DIALOGOS › ENTREVISTA AL ESCRITOR COLOMBIANO FERNANDO VALLEJO, AUTOR DE “LA VIRGEN DE LOS SICARIOS”
Escribe siempre sus novelas en primera persona, en un español puro, sin anglicismos ni atropellos. El autor de La virgen de los sicarios, un testimonio brutal de amor y violencia, lleva Colombia en todos los poros de su cuerpo. Aquí, habla sobre la novela que está escribiendo, sobre el idioma, sobre el sexo y sobre su país. Habla sobre Fernando Vallejo.
› Por Juan Cruz *
–Me gustaría leerle esta definición que hace usted de un personaje, el doctor Flores Tapia, en el libro que está escribiendo, y del que la revista colombiana El Malpensante ha ofrecido fragmentos: “Tímido, discreto, modesto, cordial, sencillo, complaciente, atento, afectuoso, amable, cortés, risueño, encantador, benévolo”. Qué señor.
–Es una lista de adjetivos; se los puse para contraponerlos a los que merece su mujer, que es muy mala. Es un procedimiento literario: enumerar cosas. Y ésta es una lista de adjetivos, así que los puse todos buenos.
–¿Tienen que ver con usted esos adjetivos?
–No, yo soy muy malo.
–Aquí hay otra lista suya. “Soez, sagaz, mordaz, feliz, falaz, olvidadizo, espontáneo, insensato, inmoral, payaso, cuentavidas, deslenguado, hijueputa...”.
–Esa es otra lista antigua, y si mal no recuerdo describen a alguien en mi libro El desbarrancadero, pero no soy yo.
–Búsqueme unos adjetivos para usted.
–Un ser humano cabe en muchos adjetivos; es revolucionario, inteligente, pobre... A mí los adjetivos me los tienen que poner los demás porque yo no me doy cuenta muy bien de cómo soy yo.
–¿Qué es lo que le interesaría saber de usted?
–Yo soy un caos. Un caos de recuerdos, y de olvidos; sobre todo en los últimos años, en los que he estado perdiendo la memoria.
–Dice usted que los psiquiatras borran los recuerdos...
–Y los malos recuerdos.
–¿Y para qué está la literatura?
–Para molestar, porque me gusta molestar a los hipócritas. Y para ayudarme a borrar recuerdos, aunque eso es una ilusión. Si escribo de la infancia, me libro de esa carga, y si escribo de la juventud, también me quito ese fardo. Siempre he tenido la idea de que la novela sirve como un borrador del recuerdo. Pero el verdadero borrador es el paso del tiempo.
–En ese libro inconcluso que ha adelantado El Malpensante se transparenta un Vallejo más feliz: no está Colombia, no está su rabia.
–Sí, no tiene que ver con otros libros míos. Empecé a escribirlo con mucha facilidad y luego me aburrió. Me dije: no vale la pena escribirlo, no lo tengo tan en el corazón. Estaba diciendo cosas que son necesarias de escribir, pero lo estaba haciendo con demasiada facilidad. Es un libro que empecé a escribir sin fe en él y con ganas de molestar.
–¿A quién quería molestar?
–A la tartufería de la sociedad, a la nuestra de ahora; a la tartufería cristiana, y musulmana, y puritana, y mentirosa, que no hace sino atropellar. Este libro es mucho más malicioso que los otros míos, porque en los otros presento a un personaje anormal dentro de lo que se supone que es la normalidad. Y sin embargo, este psiquiatra que protagoniza la nueva novela, el doctor Flores Tapia, se presenta como una persona normal desde el punto de vista social y sexual; es un charlatán y un farsante, un suplantador de personalidad, y dice que como tiene el alma grande puede entender todas las debilidades de los demás, así que los alcahuetea. Es burletero, cínico.
–¿Es usted?
–No, yo no estoy en él.
–Si usted estuviera en un libro, ¿cómo sería?
–Yo no sería capaz de ponerme en un libro. Porque soy demasiado caótico, y enredado, y contradictorio, y no me puedo apresar en palabras. Yo no tengo más que dos causas en mi vida: la defensa de los animales y el amor por la lengua española. Siempre he buscado escribir en un español correcto, sin los descuidos de casi toda la gente que escribe en español.Yo voy a ser el último defensor de este idioma; España no tiene más que esta grandeza. Lo identifican con el franquismo, y lo atropellan porque así creen estar atropellando ese pasado que detestan, el franquismo. Una persona puede abanderar causas justas e injustas, y Franco abanderó el español. Fue un dictador puritano, defendió la Iglesia católica, habría que censurárselo, pero defendió el español.
–Escribió un libro.
–Sí, y también pretendía ser guionista de cine, pero nadie lo tomó en cuenta. Pero si defendía el español, en eso yo soy franquista, y si defendía la Iglesia católica, en eso soy antifranquista.
–¿De dónde le viene la pasión por el español?
–Viene de Colombia, que es mi país, y del amor que tuvo mi país por la lengua. De 1880 a 1930 fue gobernada por presidentes conservadores que eran gramáticos, más preocupados por el idioma que por defender el territorio nacional, y así permitieron que Estados Unidos nos quitara Panamá.
–¿Y de dónde le viene ese amor por los animales?
–El amor no se tiene, se va adquiriendo, y ahora veo claramente que los animales son iguales a nosotros. Por supuesto, hay una escala de complejidad en los animales, porque no son lo mismo los mamíferos que el resto de los vertebrados y los invertebrados. Tenemos que respetar a los animales en la medida de su sistema nervioso. Mientras más tengan la capacidad de sufrir y de sentir el temor, o el miedo, o la piedad, o la sed; cuanto más sean como nosotros, más los tenemos que respetar. Yo, por eso, ya no volví a comer carne, me volví vegetariano.
–Usted dice que “Kim”, su perra de ojos azules, es la transfiguración de una persona que conoció.
–Carlo Coccioli, un escritor italiano que vivió en México, que ya murió y que amaba intensamente a los animales, decía que Kim era la reencarnación de Mary Douglas, una actriz amiga nuestra, que murió. Pero yo no creo en la reencarnación. Yo creo que la muerte es absoluta. No hay más vida que esta pobre y miserable que arrastramos ahora.
–¿Qué sentimientos tiene ante la muerte?
–De deseo y de terror. A mí la muerte me produce terror, pero la vida también. Así que no estoy muy apegado a la vida, pero es todo muy complicado.
–Algo pensará que va a echar de menos.
–No. Algunas cosas me pueden gustar, pero todo es tan pasajero, la mente es tan cambiante; se pasa de estados de alegría a estados de depresión, a estados de temor...
–¿Y cómo es cuando siente felicidad?
–Los momentos felices existen no más en el recuerdo; si uno es feliz no debe darse cuenta. Uno se da cuenta de que fue feliz en el recuerdo. En general, he vivido felizmente si lo comparamos con la mayoría de la humanidad y he hecho en mi vida prácticamente lo que he querido, y casi nadie puede decir eso.
–Aquí, en la portada de El desbarrancadero, se lo ve feliz, con su hermano Darío.
–La tomó mi tío Argimiro, que era fotógrafo. Yo escribí ese libro por la foto. Me dije: quiero hacer un libro feliz de mi infancia. Teníamos cosas que casi nadie tenía entonces, un carro, fincas, un televisor cuando apenas llegaban televisores a Colombia. Y mi padre era un hombre bueno, nunca nos abandonó, nunca hubo traumas en la casa mía.
–¿A qué se dedicaba su padre?
–Era abogado, y terminó de ministro de Fomento y de senador. No tenía vocación de político ni vocación de poder; mi papá lo que quería eran las fincas, construir casas, y sembrar.
–¿Cómo influyó en usted?
–Pienso que mucho; a mi papá nunca le vi hacer ningún acto innoble, pese a que estaba en la política, que es una actividad que puede rebajar tanto a la gente.
–En casi todos sus libros hay una evocación de su madre.
–Mi madre tiene 89 años. Corté las relaciones con ella algunos años después de la muerte de mi papá. No sé si será algo injusto por mi parte, pero es un asunto muy doloroso, que lo traté en aquel libro, El desbarrancadero. Cuando uno tiene una mala relación con su papá lo puede contar, pero no es muy frecuente que se cuente una mala relación con la mamá. Yo he resuelto contarla porque no hay más verdad que la de uno, como principio literario.
–¿Y cómo lleva ese desencuentro con su madre?
–No le volví a hablar. Hasta que se muera ella o me muera yo. Por lo demás, yo pienso que los padres, tanto mi mamá como mi papá, son culpables de un crimen muy grande, que es el de traer a una persona a este mundo. La vida es muy miserable y dolorosa, y nadie tiene derecho a imponerse a los demás. De todas maneras, yo estaría dispuesto a perdonarle estas cosas a ella si no hubieran ocurrido las otras cosas que cuento en el libro.
–¿Es lo más doloroso que le ha pasado, la ruptura con su madre?
–Lo más doloroso es la muerte de mi hermano Darío, que murió de sida, y lo cuento en El desbarrancadero. Es de las cosas más dolorosas de mi vida, pese a que mi hermano Silvio se pegó un tiro en la cabeza; y la muerte de mi abuela, que es a la que yo más he querido del mundo. Pero la muerte que me derrumbó fue la de mi hermano Darío.
–¿Cuándo murió?
–Hace cinco o seis años. No llevo la fecha; uno se va muriendo de a poquito, uno no se muere de golpe. Se va muriendo con la muerte de sus familiares más queridos, de sus amigos.
–Tuvo nueve hermanos.
–Alguna vez he dicho que tuve 24, o 18; es una manera de decir que tuve muchos.
–En Mi hermano el alcalde hay mucho humor entre ustedes, parece que se llevaban muy bien.
–Siempre hemos estado muy unidos, muy alegres, nunca fuimos trágicos.
–¿Y cómo reciben ellos sus libros?
–Muy bien. Mi hermano el alcalde es un libro que me resultó muy fácil. Mi hermano Carlos, que es el protagonista, me escribía y me mandaba cosas, y mi hermana Gloria, y mi hermano Aníbal me escribía también, y yo escribía lo que ellos me contaban. Así que tenía tres versiones de la historia, y eso me ayudaba mucho.
–Dice usted que, de niño, uno no entiende nada, que a los 40 ya se empiezan a ver “algunas cositas”, y ahora dice que ve claro “muy poquitas cosas”, pero que las ve “con una claridad inmensa”. ¿Qué ha descubierto?
–La primera, ya la había descubierto Aristóteles: que la lengua hablada es muy diferente de la lengua escrita; la primera se aprende sin esfuerzo y la otra hay que aprenderla como si fuera una lengua extranjera. Y después descubrí cómo funciona el fenómeno biológico porque aprendí a ver el bosque sin quedarme atrapado por los árboles. Y escribí mi libro de biología para explicar los grandes problemas de la ciencia biológica hasta llegar al cerebro.
–A Darwin le da duro.
–Darwin pretendió explicar cosas que él nunca llegó a entender. Y ha permeado toda la ciencia biológica; ha escrito un libro estúpido en el que cuenta su teoría de la selección natural, y es todo una perogrullada que no explica nada.
–¿Cuándo descubrió usted que quería ser un artista?
–Quería ser compositor, pero no tenía música en el alma, ni era el momento de hacer música clásica allá, en mi país. Desde hace mucho tiempo,la humanidad no produce grandes músicos, quizá el último fue Sibelius. Y en la música popular, yo creo que el último fue José Alfredo Jiménez. Descubrí que tendría más facilidad para escribir y terminé escribiendo.
–Y lo intentó con el cine.
–Me hice la ilusión de que el cine era el gran arte del siglo XX; ahora pienso que ni siquiera fue un arte, fue un embeleco del siglo XX, es muy poca cosa al lado de la literatura, y a la vez pienso que la literatura es muy poca cosa al lado de la música.
–Colombia es su tema, está en todo.
–Para mí es como una tabla de salvación. No creo en nada, ni siquiera en mi causa a favor de los animales, porque es un acto de fe irracional, emotivo, de amor (Kim, que está a los pies de Vallejo durante la entrevista, ladra). Así que me agarro a Colombia como una tabla de salvación. Sé que es un país más de los doscientos que hay. Los colombianos creen que es el país más feliz de la Tierra; yo no sé si será el más feliz o no, sé que es un país que ha vivido con una intensidad muy grande.
–¿Y esa intensidad incluye la violencia?
–Incluye la violencia. Por eso es el país más violento de América latina. En ese país transcurrió mi infancia y mi juventud, y me he querido aferrar a la idea de que soy colombiano, y sigo hablando en colombiano, y sigo siendo en esencia colombiano. Y nunca ha habido un solo día de mi vida en que no haya sentido la presencia de Colombia.
–¿Es La virgen de los sicarios una metáfora de ese país?
–Nunca la pensé así. Lo que quise contar en La virgen de los sicarios es la historia de un hombre que vuelve a Colombia después de 20 o 30 años y lo encuentra todo cambiado. Ese viaje es el resumen de 20 o 30 regresos míos a Colombia.
–¿Qué produce esa sensación de que Colombia es un país sin arreglo?
–Sin arreglo está la humanidad, no sólo Colombia. Toda la humanidad va hacia el desastre.
–¿Y cómo fue su vida en Colombia?
–Muy desenfrenada.
–¿Cómo en La virgen de los sicarios?
–Como en mi libro El fuego secreto, llena de incidentes y de cosas. Yo estuve muchas veces al borde de matarme; no soportaba tantas locuras, tantas cosas.
–¿En qué consistía la locura?
–En el choque del que no entiende que el mundo no se pliegue a sus caprichos. En El río del tiempo, un niño de pocos años se da de cabeza contra el piso porque no hace su voluntad. Así me sentía.
–Y siempre que escribe hace referencia a esos tiempos.
–La mayoría de la gente no tiene nada que contar, porque no le ha pasado grandes cosas. Pero a mí me pasaron muchas cosas.
–Lo que se advierte es que usted siempre ha buscado el peligro. ¿Adónde le ha llevado esa tendencia?
–Yo nunca he buscado el peligro por el peligro en sí. En esa época de El fuego secreto, yo estaba interesado en los muchachos. El doctor Flores Tapia de mi libro buscaba a los niños, pero yo no buscaba niños; con toda franqueza, yo buscaba muchachos, eran mucho más difíciles de conseguir que las muchachas. Yo preconizo la libertad sexual siempre y cuando no se maltrate a nadie, ni ese ejercicio esté ligado a la reproducción.
–¿Qué consecuencias tuvo para usted esa tendencia a buscar muchachos?
–Colombia, con su inmensa locura, es un país tremendamente libre; nosotros no hemos tenido tiranos, no hubiéramos podido soportar nunca a un Castro o a un Chávez. Nosotros sólo tuvimos a Rojas Pinilla en 1952, y duró tan sólo cuatro años. No era un tirano, era un dictador, y lo tumbamos pacíficamente.
–¿Qué huella le dejó aquel desenfreno?
–Fue una época de mi vida que se quedó atrás. Siempre hice lo que quise, y sigo haciéndolo.
–Le veo más reconciliado con Colombia.
–Bueno, yo nunca me he peleado con Colombia; a mí Colombia me divierte, me divierte hacer rabiar a la gente. Lo que pasa es que los curé de espanto en Colombia y ya ni me hacen caso.
–¿Por qué se fue?
–Porque se me metió en la cabeza hacer cine. Me fui a estudiar a Roma, y como en Colombia no había forma de hacer películas terminé viniendo a México. Hice tres películas que quedaron muy mal; pero estar aquí me ayudó a tomar distancia del colombiano, de los colombianismos, de los localismos.
–Vimos en Sabaneta a los sicarios de los que usted habla en su libro. ¿Cómo es el alma de esos chicos?
–Muy simple. Son chicos sin mucha cultura, viven en las barriadas. Puede que el día anterior no fueran sicarios, pero en el agobio de la vida los contratan para que maten, y ya está.
–¿No le dieron miedo?
–Bueno, en Colombia todo el mundo está acostumbrado a vivir en un ambiente de violencia y de riesgo. En Colombia no está seguro nadie: ni el rico, ni el pobre, ni el presidente, ni el policía...
–Uno de los últimos tabúes contra los que usted ha ido ha sido el incesto.
–Me tomó toda una vida llegar a decir eso alto y claro. Yo pienso que el sexo es inocente menos cuando esté involucrada la reproducción, que entonces es un crimen, o cuando se atropelle a alguien o no sea de mutuo acuerdo. Puede haber un tabú en el incesto por los problemas genéticos que producen los primeros cruces consanguíneos.
–En lo único que usted es ortodoxo es en el uso de la gramática.
–Ahora también soy heterodoxo en eso, porque a nadie le importa que el español se esté volviendo un dialecto malo del inglés, a nadie le importa atropellarlo, y no lo digo por los políticos, los locutores o la gente de la calle, lo digo por los escritores.
–Ha escrito contra los militares, contra Dios, contra los narcos, contra el diablo, contra los ricos. ¿Contra qué no escribiría nunca?
–Nunca escribiría contra los que quieren a los animales.
–A la gente le resultó raro que usted entregara el dinero de su Premio Rómulo Gallegos a los animales.
–Sí, me reprocharon que no se lo diera a los niños abandonados. O sea, querían que siguiera alcahueteando la plañidera que el Papa sigue azuzando. Yo le digo “¡recoja a todos esos niños!” al Papa que tanta leña ha echado a la hoguera demográfica.
–Al otro Papa lo llamó usted de todo.
–Este Papa es más discreto, pero forma parte de ese mundo falso, mentiroso, miserable, de la alta jerarquía católica. Pero tiene cosas que lo hacen menos odioso, como que toca Mozart al piano, y tiene gatos y los quiere. Así que ya estoy viendo una diferencia muy grande entre éste y el anterior. Para bien.
–¿Y cómo se lleva usted con ese niño que fue, y que está retratado ahí, en la portada de El desbarrancadero?
–Lo veo lejanísimo, como si no fuera yo, totalmente desvaído en el pasado.
–¿Cómo es Fernando Vallejo hoy?
–No lo sé, el caos.
–¿Le gustaría saberlo?
–No. Un caos.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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