Lun 07.01.2008

DIALOGOS • SUBNOTA  › ¿POR QUE ALEX DE LA IGLESIA?

Antes muerto que llorón

› Por R. M.

Este bilbaíno de 42 años es una fuerza de la Naturaleza. Vibra y zumba a tu lado como una pila atómica. Como el corazón de un reactor nuclear. Pero debe de ser un reactor mal sellado, porque suelta chisporroteos por todas partes. Tiene un ingenio cegador, una cabeza llena de talento y tan acelerada que va dejando atrás un reguero de pensamientos, un rastro de ideas brillantes que van siendo sepultadas por las siguientes ideas. Es abundante en todo, incluso en carnes, pero posee ese nerviosismo, esa velocidad que suele asociarse a los muy delgados. Y cuando ríe, y ríe muy a menudo, se produce un auténtico prodigio: Alex de la Iglesia, uno de los directores de cine más sólidos e interesantes del panorama español, se convierte en un chico de diez años. Un chico de verdad, salvaje en su alegría de vivir, contagiosamente divertido, tan sabio como sólo puede serlo un niño –“no soy lo suficientemente joven para saberlo todo”, decía Barrie, el creador de Peter Pan, experto en estas cosas–. Entonces De la Iglesia empieza a imitar voces, hace gestos absurdos, se burla del mundo y de sí mismo; las cejas se le levantan, picudas como las de un diablillo de opereta, los ojos se le encienden de malicia y todo su cuerpo empieza a trepidar con el golpeteo de las carcajadas. Pocos segundos después está llorando de risa y tú con él.

Su último trabajo es Los crímenes de Oxford, un thriller magnífico, inquietante y conmovedor, que está basado en la novela del argentino Guillermo Martínez y que tiene la peculiaridad de ser la primera película de De la Iglesia que no es una comedia. Y es que este hombre inteligente, sentimental y culto también sabe hablar muy seriamente. Pero su seriedad, y ésta es la genial singularidad de Alex de la Iglesia, es constantemente dinamitada por el niño interior, por esa especie de terrorista del humor que lleva agazapado dentro y que de repente le asoma a los ojos, dispuesto a salir y hacerle cosquillas, para derrotar a golpe de bufonadas el horror de la vida.

Alex de la Iglesia (Bilbao, 1965) se mueve por la vida con complejo de culpa y necesidad de cariño aunque es de los de antes muerto que llorón. Detrás de su cuerpo inmenso se esconde un hombre tierno y bueno con un ingenio a prueba de bombas.

Su primer corto, Mirindas asesinas (1991), acaparó premios y llamó la atención de Almodóvar, que apadrinó su primer largometraje, Acción mutante (1993). Y a partir de ahí metió la directa en su carrera con El día de la Bestia, Perdita Durango, La comunidad, 800 balas –“un marmitako-western”–- o Crimen ferpecto, todas singulares comedias negras. Con Los crímenes de Oxford, su última obra, entra de lleno en el drama.

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