Mié 03.04.2002

DISCOS

El decano de la guitarra es el más joven de todos

Jim Hall fue un pionero de un nuevo estilo en el jazz. Y aún lo sigue siendo, a los 72 años. Su último CD está dedicado a dúos y tríos con grandes contrabajistas.

› Por Diego Fischerman

La historia de la guitarra dentro del jazz es algo marginal. Podría decirse que el impulso mayor –y las mayores presencias– llegaron después del rock. Está Django Renhardt, por supuesto. Y, más acá, Charlie Christian, que desde la improbable plataforma de la orquesta y el sexteto de Benny Goodman inventó una manera de frasear que derivaría en un nuevo estilo: el be-bop. Entre los ‘50 y los ‘60 son varios los grandes nombres que asoman: Wes Montgomery y su forma de tocar con el pulgar, primero junto a los popes del hard bop y más tarde con el jazz suave e inmensamente comercial creado por el productor Creed Taylor, Kenny Burrell, Herb Ellis, el aguerrido Grant Green. Y, tal vez, el menos virtuoso, el menos espectacular y el más reflexivo de todos ellos: Jim Hall. Bastarían sus dos álbumes en dúo con Bill Evans (Undercurrent, de 1958, e Intemodulation, de 1966), las grabaciones con Paul Desmond o sus trabajos con Sonny Rollins (los geniales The Bridge y What’s New) para ganarle un lugar en el cuadro de honor. Pero Jim Hall, nacido en Buffalo en 1930, no se conformó con eso.
Algunos de los grandes guitarristas murieron, otros dejaron de hacer cosas interesantes, se agregaron nuevos nombres –Benson, McLaughlin, Scofield, Metheny, Frisell, Ducret, Nguyen Lee, Kurt Rosenwinkel– y Hall, pacientemente, siguió, a lo largo de un poco más de cuarenta años, juntándose con los más jóvenes –y siempre jugando a ser el más joven–, experimentando a su manera (nunca declamada), mostrando por qué Metheny y Frisell lo consideran su maestro y grabando discos extraordinarios. El último, editado a fines del año pasado por el sello Telarc, se llama Jimm Hall & Basses y es, por supuesto, una memorable serie de dúos del guitarrista con distintos contrabajistas (más algún trío con dos contrabajos). La lista de sus compañeros de aventura casi releva de cualquier comentario: Dave Holland, Charlie Haden, Christian McBride, George Mraz y Scott Colley (su contrabajista habitual). Y la virtual coincidencia entre la edición de este CD y la de los nuevos trabajos de Metheny y Scofield (prolijas repeticiones de todo lo que podría esperarse de ellos) pone en escena, aún más dramáticamente, hasta qué punto Hall sigue siendo el faro.
Los álbumes anteriores de Hall habían tenido que ver con su lado más cercano a la escritura. Allí había obras en que, si bien se involucraba la improvisación, el guitarrista aparecía, sobre todo, como compositor. Aquí, Hall transita por una mayoría de temas propios y por algún standard (“All The Things You Are”, con George Mraz; “Don’t Explain” junto a Haden). Puntuando el CD aparecen “Abstract 1”, “Abstract 2”, “Abstract 3” y “Abstract 4”, junto a Haden, Colley, Mraz y Colley y nuevamente Colley, respectivamente. Los contrabajistas comparten la firma y es que, en estas brillantes miniaturas (la más larga de ellas, la tercera, dura 5 minutos y diez segundos), se revela con practicidad uno de los principios creativos de Hall: “La improvisación es composición instantánea. Todos los grandes compositores fueron, también, grandes improvisadores. La técnica no mata la intuición sino que la enriquece”, decía Hall a Página/12 hace diez años. Allí confesaba, además de “admirar a Béla Bartók y la música dodecafónica”, dedicarse “a estudiar todo lo posible. desde canto gregoriano hasta los contemporáneos, pasando por Bach”.
Parte del secreto de Hall tiene que ver con una formación académica infrecuente. Graduado en el Instituto de Música de Cleveland, sus dos primeras actuaciones profesionales parecen contener, por otra parte, ya todos los ingredientes de lo que seguiría. Tanto en el quinteto del baterista Chico Hamilton, que incluía un cello (tocado por Fred Katz), como en el inusual trío del clarinetista Jimmy Giuffre (que incluía también a Bob Brookmeyer en trombón de válvulas) son notorios la preocupación por el timbre, por las texturas polifónicas y por la sutileza. En la música de Jim Hall no hay estridencias y, casi como una declaración de principios, es difícil escuchar una escala a gran velocidad. Si Christian fue imitado por saxofonistas y trompetistas, el camino de Hall, con un estilo quizá más cercano al de pianistas y saxofonistas que al de otros guitarristas, parece ser el contrario. La amplificación mínima, un toque que busca, siempre, jerarquizar la claridad en la división de las voces y un sentido armónico sólo comparable al de Bill Evans funcionan como sus sellos de fábrica. Una fábrica que, por suerte, está lejos de agotarse.

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