DISCOS
› SE EDITA EN LA ARGENTINA EL NUEVO DE CHARLIE HADEN
Una mirada nocturna a Cuba
Un grupo de grandes músicos de jazz rinde homenaje al bolero en un CD en que más allá de las individualidades, brilla el conjunto.
› Por Diego Fischerman
El contrabajista Charlie Haden encarna, como Louis Armstrong o Duke Ellington, una de las paradojas básicas del jazz: es un músico ejemplar y lo es por su atipicidad. En sus propias palabras, este género “seguirá floreciendo en tanto haya músicos que tengan pasión por la espontaneidad y por crear algo nunca oído con anterioridad”. Entonces, es en su capacidad de ser distintos de la norma donde los músicos de jazz construyen la norma. Y Haden, uno de los músicos más representativos del jazz posterior a 1950, es alguien que, ya desde sus años con Ornette Coleman, fue siempre, permanentemente, distinto. Alguien, además, que no sólo posee un estilo absolutamente único e inconfundible –el timbre lleno, redondo; la síntesis y el uso del silencio–, sino que ha funcionado invariablemente como una especie de Rey Midas. No existe una sola grabación en la que él haya participado que no sea interesante.
Varias de las aventuras más extrañas (dúos con el arpa de Alice Coltrane, con la cantante pop Ricky Lee Jones o con la guitarra portuguesa del fadista Carlos Paredes, big bands tocando “La Internacional” o himnos anarquistas españoles, un trío junto al saxofonista noruego Jan Garbarek y el compositor, guitarrista y pianista brasileño Egberto Gismonti) lo tienen como protagonista. Varios de los mejores discos de los músicos con los que tocó (Ornette, Keith Jarrett, Pat Metheny, Kenny Barron, el Gato Barbieri, Dino Saluzzi, Carla Bley, Hank Jones) son, justamente, los discos en los que él tocó. Y su firma aparece en varias de las grabaciones fundamentales de la historia reciente del jazz. Una de ellas, la última que Haden bendijo con el toque mágico, acaba de editarse en la Argentina (a precio agradeciblemente argentino) y tiene como objeto –o como pretexto– un homenaje a la música cubana. Es decir, a esa Cuba de Batista que los norteamericanos tenían como gigantesco casino y prostíbulo y con cuyas canciones y ritmos alimentaron su imaginario.
Los contactos entre la isla y el jazz fueron fecundos. Por un lado, varios músicos estadounidenses (empezando por Gershwin y su Rapsodia Cubana y siguiendo por Charlie Parker y Dizzy Gillespie y sus trabajos con Chano Pazo) incorporaron elementos de los géneros cubanos. Por el otro, en Cuba se desarrolló una tradición de intérpretes de jazz sumamente competentes, de los que Arturo Sandoval, Paquito D’Rivera o Gonzalo Rubalcaba (aun con sus diferencias estilísticas y conceptuales) son justos herederos. Rubalcaba, cuyo padre aún dirige en su patria la Charanga Rubalcaba, es precisamente el socio elegido por Haden para este deslumbrante viaje cubano llamado Nocturne y ganador de varios premios, entre ellos el último Grammy en su categoría. El repertorio, sin embargo, no se limita al período precastrista y, ni siquiera, a Cuba. Explora, en cambio, las ramificaciones y va hasta “El Ciego”, de Armando Manzanero y temas propios de Haden (“Moonlight” y “Nightfall”) y de Rubalcaba (“Transparence”). Más allá de los títulos de varias de las canciones (“Noche de Ronda”, “Nocturnal”, los dos temas mencionados de Haden) y del propio álbum, hay un énfasis en lo nocturno. El bolero y su resonancia de seducciones y abandonos, una vida musical centrada casi por definición en los clubes nocturnos y, tal vez, la propia oscuridad de la historia de Cuba (condenada primero a ser proveedora de juego y mujeres y luego al bloqueo), llevan el tono de las interpretaciones, siempre, hacia las sombras. Hay un gesto de melancolía, incluso de tristeza, que se imprime incluso a los momentos más festivos.
Nocturne, editado por Verve (uno de los sellos subsidiarios de la gigantesca Universal) muestra con exactitud otra de las grandes virtudes de Haden: su capacidad para encontrar el equipo perfecto para cada uno de sus emprendimientos musicales. Aquí, junto a un Rubalcaba magnífico (mucho más profundo y menos pirotécnico que en algunos de sus proyectos solistas), la gran estrella es el violinista Federico Britos Ruiz, queparticipa en “En la orilla del mundo”, “Yo sin ti” y “El ciego”. Pat Metheny en guitarra española construye, junto a Haden, Rubalcaba y la percusión de Ignacio Berroa, una de las mejores versiones jamás grabadas de “Noche de Ronda”. Los saxofonistas Joe Lovano (en “En la orilla del mundo”, “Moonligh”, “Transparence” y en el popurrí entre “Contigo en la distancia” y “En nosotros”) y David Sánchez (en “No te empeñes” y una memorable “Tres palabras”) completan un elenco de gran nivel en el que lo más importante no es el talento de cada uno –que es mucho– sino la manera en que éstos se mezclan entre sí –que es todavía más–.