DISCOS
› “LOS RAYOS”, SEGUNDO DISCO SOLISTA DE VICENTICO
El sabor latino, a media luz
El ex líder de los Fabulosos Cadillacs confirma su camino personal en el mundo de la canción pop, con ritmo y melancolía.
› Por Esteban Pintos
Los Rayos es el segundo disco solista de Vicentico y también, por natural consecuencia, un paso adelante en su carrera de artista en busca de una entidad propia dentro del universo latino de la canción pop. Claro, la palabra pop hoy en día está emparentada con otros atributos digeribles para el mercado, pero está claro que lo suyo no es el recurso fácil ni la balada empalagosa, mucho menos la imagen estilizada de acuerdo al último grito de la moda. Vicentico lideró por más de una década y media una de las bandas de rock más importantes y populares del subcontinente, y ahora, al tiempo de decidir su rumbo, eligió este. No es aquello que parecía intuirse de sus incursiones compositivas en la última etapa de los Fabulosos Cadillacs (canciones como Arbol, Saco azul por ejemplo), un tipo de canción meláncolicamente porteña, a mitad de camino entre el tango y los Beatles.
Esto es otra cosa, reafirmado por estos doce temas –diez de ellos propias, más dos versiones, Los caminos de la vida y Tiburón– que se publican hoy en Argentina. Hay melancolía, sí (siempre estuvo), pero revestida de una gruesa capa percusiva e instrumental que la convierte en una rítmica marcha por todos los estados de ánimo posibles. Algo de eso, en verdad, flotaba en ciertas últimas canciones de LFC también: algunas de Fabulosos Calavera, varias de La marcha del golazo solitario (Cebolla, el nadador y sobre todo, Los condenaditos). Un tipo de poderoso golpeteo tribal cruzado con guitarras slide y acústicas, sobre el cual se asentaba esa voz quejumbrosa, inmediatamente reconocible (uno de los rasgos definitivos de su estatura artística, por cierto), a veces surcada por el color sonoro de una sección de vientos. El track nº 3, Las armas, lleva en su interior la estrofa más reconocible de Padre nuestro (aquella de “Quiero ver amanecer...”), una canción de los Cadillacs que no por casualidad aquí aparece, se muestra y se pierde en el nuevo ritmo.
Todo suena impecable en Los Rayos, del primer al último acorde. La cumbia colombiana Los caminos de la vida, una canción escrita por Omar Geles Suarez que anteriormente versionó aquí el grupo mendocino Karamelo Santo, abre el disco: allí resume buena parte de las características del disco: es emotiva, poderosa, revestida de arreglos. Una especie de declaración desencantada, en un tipo de canción alegremente melancólica, fuertemente percusiva y respetuosamente folklórica en su esencia, provista de una brillosa producción sonora. Aquí, vale hacer un punto. Vicentico asoma en el horizonte de la canción latina en la misma categoría a la que, por otros caminos, arriban Juanes, Julieta Venegas e incluso Diego Torres. Detrás de los artistas, los productores: Gustavo Santaolalla, Cachorro López y Afo Verde. Un nuevo sonido latino, ya lejos del rock alternativo que reinó en los noventa (y del cual los Cadillacs fueron abanderados y por qué no, pioneros) pero también de la balada fácil y mucho menos de la gozadera histérica del tipo Chayanne. No hay riesgo sonoro, quede dicho. Pero ¿cabe pedirlo en artistas que se proponen panamericanos, cuya popularidad se sostiene en su esencia de artistas y no en el brillo de marketing que los rodee (que lo hay, dónde si no), que componen sus canciones y que eligen versionar otras bien grandes? No hay respuesta concreta al interrogante: Los Rayos no llegó para responderlo, tampoco.
Este es un buen disco de pop latino de verdad, capaz de transmitir las pequeñas obsesiones de su autor en forma de pensamientos abstractos o sentencias contundentes. Desde los títulos: si Los caminos de la vida abren el juego, después vienen algunos grandes temas (caminos de la vida) metidos en canciones de cuatro minutos: La libertad, Las armas, El barco, El tonto, El engaño, La verdad, El cielo, La nada, La señal. Entre todas ellas, una respetuosa y celebratoria versión de Tiburón –un clásico antiimperialista de Ruben Blades– recubierta de la misma pátina sonora esparcida por todo el disco. Tanto como la expresiva Soy feliz (“ya no me queda tiempo para sufrir”, canta el artista), una bossa-beatle bien resuelta. Pero hay más: El tonto cuenta con la participación en acordeón y voces de la mexicana Julieta Venegas, La verdad es el gran bolero del disco y La señal concluye a modo de retirada de murga. Destellos en un disco que mantiene una media luz confortable y que reafirma las bases de un sonido latino propio de la década ’00.