconocen soberanías, después cada país podría teóricamente hacer lo que quisiera allí. Diversas convenciones y protocolos antárticos conforman un marco legal que frena, en cierta forma, la explotación comercial de los recursos, como el Protocolo de Madrid. Pero si ese contexto cambiara, algo distinto podría suceder. Además, si una gran potencia militar decide no respetar el tratado, ¿quién la frena? Es un equilibrio frágil que debe ser defendido.
–Antártida sería el último rincón de la tierra que nos queda por arruinar. Y pensar que el Reino Unidos estudió la posibilidad de probar allí sus primeras bombas atómicas. Mi impresión es que el Tratado Antártico tiene algo de manual de buenas intenciones donde lo subyacente no está puesto de manifiesto: uno se pregunta ¿hasta dónde lo sustancial no será lo subyacente?
–Queda latente; igual creo que es un instrumento útil. La guerra de Malvinas tiene un detalle del que pocos se percatan: comenzó en territorio subantártico de la Isla de San Pedro, en las Georgias del Sur, y terminó en territorio subantártico de las Islas Sandwich del Sur, donde los ingleses destruyeron una base argentina y la guerra se frenó ahí, a medio grado de latitud del Tratado Antártico; no la continuaron hacia las Islas Orcadas del Sur, donde tenemos una base, ni al resto del continente antártico. Y yo creo que el Tratado Antártico no fue menor en esto, una muestra de que funciona.
–Uno no puede evitar ver a los miles de científicos que van a la Antártida, como una suerte de soldados de avanzada en un extraño frente, arietes en pugnas geopolíticas con raíces muy profundas, incluso secretas. El Reino Unido, por ejemplo, le vendió su base Faraday a Ucrania en 1996 por una libra (en teoría para evitar los costos de desmantelarla, pero algunos lo ven como una estrategia para incorporar otros países a los reclamos y debilitar la postura argentina). Estos científicos ucranianos que se pasan un año entero aislados, jugaban geopolíticamente hacia el lado de Rusia, muchos quizás sin saberlo. Cuando se dio el golpe de estado en 2014, pasaron a jugar para la OTAN.
–Sí, en teoría la ciencia tiene pretensión de objetividad: pero sabemos que eso es más complejo. Y por supuesto los científicos tienen ideología.
–Yo estuve este año recorriendo la base ucraniana Bernadsky: uno de los científicos tenía en su cuarto una bandera del nacionalismo ucraniano con una esvástica, seguramente un simpatizante del partido Svoboda, la fuerza de choque neonazi, apoyada por Estados Unidos y OTAN, que ejecutó la parte violenta del golpe de estado en ese país y que hoy ocupa ministerios en el “gobierno democrático”.
–Un poco les pasó como a aquellos cosmonautas que estaban en la estación espacial Mir cuando cayó la Unión Soviética: al volver a la tierra todo había cambiado de signo.
–Suena raro, pero la Antártida, un continente sin países ni habitantes, es pensada por algunos como modelo para la colonización de Marte.
–Un argentino que trabaja en la NASA estuvo en la Base Marambio probando trajes para Marte. El Instituto Antártico Argentino realiza en la Base Belgrano II estudios de la psicología del hombre en situaciones de frío extremo, noche polar –tres meses sin ver el sol– y aislamiento, orientadas a futuras misiones a Marte. Cada vez más se toma a la Antártida como banco de pruebas para otro planeta. Quizás dentro de un par de siglos los instrumentos legales utilizados allí sirvan para Marte o la Luna.
–Entonces primero van a arruinar la Antártida. Y si resulta cierto el latiguillo de que la tercera guerra mundial será por el agua –acaso con el continente blanco como teatro de operaciones– una vez que no quede nada allí, irán a explotar las montañas de Marte, acaso las grandes corporaciones ya independizadas de los estados, como en las novelas de William Gibson: ¡La cuarta guerra mundial será por Marte! Acá tenemos el argumento para una maravillosa novela de ciencia ficción.
–Si tenemos una tercera guerra mundial, dudo que lleguemos a Marte. Yo prefiero ser optimista se hacen grandes esfuerzos por cuidar la paz y el medio ambiente antártico, pero sí: podemos comenzar a escribir esa novela. Mucho más osado fue Julio Verne en su época.
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