Gerry McDermott es profesor de negocios internacionales en la Escuela de Economía Wharton, de la Universidad de Filadelfia, una de las más prestigiosas del mundo. Doctorado en Ciencias Políticas en el MIT, McDermott tiene una muy personal relación con Argentina: no sólo estudia casos de nuestra economía y enseñó en universidades locales, sino que está casado con una argentina y tiene una hija de doble nacionalidad. Con casa en Buenos Aires e infinitas millas viajadas en el país, es un veterano viajero que habla un castellano con claras tonalidades porteñas.

Su primera área de investigación fue el proceso de transformación de la economía en Europa oriental, cambio que, señala, coincide con lo que pasó en Latinoamérica en el tiempo y en ciertas prioridades, “aunque allá no tenían ninguna experiencia de qué era el mercado y aquí, por supuesto, sí”.

El centro del interés de McDermott no es financiero o de negocios, sino cómo impacta en la economía la construcción de instituciones y redes, cómo una sociedad construye o reconstruye instituciones para ser competitiva. Para entender esto, se concentró en dos sectores muy distintos, el de autopartes y el del vino, y terminó hasta descubriendo una historia de éxito, la del vino mendocino. Más allá de modas y devaluaciones, McDermott explica cómo la provincia trabajó diez años descentralizando la toma de decisiones, haciendo lugar para que los productores, las ONG y los técnicos tomaran decisiones. El resultado fue que el conocimiento –cómo hacer mejor vino, cómo presentarlo, cómo hacerlo entrar en los mercados del mundo– se expandió y se aceleró en el marco de instituciones nuevas. La industria vitivinícola mendocina vive hoy un boom de exportaciones a los mercados más sofisticados y competitivos del planeta, cada vez pone más y mejores productos a la venta y casi dejó de vender vino de baja calidad a granel.

Lo más notable, señala McDermott, es que el proceso empezó antes de la devaluación y tiene las marcas de ser algo duradero, sólido y autónomo.