DIALOGOS › DOUGLAS TOMPKINS, EX EMPRESARIO, ECOLOGO, RESIDENTE POLEMICO
Se hizo rico y dejó todo hace veinte años para dedicarse a la ecología de un modo peculiar: comprar enormes estancias para “restaurarlas” y donarlas para hacer parques nacionales. En Chile como en Argentina, este norteamericano generó polémicas y debates. Cómo piensa que debería ser la tenencia de la tierra.
› Por Andrew Graham-Yooll
–¿Cómo ve el nivel de preocupación por el medio ambiente en la Argentina?
–No distinguiría a muchos países latinoamericanos en términos de preocupación ambiental. El problema es que el medio ambiente no es mencionado todos los días en la prensa y los medios. Nadie parece percatarse de que muchos artículos, nueve de cada diez, tienen que ver con el medio ambiente. Es todo, es un tema social, tanto como el nivel de empleo, cosa que tiene un gran componente ambiental. Creo que el problema tiene que ver con saber del tema de que se trata. Hay muchos temas que, si se los mira con cierto cuidado, se verá que el noventa por ciento de su componente es ambiental.
–¿Por lo tanto el problema es de percepción?
–El problema radica en comprender los profundos lazos que hay entre el ambiente, la economía y la sociedad. Eso nos falta. Uno lee cualquier titular en el diario y allí está el medio ambiente. “Empresa lanza megaproyecto”. Yo veo “megaproyecto” y pienso en algo gigantesco, parte de una expansión, que es el manto sagrado de la ideología capitalista, por ello el mayor factor en la crisis ambiental, y el mayor causante de la crisis social que la acompaña. Tenemos que utilizar esta evaluación para llegar a la raíz del problema. Y el problema radica en la ideología que hace creer que vamos a crecer para siempre, para acelerar la grandeza, más y más, son términos presentados como progresistas y positivos. Yo escucho eso y me pongo nervioso. Si se analiza, verá que mientras todos se lamentan por el problema y dicen que hay que hacer algo, se sigue consumiendo cada vez más energía. Tenemos mayor población, y eso parece bueno porque aumenta el consumo y crecen los mercados. ¿Qué es lo que consume este enorme apetito de crecimiento? los recursos naturales. Transferimos cada vez más recursos a la economía humana. Este aspecto del consumo, el desperdicio, se soslaya, es inconveniente recordarlo porque es como escupir el asado. Así el concepto de más grande, más rápido, para más, pierde algo de su brillo.
–Pero eso también está en conflicto con la doctrina de la Iglesia, la necesidad de procrear, para expandir los mercados cada vez más.
–También es el dogma central del capitalismo. Me preocupa mucho cuando leo los diarios. Por ejemplo, las empresas aéreas quieren “cielos abiertos” porque quieren más pasajeros para llenar más aviones, que significa más contaminación ambiental, más fábricas de aviones, más tecnología para moverlos, más gente viajando por todas partes en vez de quedarse en casa y cuidar su entorno. Luego tenemos los ataques diarios en Bagdad. Pensemos en la tragedia humana, primero, y luego en la ecológica. Vemos los estallidos de las bombas, no pensamos en los fabricantes de bombas, la economía que respalda a los fabricantes. Cada paso es otra falla en el eco sistema del planeta. ¿Cuánto puede durar esto? Si hubiésemos podido ir a la Isla de Pascua hace 500 años seguro que hubiésemos hallado a los habitantes cortando sus valiosos árboles confiados en que tendrían para siempre. Probablemente les preocupaba que había demasiados árboles. Parece estar más allá de la imaginación colectiva de la sociedad pensar que puede llegar un día sin árboles, sin pesca, con comidas hechas de productos químicos. Yo veo las señales en todas partes. Miro la llave de luz, y pienso en el tremendo daño causado por Yacyretá. Pienso en los cables de alta tensión que pronto correrán a lo largo de Corrientes hasta Buenos Aires y pienso en más daño al medio ambiente.
–Cuando usted comenzó a trabajar en esta región, su primer destino fue Chile. ¿Por qué luego pasó a la Argentina?
–La respuesta simple es porque estaba cerca. Cuando hacia fines de los noventa hubo un gran crecimiento en la Bolsa de Comercio, los ingresos de las fundaciones alcanzaron grandes sumas y no podíamos expandir ni gastar en forma responsable en Chile. La Fundación CLT, la nuestra, otras, están obligadas por la oficina de impuestos en EE.UU. a gastar en crecimiento un mínimo de cinco por ciento de sus ingresos. Por lo tanto nos pusimos a buscar tierras para su conservación que pudiéramos comprar. Ya vivíamos aquí y en Chile, y en 1996 les pedimos a unos amigos argentinos en el ambientalismo que sugirieran un lugar. Vinimos como huéspedes del gobierno. Nos llevaron a Jujuy y Salta. El gobierno quería crear un corredor entre Calilegua y los parques nacionales. El proyecto del corredor tenía todo tipo de falencias en torno de títulos, etc. Camino al norte nos detuvimos en Iberá, donde había en venta una estancia de 50.000 hectáreas. Decidimos quedarnos en Corrientes.
–¿Sigue comprando tierras en la región de Iberá o por ahora no?
–Compramos cuando conviene. También vendemos. Compramos un emprendimiento de 110.000 hectáreas a Pérez Companc y hemos ido vendiendo partes dado que sólo queríamos desarrollar una porción como parte del proyecto de medio ambiente. Nos quedamos con 20.000 hectáreas. El resto lo fuimos vendiendo como estancias de buena calidad de explotación. En lo que se conservó hemos instalado una linda casa, antes de la Liebig Extract of Meat Co., y una buena cabaña para ecoturismo en la estancia principal en Rincón, con cabañas más pequeñas y esas cosas. En eso ya llevamos siete años.
–¿Cómo responde a los dichos que lo instalan como agente norteamericano cuidando una porción del acuífero guaraní? ¿O que es un agente de la CIA cuyo objetivo es crear una reserva de agua para Washington?
–Me acuesto cada noche pensando en qué locura van a inventar al día siguiente. Ni en sueños imagino los extremos que se alcanzan. Hay posibilidades infinitas. La imaginación no alcanza. Siempre hay colifatos que andan por ahí, que usan estas cosas con motivos políticos poco claros y no piensan en acomodar sus fantasías a la realidad. Siempre hay gente cuyos objetivos políticos no tienen recursos, o son inescrupulosos, o estúpidos, o malintencionados. Hay teóricos de la conspiración en todo el mundo, y esto que usted dice es una de ellas y hay que reírse.
–Sin embargo, en el caso del señor Luis D’Elía, la teoría se llevó a la acción, pasando tranqueras...
–Es una táctica política, y un espectáculo mediático. ¿Qué sucedió? Sucede que ahora estamos aquí hablando de la incursión. El señor D’Elía nos hizo un favor enorme porque puso la atención internacional en la importancia de los Esteros de Iberá. Eso jamás lo hubiéramos logrado solamente con la publicidad nuestra. Ahora tenemos la atención internacional, una voz, podemos hablar de conservación y de temas concretos, expresarnos sobre la base de premisas palpables que tienen sentido y están en la vanguardia del pensamiento en el tema en el mundo. Eso, en mi opinión, desde un punto estratégico, es muy positivo. En Chile en el comienzo hubo mucha controversia en torno de nuestros proyectos. Sin la controversia nunca hubiéramos alcanzado la influencia que logramos en la política ambiental en Chile. Hemos podido influir en y llevar el mensaje a toda una generación en Chile, para que se ocupe de su medio ambiente. Pero fue la controversia lo que nos dio la publicidad. Me convirtieron en figura pública. Podía aparecer en cualquier programa de televisión, en cualquier periódico para hablar del tema. Las universidades, los grupos empresarios, otros, me invitan a dar charlas. De esa manera podemos expresar una perspectiva en particular, cosa que nunca alcanzaríamos sin los políticos que buscaban un show mediático. Cuando sucedió la incursión de Luis D’Elía fue de un día para el otro. Nunca se sabe muy bien cómo va a venir. Nuestro equipo de gente se puso nervioso y los tranquilicé, no estaban acostumbrados. Recomendé calma, dije que la acción de D’Elía traería beneficios. Y nos dio una voz a nivel nacional. En Corrientes polarizó el tema sobre la protección de Iberá. Los políticos casi no pensaban en el Iberá, para ellos es un pantano con unas aldeas perdidas. La atención política estaba puesta en las grandes estancias, o en la ciudad de Corrientes. Ahora ellos mismo quieren protegerlo. ¿Cómo? Ese es otro problema. Pero fue un gran adelanto y sucedió en menos de un año. Nuestro equipo ahora está más tranquilo. Cómo se hacen las cosas o qué se hace en estas circunstancias determina como se las puede aprovechar.
–Ahora usted se quejó por los cables de alta tensión que pasarán por el Iberá.
–En realidad no pasan por el Iberá, rodean el área de conservación. Pasan por una de nuestras estancias. Y a nadie en el mundo le gusta tener esos pilotes de alta tensión pasando por sus tierras. Ya tenemos una línea que pasa por terrenos nuestros, y ahora se nos presenta una segunda. No tiene mucho que ver con la reserva, pero ese es otro tema. La historia aquí es que estamos en una región con 1800 propietarios, dentro de lo que se declaró la reserva en 1983. Quizás una forma de solucionar el problema es la que se siguió en el Parque Adirondack, en el estado de Nueva York. En ese caso, cada vez que sale a la venta una parcela que está dentro del parque, el Estado es el único comprador y paga el precio cotizado. Es un desarrollo a largo plazo, no hay expropiación. Si se hiciera en Iberá podría llegar a ser uno de los parques nacionales más importantes en la Argentina. Sin embargo, la xenofobia, los intereses políticos, los objetivos ideológicos mal formulados hacen difíciles las cosas. Aclaremos, siempre existieron en todo parque nacional, y hay que ver el problema en Estados Unidos. No se creó un solo parque nacional sin una flor de pelea. En la Argentina se verá lo mismo.
–Al programa de parques aquí le faltan fondos...
–Eso no hace diferencia. La creación misma de un parque es contenciosa. Luego la administración del presupuesto es otra cosa. En EE.UU. los 77 parques nacionales existentes, un sistema tres veces mayor que el de la Argentina, no fueron fáciles de establecer. En el caso mío, en que doné al Estado el parque de Monte León (66.000 hectáreas), en Santa Cruz, fue mucho más fácil formar el parque que nada en la historia de los parques en EE.UU. Tuve suerte, era territorio en el que gobernaba Néstor Kirchner, antes de ser presidente. Era fuerte en su provincia y apoyó la donación. Santa Cruz comprendió la atracción del beneficio de tener otro parque en territorio propio, además del Perito Moreno. Por lo menos, en Santa Cruz saben que es importante. En Corrientes están aprendiendo. Toma su tiempo.
–¿Por qué transfirió Monte León al Estado? ¿Por qué no retenerlo como parque privado?
–La respuesta está en si uno cree o no en el sistema de parques nacionales. Yo soy firme sostenedor de los parques nacionales. Creo que no está bien mantener mucha tierra concentrada en pocas manos privadas, tiene que estar más repartida.
–Pero usted concentra la propiedad de la tierra.
–Como medida de corto plazo, sí, pero es por un período de corto a medio. Si Luis D’Elía hubiera hecho los deberes, porque parece que no pensó en eso, vería que estamos haciendo algo bastante diferente al “nacionalizar” la tierra. Monte León es el ejemplo. No nos quedamos hablando de cómo sería lindo si... lo hicimos, lo donamos. Somos muy diferentes a la corporación trasnacional que compra grandes extensiones agropecuarias y busca el rédito en el corto y mediano plazo, y no mide la salud de la tierra en el largo plazo. Es otra historia. La retórica de Luis D’Elía mostraba que no sabía o no quería saber que nuestro objetivo es nacionalizar la tierra. En vez de pelearnos yo hubiera pensado que debía ponderarnos. Como terrateniente, emprendedor y capitalista tengo una perspectiva poco usual, porque no creo en la premisa de una alta concentración de la propiedad privada. Yo quisiera ver una sociedad donde hay muchos pequeños terratenientes, cuyas propiedades cubren un amplio territorio, y creo que cuantos más propietarios haya mejor tenderán a cuidar sus suelos. Si uno simplemente tiene un pequeño grupo de grandes propietarios que bajan los precios para obligar al pequeño operador a vender para que deje la tierra y se empobrezca, esos grandes van a abusar de la tierra. Mi visión, en términos generales, es que una sociedad hallará la estabilidad si puede evitar ser presionada a crecer constantemente para simplemente tener más. Creo en una economía social agraria. Aclaro, sin embargo que opino que los propietarios extranjeros de tierras aquí son mejores administradores, y cuidan mejor el suelo argentino que muchos argentinos.
–¿Eso incluye a Luciano Bene-tton, por ejemplo?
–No lo sé con seguridad, pero por lo poco que he visto, sus campos en la Patagonia están mejor administrados que la mayoría de esos espacios semidesérticos que ocupan el 25 por ciento de la Patagonia. Hay que estudiar el comportamiento del que usa la tierra, más que analizar quién es, o cuán grande opera. Lo grande es un problema para mí, pero veamos primero cómo se comporta el terrateniente. Hay muchos grandes propietarios que se preocupan por el cuidado de su tierra. Ese es un comportamiento patriótico. Ser patriota es cuidar el patrimonio, la tierra en la que se posa el país. Miremos actitudes y comportamientos, después podemos mirar las cosas como el pasaporte del dueño. Todo esto viene después de la salud ecológica de la tierra. Me temo que muchos en mi clase económico-social no piensan demasiado en eso.
–Usted comenzó a visitar Argentina y Chile en 1961, como escalador y esquiador. Compró en Chile a partir de 1988 (luego donó los parques nacionales en Piñalito, de 4000 hectáreas, y Corcovado, de 84.000), y luego se vino aquí. ¿Dónde iría si no estuviera en esta región?
–Estoy aquí por el resto de mi vida, por lo menos eso pienso. Tengo más amigos aquí ahora: toda mi vida está aquí. Viví cuatro años en Chile antes de comenzar a visitar con frecuencia a la Argentina en 1990. En ese año creamos la Fundación para la Ecología Profunda (FDE). Ahora nuestros proyectos están aquí, tenemos equipos en los dos países, tenemos propiedades fijas, en el suelo, por lo tanto es muy hipotético pensar adónde me iría... Namibia, quizás, algo así.
–¿Ya no tiene participación en su empresa de equipamiento para alta montaña North Face y la cadena mundial de comercios Esprit de Corp, con las que llegó a facturar 800 millones de dólares?
–Hace muchos años que no. Creo que en 1999 vendí la última de mis empresas...
–¿Fue un alivio?
–Una vez que se ha decidido partir, como hice yo a fines de los años ochenta cuando vendí varias de mis empresas, se tiene el ojo puesto en la puerta. Cuando se comienza a pensar en salir, hay que irse. Me interesaban los problemas ambientales con seriedad desde 1985. Me tardó cinco años más separarme de mi principal emprendimiento comercial. Hace 17 años que no tengo casa en EE.UU. Me instalé en la región en Chile, como dije, hasta que hace cinco años vine a vivir aquí, en Iberá. Si uno quiere desarrollar un proyecto como este seriamente hay que estar en el lugar, conocer la política y todo, hasta el nombre del perro. Hablo con la gente en los poblados, me reúno con políticos, y así. No lo podría hacer si no viviera aquí. Quiero inspirar a la gente a conservar el medio ambiente con el ejemplo. Esto va para largo, la provincia, las ONG, la gente, tienen que comprometerse.
–Se lo percibe como algo excéntrico y de bajo perfil.
–Olvídelo. Estoy en todas partes, hablando con la gente, viajando por todo el mundo, doy conferencias. Si se mete en Google con mi nombre va a ver todo lo que se dice de mí. Puede ignorar el cincuenta por ciento de lo que aparece, está fuera de línea. Si no sabe de esto, no va saber qué mitad ignorar. Tiene que mirar los noticieros de Al Jazeera, así como los de CNN, si quiere saber qué sucede en Irak. Hay que ver los dos lados. Yo anduve muy bien con Al Jazeera en Chile recientemente. Estuvieron muy bien, fue uno de los mejores equipos de TV con los que he trabajado. Son muy buenos. Hicieron un programa de una hora. El entrevistador se vino muy bien preparado, sabía. ABC (la cadena estadounidense) también vino. ¡Olvídelo! ABC nos dio unos quince minutos, bien superficial. Al Jazeera son profesionales.
–¿Cómo responde a las acusaciones de que está instalado sobre uno de los grandes acuíferos del mundo, que puede ser estratégico para EE.UU.?
–Albert Einstein dijo que había dos cosas que eran infinitas, uno es el universo, la otra la estupidez humana. Me gusta el agua, como elemento, amo el agua, es obligación social de todo ciudadano cuidar el agua. El modelo económico neoliberal manifiesta que todo puede ser sustituido, pero no existe sustituto ni se ha inventado nada mejor que el agua. Hay una crisis mundial de agua. Los temas del agua son muy importantes. Yo, nosotros, nos enorgullecemos de cuidar el agua. Como terrateniente extranjero creo que mi comportamiento es impecable en cuanto al trato que damos al agua que pasa por nuestras tierras. Toda esta gente que elabora teorías sobre el acuífero guaraní realmente está fabricando disparates. Para demostrarle cómo se puede distorsionar esto, le cuento que un cronista vino de Corrientes a preguntar si yo pensaba sacar agua del país. Parecía convencido. Le aseguré que no me la llevaría, pero me miró seriamente y dijo que se había figurado cómo iba a transportar el agua por satélite. Hubo un silencio. Le pregunté si hablaba en serio, y reconoció que no entendía cómo se podía sacar el agua por e-mail o algo así. Entonces le expliqué que había otro sistema. Le dije: “Hemos preparado una mecha de taladro enorme, con la que se puede taladrar a través de la Tierra hasta la China. Como los chinos tienen mucho dinero en este momento han inventado una tapa automática en la punta de ellos, conectada a una computadora en Corrientes y otra en Pekín. A la noche, cuando la Tierra gira sobre su eje y se inclina, la tapa se abre y la gravedad hace que el agua fluya por todo el caño hasta la China. La computadora medirá la descarga en millones de litros y nosotros le facturamos eso”. Este es el tipo de absurdo en que se mete la gente con estas fantasías y declaraciones. Ante eso estamos. Por ejemplo, si se compara el volumen de agua del Iberá, y luego se va al puente entre Corrientes y Barranqueras, en Chaco, la corriente normal del Paraná lleva en 18 horas el equivalente de toda el agua que hay en Iberá. ¿Y va a dónde? Obviamente río abajo. Por lo tanto si uno quiere el agua de Corrientes no tiene más que ir al Delta del Paraná y ahí elaborar un plan de cómo usarla. El agua se transporta gratis. Por lo tanto, sacar agua del Iberá es ridículo. En segundo lugar, el agua es del Estado, los derechos del agua pertenecen al Gobierno. A pesar de tener toda esta realidad, hay gente en cargos dirigentes responsables, políticos nacionales, senadores, diputados, jefes provinciales, hasta empresarios, que hacen circular este tipo de historias. Son gente que realmente debería mostrar mayor inteligencia. Estos son mojones, en cierta forma, que marcan el nivel del discurso político. Esto promueve el populismo, crea un electorado ingenuo y dependiente, permite la manipulación. Eso a mí me preocupa.
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