Lun 22.05.2006

DIALOGOS  › EL HISTORIADOR BRITANICO ANTHONY BEEVOR ANALIZA LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

“La historia no es nunca blanco y negro”

Abrir el debate sobre los orígenes de la Guerra Civil debería, para el británico Anthony Beevor, autor de La Guerra Civil española, marcar la próxima conmemoración del 70º aniversario del inicio de esa contienda. Para el historiador es también importante entender de una vez que el pasado es pasado.

› Por Jacinto Antón *

–Empecemos por el principio. Dice usted que la verdad fue la primera víctima de la Guerra Civil. Luego los mitos, falsedades y malentendidos han ido envolviéndola sin cesar.

–Le pondré un ejemplo. En 1988, cuando las cosas comenzaban a cambiar en la Unión Soviética con la glasnost, asistí a una conferencia sobre las Brigadas Internacionales de un viejo general ruso que había luchado en la Guerra Civil española como piloto de caza. Su padre había sido uno de los responsables de la defensa aérea de Moscú en la Segunda Guerra Mundial, y Stalin lo había enviado al Gulag. Bien, mientras el general explicaba esa circunstancia al auditorio y pasaba a hablar de los crímenes de Stalin, todos aquellos viejos comunistas ingleses que lo escuchaban se empezaron a cabrear. Y uno se levantó y dijo furioso: “Nadie en mi presencia puede acusar a Stalin, él fue el salvador del mundo”. Era increíble, un general ruso acusando a Stalin de errores y crímenes, y esa gente que simplemente no podía aceptarlo. Fue muy fuerte. Algunas cosas del debate actual en España, tan interesante, me recuerdan aquello. Uno de los problemas es que para la izquierda aún es artículo de fe el mito de la República inmaculada, virginal. Y es importante aceptar que la historia no es blanco y negro.

–¿El mito de la inmaculada República?

–Sí, la idea de que era como una doncella inocente atacada por el monstruo franquista. Hay que ir con mucho cuidado con ese mito. Por eso es tan necesario analizar bien los orígenes de la guerra. Eso es parte muy importante del debate; la gente ha de clarificarse, ha de entender el principio de todo, por qué la derecha reaccionó como lo hizo.

–Eso parece ir un poco a contracorriente.

–La tarea básica del historiador es entender, no defender algo. En Alemania, ¿sabe?, me atacaron porque dijeron que mi libro sobre la caída de Berlín no tenía un pensamiento dominante. Pero para un historiador no hay nada peor que tener una opinión dominante, porque entonces busca material, lo selecciona, lo ordena y lo relaciona para apoyar su argumentación, sus teorías. Este es aún, a mi modo de ver, el problema en España. En el debate actual vuelven a encontrarse con las viejas guerras de propaganda, los mismos fantasmas de la propaganda de hace setenta años.

–Usted cree que el aniversario es una buena oportunidad para cambiar las cosas.

–Sí, sí, yo espero que este año veamos abrirse realmente ese debate. El problema es que la gente piensa aún en términos absolutamente monolíticos y maniqueos. De la República o del Frente Popular, por ejemplo. Pero ¿qué quieren decir exactamente cuando se refieren a una y a otro? No es lo mismo la República antes de la guerra que durante la guerra. No es lo mismo Azaña que Indalecio Prieto o Largo Caballero, o los comunistas, o los anarquistas. ¿De qué República estamos hablando? Obviamente, el punto central, y el argumento del libro, como sabe, es que la República era una alianza absolutamente variopinta, con enormes contradicciones internas y puntos de vista incluso enfrentados en cuanto al concepto de Estado y de sociedad, un crisol de incompatibilidades y sospechas mutuas. Y en cambio, los nacionalistas componían comparativamente un bloque homogéneo, mucho más coherente, aparte de algunos falangistas. Eran todos derechistas, centralistas y autoritarios.

–En cuanto al Frente Popular...

–La gente habla y habla del Frente Popular, pero ¿qué era el Frente Popular? Era una alianza que iba de lado a lado de todo el espectro político. Desde Martínez Barrio, de centroderecha y antiguo lerrouxista, hasta la extrema izquierda, y además distintas variedades de extrema izquierda. Es cierto que el programa de gobierno y el gobierno del FrentePopular en sí era muy liberal, no dictatorial, pero infortunadamente sus apoyos, especialmente los caballeristas, no eran nada democráticos. Tenemos a Largo Caballero amenazando pocos días antes de las elecciones del 16 de febrero de 1936 con una guerra civil si ganaba la derecha. ¡Ni siquiera los políticos de extrema derecha decían esas cosas! Me pregunto si Largo Caballero y los otros se intoxicaron con su propio discurso apocalíptico o si de verdad lo creían. Es interesante, pero lo realmente importante para hoy es entender por qué el centro y la derecha llegaron a estar tan paranoicos tras el levantamiento en Asturias y el intento de revolución de 1934. Quizá tenían razones para serlo a causa de los acontecimientos y de toda la retórica de revolución bolchevique: hay que recordar que Largo Caballero incluso llegó a decir que había que acabar con la lucha de clases y que para ello era necesario hacer desaparecer a toda una clase entera. Eso era la eliminación de la burguesía en términos leninistas. Es lógico que afirmaciones así asustaran.

–¿La amenaza de una revolución bolchevique movilizó, pues, a la derecha?

–No ha de verse como una justificación, por supuesto, pero debe comprenderse por qué la gente actuó como lo hizo. Hay que entender. Ese es un problema todavía en España. La gente es aún incapaz de salir de su propia piel, de la piel de su familia, de la piel de sus lealtades políticas. Es necesario ver las cosas de otra manera, más fresca. Supongo que ésa es una de las razones por las que los españoles han estado dispuestos a escuchar a historiadores extranjeros, los cuales, como yo, lo encontramos algo embarazoso. Espero que este año no vuelva a haber sólo un debate de pimpón entre la izquierda y la derecha, que la gente haga el esfuerzo de salir de sus prejuicios, de los artículos de fe. La verdadera prueba de completa madurez política, y eso creo que se da en muchos historiadores españoles, la mayoría de los cuales han conseguido una gran honestidad intelectual pese a las dificultades, se producirá cuando todo el mundo entienda que el pasado ha pasado.

–Usted piensa que eso no es así ahora.

–Mire, una anécdota. En septiembre del año pasado quedé sorprendido enormemente por alguno de los periodistas que me entrevistaron en España. “¿No piensa que estamos igual que entonces, que existe otra vez riesgo de guerra civil?”. ¡Pero qué está diciendo!, le contesté. Piense un momento. ¿Cree realmente que España está en las mismas circunstancias? España era entonces la víctima de circunstancias externas, de la guerra civil rusa, del miedo mundial, del furor del bolcheviquismo, de la crisis económica mundial. La tragedia de España fue el timing, el momento. Pretender que España afronta hoy similares peligros, amenazas, riesgos, es simplemente basura. Resulta terrible que gente seria pueda creer eso. La gente piensa que la historia se repite. Pero la historia nunca se repite. Lo que encuentro especialmente interesante de la Guerra Civil española es que despierta más pasiones y denegación del pasado que cualquier otra guerra de la historia moderna. Hay muy poca discusión sobre lo que pasó en la guerra civil rusa, por ejemplo. Y tampoco se discute sobre la Segunda Guerra Mundial, a excepción de algunos aspectos concretos controvertidos, como el bombardeo de las ciudades alemanas. En España, en cambio, hay esa increíble pasión y esa negativa a ver las cosas desde otra perspectiva distinta de la propia.

–De su libro se deduce que es usted muy crítico con el papel de su propio país en la Guerra Civil.

–No con el país, sino con el gobierno de la época, que tuvo una visión muy corta y una gran hipocresía. Cuando se dieron cuenta de su error ya no había tiempo para nada. Su actitud fue producto también del exceso de pacifismo tras la debacle de la I Guerra Mundial. La idea de entrar en otra guerra, de que España fuera un segundo Sarajevo, causaba pavor. Hay que entender asimismo la conmoción internacional que provocaron losprimeros excesos de la guerra. La prensa extranjera se concentró en la zona republicana, donde la cobertura informativa era más fácil. Así que tuvieron mucho más eco las atrocidades de ese bando que las de los nacionales, que practicaban un control férreo de los pocos periodistas que se desplazaron a su zona. La propaganda en el orden internacional la perdió al principio la República, en buena parte, por eso. Hasta el bombardeo de Guernica, en abril de 1937, no cambió la marea; pero ya era tarde, los republicanos ya habían perdido técnicamente la guerra. En todo caso, hay que dejar claro que la política de no intervención y el embargo no cambiaron el curso de la guerra. Ni los franceses ni los británicos tenían en sus arsenales material comparable al que recibían los nacionales. De hecho, que se negaran a vender armas a la República no significó nada en realidad.

–¿Fue premeditado o un error el bombardeo de Guernica?

–No se puede saber. No están claros los motivos ni leyendo los diarios de Wolfran von Richtofen, el jefe de Estado Mayor de la Legión Cóndor que acabó siendo su comandante. En Guernica estaban atacando con una táctica brutal de alfombra de bombas en un intento de bloquear las carreteras del frente. No trataban sólo de hundir el puente. ¿Querían deliberadamente destruir la ciudad emblemática de los vascos? No lo sé, y quizá no lo sepamos nunca. Sea como fuere, no hay indicación en los papeles de la Legión Cóndor de que le dieran mucha importancia a Guernica. Para Hitler probablemente era sólo un punto en el mapa en el que convergían carreteras, dudo que tuviera idea de su importancia simbólica.

–¿Habría ganado Franco sin la Legión Cóndor? De su libro se desprende que fue un arma decisiva.

–Obviamente, la Guerra Civil habría sido más larga. Los aviones fueron importantes, pero los nacionales habrían ganado igual, no tengo la menor duda. Lo que marcó la diferencia fue la mala calidad en general del armamento de la República, con excepciones como los tanques rusos T-26. Los aviones rusos no eran tan buenos.

–Conocí a un piloto de la República, José Sandoval, de la III Escuadrilla de Chatos, que luchó en la batalla del Ebro; le tenía mucho cariño a su avión.

–Le diré, en forma de homenaje a ese aviador, que para ser piloto de Chato en el Ebro contra los Messerschmitt 109 alemanes había que ser muy valiente. Podían enfrentarse a los Fiat, pero no tenían la más mínima chance contra los Messerschmitt. Era un caso como el de los pilotos rusos en sus antiguos aviones al principio de la Segunda Guerra Mundial: sabían que estaban muertos antes de entrar en la carlinga. Eso sí es coraje.

–Los nazis experimentaron muchas de sus armas básicas en la Guerra Civil, como los Stuka.

–Sí, el Junkers Ju-87, el bombardero en picado que sería la punta de lanza de la guerra relámpago en Europa, fue el arma de mayor importancia psicológica que ensayaron en España. Tenían un equipo de investigación, bajo el mando del comandante Von Fugger, que examinaba minuciosamente los efectos de los ataques, medía los cráteres de las bombas y eso. Y éste es el efecto de una bomba de 500 kilos de un Stuka. Vea, destruía completamente una iglesia. Así que ¿quién destruía las iglesias? Seguro que luego la propaganda franquista se encargó de colgarles el sambenito a los rojos. Es posible que los alemanes eligieran algunos objetivos sólo para probar sus armas. Un frío y terrorífico cálculo.

–Desde el punto de vista militar, la Guerra Civil española no presenta grandes figuras. No hay un Rommel, un Manstein, un Patton...

–Es cierto. En parte porque ambos bandos estaban completamente anclados en la doctrina militar francesa de la Primera Guerra Mundial. Es de lo más divertido, dentro del horror, leer los diarios de Richtofen en ese aspecto. Era un bastardo arrogante lleno de mierda, pero resulta gracioso ver lo frustrado que se sentía por la manera en que los franquistas desaprovechaban las ocasiones. En fin, desde el punto de vista estratégico y táctico, la Guerra Civil española no es fascinante, obviamente. Pero resulta interesante desde otro ángulo. Es el momento intermedio entre las tácticas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Se puede observar, sobre todo en el lado franquista, por los alemanes, el desarrollo de tantas técnicas que se usaron después de manera devastadora en la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes hicieron un empleo enormemente efectivo de la aviación contra las tropas de tierra. Y en el Ebro vemos el uso de la aviación nacional en parejas de cazas, que copiarán los británicos en la Batalla de Inglaterra. Los rusos, por su parte, aprendieron en España la coordinación de la artillería pesada, pero no la usaron hasta Stalingrado. Es importante resaltar que los británicos y franceses, con notables excepciones como Liddell Hart y De Gaulle, sacaron equivocadas conclusiones tácticas de la Guerra Civil. Una de ellas fue que las técnicas de penetración rápida con blindados no funcionaban, sólo porque los italianos fracasaron en Brihuega y Guadalajara. Los teóricos infirieron que la infantería sola podía detener a los tanques. Pero los alemanes sabían perfectamente que, bien realizada, la Blitzkrieg funcionaba estupendamente.

–¿Qué opinión militar le merece Franco?

–No he estudiado su carrera en el norte de Africa, posiblemente era bueno como oficial de línea. En la Guerra Civil cometió grandes errores. En el momento central de la batalla del Jarama tomó la decisión errónea. Era un hábil político, astuto, pero no un buen general. Su forma de conducir la guerra no puede entenderse sin tener en cuenta su objetivo prioritario de “limpiar la patria de enemigos”.

–¿Podía ganar la República?

–Es muy difícil. Probablemente no. Perdió su oportunidad, si la tuvo, al principio. Un ataque en primera instancia y una pérdida de terreno de los rebeldes habría puesto las cosas más difíciles para éstos. Haciendo un poco de historia ficción, podríamos imaginar la guerra alargándose y la República aguantando hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Pero ni siquiera esa eventualidad habría servido: recuerde que los británicos no pudieron impedir la caída de Francia en 1940, casi no tenían armas para su propio ejército y reservaron lo mejor, como los Spitfire y sus pilotos, para defender su país. Si no, no habrían tenido nada que oponer a los alemanes. La política de Negrín de aguantar a toda costa, confiando en el estallido de la guerra mundial, era una locura.

–Fue una guerra atroz, pero con un gran componente romántico.

–Oh, sí, romántica en el sentido de leyenda trágica. Mire la Pasionaria, su gran discurso de despedida a las Brigadas Internacionales. Y la derrota, ¿sabe?, es la materia pura del mito. Hay toda una gran tradición entre nosotros, los británicos, del mito del desastre militar, como la carga de la Brigada Ligera.

–“Honor the charge they made! / Honor the Light Brigate, / Noble six hundred!” En la Guerra Civil también hubo una gran carga de caballería.

–Sí, de la División Monasterio, en Alfambra (Teruel), la última de la caballería española como unidad. Ya que hablamos de Tennyson, la relación entre literatura y guerra es fascinante. La Segunda Guerra Mundial ha producido buena literatura por el dramatismo de sus opciones morales. La Guerra Civil española, pocas novelas —Por quién doblan las campanas, obviamente—, pero sí mucha y muy buena poesía. Tras la liberación de París, todos los jóvenes de Saint-Germain-des-Prés trataban de escribir la gran novela de la Resistencia, que debía estar llena de angustia existencialista. En España se han escrito pocas novelas influyentes sobre la Guerra Civil.

–Nunca deja de sorprender la ferocidad de esa guerra, que al cabo se dirimía entre dos ejércitos españoles.

–¿Recuerda el principio de mi libro? Dejo claro que uno de los calificativos equivocados que se atribuyen a la Guerra Civil es el de “guerra fratricida”. Si algo hace especialmente terrible y cruel la Guerra Civil española es la deshumanización del enemigo. Tanto da que se tratara de un hermano; si alguien estaba en el otro bando, era completamente deshumanizado. Esa noción de deshumanización del enemigo la volvemos a ver luego sólo en la guerra en el Este entre la URSS y la Alemania nazi. En España continuó después de la guerra. Ahora, en Rusia, tienes a veteranos alemanes de Stalingrado que regresan a la ciudad y son bienvenidos por los habitantes de la ciudad. En otros países, el debate sobre la reconciliación sí ha sido completado.

–¿Qué opina de las tropas moras de Franco?

–Su presencia era embarazosa para los propios nacionales, porque no parecían precisamente los elementos más lógicos de una cruzada. Practicaron las violaciones, a las que los animaban sus oficiales, como una táctica de terror, de la misma manera que se hizo luego en Yugoslavia. Militarmente, esos contingentes eran muy brillantes en el uso del terreno, y desempeñaron un papel psicológico importante: la milicia republicana estaba atemorizada por los moros que gritaban por la noche, de manera similar a como atemorizaron los gurkas a los argentinos en las Malvinas. El corazón marroquí del Ejército de Africa, los tabores de Regulares, era posiblemente la fuerza más efectiva de los franquistas.

–Su libro trata de ser ecuánime. Una prueba es que los terribles capítulos sobre “el terror rojo” y “el terror blanco” tienen el mismo número de páginas. Pero señala diferencias en la naturaleza de ese terror; habla de la “limpieza étnica” de los nacionales y les achaca 200.000 víctimas frente a las 38.000 que calcula causó el bando contrario. Sus simpatías están muy claras.

–Puedo entender por qué tanta gente se unió al levantamiento militar, asustada por el caos. Para muchos era difícil imaginar que después de octubre de 1934 España volvería a un gobierno parlamentario normal. Pero en cuanto a Franco mismo y la venganza despiadada que desplegó en 1939-1940, uno sólo puede sentir piedad por las víctimas. Algunos me han reprochado sentir demasiada piedad por los soldados alemanes muertos de hambre atrapados en el cerco de Stalingrado. Pero cuando uno siente piedad por las víctimas siente piedad por todas ellas. De nuevo, quizá se trate de una costumbre inglesa. Lo importante, insisto, es reexaminar las causas de la Guerra Civil, siempre en la consideración de que una excelente norma para los historiadores es recordar que nada está predestinado en la historia.

El tiempo ha volado y Beevor ha de marcharse hoy mismo a Estados Unidos para una serie de conferencias y para embarcarse en otras guerras (literalmente: trabaja en un nuevo libro sobre el desembarco de Normandía que aparecerá en 2009). Mientras acompaña hacia la puerta y uno le comenta de pasada que en una tienda de antigüedades militares en Thayer Street tienen a la venta un trozo de sujetador de Eva Braun, Beevor saca a colación el nombre de David Irving. No es mala idea acabar la charla sobre la Guerra Civil con un historiador que se ha ido deslizando hacia el peor revisionismo y ha acabado en prisión –en Austria–, por negar el Holocausto.

–¿Qué lección cree que ofrece Irving?

–Es un debate muy interesante. Personalmente, no creo que haya que meter en la cárcel a ningún historiador, ni siquiera a Irving. Mi opinión es que se han de combatir las mentiras históricas con verdades históricas.

Se le ve feliz a Beevor. No es raro: su libro sobre la Guerra Civil es un éxito en España, fue oficial en el prestigioso 11º Regimiento de Húsares, está casado con la nieta de la mujer más bella de Inglaterra y ha conseguido superar su inexplicable adicción a fumar Ducados. Y además, él es inglés y no tiene que regresar a dirimir su pasado al oscuro bosque de los fusilamientos.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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