DISCOS
Música bellísima interpretada por dos notables solistas argentinos
El violinista Manfredo Kraemer y Juan Manuel Quintana en viola da gamba graban las exquisitas “sonate a due” de Buxtehude.
› Por Diego Fischerman
Uno de los últimos CD publicados por el sello francés Harmonia Mundi, premiado por las revistas especializadas Diapason y Le Monde de la Musique con las calificaciones máximas, fue presentado hace un poco menos de un año en una ciudad excéntrica: Buenos Aires. La razón (no tan extraña como la ciudad misma) era sencilla. Los solistas que interpretaban esas bellísimas y casi desconocidas Sonate a due, Op. 1 de Dietrich Bustehude, no sólo son argentinos sino que, a pesar de trabajar permanentemente en Europa y Estados Unidos, viven en Argentina. El violinista Manfredo Kraemer, radicado en Córdoba, y el violagambista Juan Manuel Quintana, instalado en el barrio del Once, junto a Dane Roberts en violone (contrabajo barroco) y Dirk Börner en clave, se juntaron en Neumarkt, Alemania, para grabar uno de los mejores discos de música barroca editados recientemente.
Estas sonatas están escritas para dos instrumentos solistas (violín y viola da gamba) y bajo continuo. Esta especie de antecesor de la base integrada por guitarra rítmica y bajo en el rock, se consideraba como una única parte musical, la tocaran los instrumentos que la tocaran. Lo único escrito eran el bajo y, mediante un cifrado similar al utilizado actualmente por los músicos de jazz, los acordes que debía tocar quien estuviera a cargo del instrumento armónico (por ejemplo clave, órgano, laúd o guitarra) que improvisaba sobre esa base. Según los testimonios de la época, una parte importante del encanto de estas piezas instrumentales extraordinariamente virtuosísticas, era la interacción que pudiera lograrse entre el grupo de intérpretes. Y, en ese sentido, la versión de Kraemer y Quintana es ejemplar. Las obras, “convenientes para la iglesia o la mesa”, es decir para intercalarse con el oficio religioso o para acompañar las comidas de los nobles, responden todavía al modelo de la canzon y al stil concertato que se había cristalizado en Venecia y Roma alrededor del 1600. Dietrich Buxtehude, modelo para Johann Sebastian Bach (que estudió meticulosamente su música para teclado) y una de las bisagras entre las viejas formas instrumentales –surgidas como adaptación de piezas vocales– y los nuevos géneros autónomos que se consolidarían, nuevamente, en Italia –con Arcangelo Corelli, por ejemplo– fue una de las figuras fundamentales en la construcción del sonido de toda una época. Son notables su talento melódico y la fluidez con la que incorpora la exhibición técnica de los intérpretes, sin que se produzca una fractura en la narración musical.
Una grabación realista, en la que el equilibrio entre los distintos instrumentos no fue falseado en absoluto, resalta el carácter dialogante de estas siete sonatas publicadas por primera vez en 1694 (simultáneamente en Hamburgo y Lübeck). El fraseo de los dos solistas (la manera en que cantan con sus instrumentos) y la naturalidad con la que abordan los pasajes más dificultosos, confirma que tanto Kraemer como Quintana están entre los mejores del mundo. El violinista acaba de editar otro muy buen CD con obras de Leclair y Locatelli junto al violinista Pablo Valetti y el grupo formado por ambos, The Rare Fruits Council (los dos integran, también, Café Zimmermann, junto a la flautista argentina Diana Baroni y la gran clavecinista francesa Céline Frisch). El violagambista, después de un álbum dedicado a Marin Marais, grabó (también para Harmonia Mundi) las Sonatas para viola da gamba de Johann Sebastian Bach. La versión fue considerada de referencia por la crítica especializada, al lado de las de Jordi Savall, Paolo Pandolfo, Wieland Kuijken y Jaap ter Linden (los pesos pesado de este instrumento desaparecido durante más de dos siglos y convertido en sorpresivo hit por una película llamada Todas las mañanas del mundo). “No pienso si tengo algo nuevo para decir”, decía Quintana en un reportaje publicado por Página/12. “Sólo elijo lo que tengo ganas detocar. No hay ninguna clase de cálculo acerca de quiénes y cómo las tocaron antes. Simplemente, toco las obras que amo”.