DISCOS
Los archivos de la RCA se abren para recuperar la magia de Pichuco
Una colección de 26 discos integra las grabaciones fundamentales de Aníbal Troilo. La presentación y el sonido son notables.
› Por Julio Nudler
Al final, el arte triunfa. La RCA Víctor, que hace 45 años resolvió destruir las matrices de las grabaciones de tango, y que perpetró parcialmente ese atentado al acervo cultural, recuperó luego mucho de ese material en series de long plays porque, contra su objetivo y pronóstico, el tango siguió teniendo mercado y burló a los mercaderes. Pero el rescate nunca había alcanzado la excepcional calidad que prodiga la nueva integral de Aníbal Troilo en ese sello. Este crítico ha podido escuchar siete de los 26 compactos que la integran, y la impresión es óptima. La colección, dirigida por Víctor Pintos, logra la excelencia por su hermosa presentación, la amplia y certera información contenida y, en particular, por cómo suena. Los habituales problemas de la depuración para CD, que estropea tantos viejos registros, como los de Gardel, han sido evitados con una técnica prodigiosa.
Es de lamentar el hueco que va de 1950 a 1959, años en los que Troilo grabó sucesivamente para Discos tk (98 temas) y Odeón (24), por lo que instrumentales imprescindibles (Para lucirse, Prepárense, Responso, Bien milonga, Contratiempo, Lo que vendrá, Cenizas, Triunfal, Intermezzo, La bordona, entre otros) no tienen cabida. Tampoco cantores clave como Jorge Casal, Raúl Berón, Edmundo Rivero grabando en 1956 La última curda, ese mismo año la llegada de Roberto Goyeneche (sí incluido desde 1962), ni voces como las de Pablo Lozano o Angel Cárdenas. Esta época decisiva hay que rastrearla en otros compactos.
Quien recorra la discografía de Troilo advertirá que, como la orquesta de Osvaldo Pugliese o cantantes como Roberto Rufino, avanzó en su arte a sorprendente ritmo a lo largo de los ’40. El primer año bisagra fue 1943, a partir del cual su conjunto se enriqueció más claramente con las ideas musicales aportadas por Astor Piazzolla, integrante de la fila de bandoneones, y también de Héctor María Artola. Luego vendría el aporte genial de Argentino Galván, y también el de Ismael Spitalnik. Se sumó en el ’43 el ingreso de un cantor extraordinariamente refinado, potente y emotivo al mismo tiempo: Alberto Marino, recomendado por Rufino. Es el vocalista que uno consideraría quizás el supremo cantante de orquesta, con los riesgos de semejante elección.
Riesgos extremos tratándose, específicamente, de Troilo, un director que sobresalió por su trabajo con los cantores, de los que extraía el máximo provecho posible, enseñándoles y convirtiéndolos en un instrumento de la orquesta. Marino fue incorporado para formar dupla con Francisco Fiorentino, un artista muy diferente, confesional, de una profunda sensibilidad y un fraseo que parece aprendido del fuelle de Ciriaco Ortiz, quien también influyó decisivamente en el decidor estilo bandoneonístico troileano.
Nunca fue la de Troilo la orquesta más audaz ni avanzada. En ella predomina el equilibrio, el ascetismo, la sencillez de la perfección. Jamás una obviedad. Describe una lluvia o un torrente o el frío de un anochecer sin caer en el lugar común. Recogimiento, buen gusto, contención y un cuidado obsesivo por el sonido orquestal son sus recursos. Disfrutado a la distancia, maravilla que ello fuese lo que se entendía entonces por música popular, y que pudiera haber sido despreciada por los músicos “cultos”, los del Colón, y por muchos intelectuales.
Cantores como Floreal Ruiz o Edmundo Rivero tenían que producir frutos maravillosos de la mano de Troilo. Pero también otros menos dotados en principio, como Tito Reyes, alcanzaron la cúspide. También descolló Nelly Vázquez, y Goyeneche pasó de ser con Pichuco el magnífico cantante que fue con Horacio Salgán a convertirse en una personalidad avasallante, única.
Como compositor, Aníbal Carmelo Troilo también descolló. Su absoluta y esencial consustanciación tanguera brota en piezas como Pa’ que bailen los muchachos, y de allí hasta esa pequeña gran obra sinfónica que es Responso, en homenaje a Homero Manzi. Baste opinar que Sur, de Troilo y Manzi, versión de Rivero mediante, es probablemente el supremo tango con letra de aquella década portentosa, marcando la cima y erigiendo el mayor monumento a la nostalgia por el barrio que ha cambiado, por la arena que la vida se llevó y el ya nunca me verás como me vieras.