Es fácil olvidarlo, pero la invasión a Irak en 2003 estuvo precedida por más de un año de bombardeo mediático sobre las armas de destrucción masiva que almacenaba Saddam Hussein. La apoteosis de esta información de “altas fuentes gubermentales o de los servicios secretos” de Estados Unidos y el Reino Unido que creaba el clima necesario para la invasión fueron los informes difundidos en dos momentos clave. En septiembre de 2002, el primer ministro británico Tony Blair presentó un informe del Comité Conjunto de Inteligencia ante la Cámara de los Comunes en el que señalaba que Saddam Hussein podía lanzar ataques con armas de destrucción masiva capaces de alcanzar Londres en 45 minutos. La segunda joya de esta colusión espionaje-gobierno fue la presentación que hizo el secretario de Estado norteamericano Colin Powell ante las Naciones Unidas a principios de febrero de 2003, con fotografías de supuestas armas de destrucción masiva de Irak que brillaron por su proverbial ausencia cuando las fuerzas militares occidentales tomaron el país.

Irak no fue ni el comienzo ni será el final de esta viscosa relación entre servicios secretos, gobiernos y agendas políticas internacionales. El atentado contra el vuelo 103 de Pan Am a fines de 1998 fue otro caso que, como el de la AMIA, amenaza con quedar para siempre en la duda y la oscuridad. Pocos han hecho más que el doctor Jim Swire, padre de una de las pasajeras, Flora, estudiante de medicina de 23 años, por esclarecer el tema. A los 78 años, con más de un cuarto de siglo desde el atentado, Swire sigue buscando la verdad, convencido de que, para alcanzarla, tendrá que sortear los desvíos y obstáculos plantados por los servicios secretos.