DISCOS
› DESPUES, DE DANIEL MELERO
Un viaje en el filo del tecno y lo pop
El disco vuelve a demostrar la habilidad de Melero para moverse en ambos campos.
› Por Eduardo Fabregat
En el librito del rock argentino, a Daniel Melero se lo suele dejar fuera del lote de “solistas respetables”. Es una de esas injusticias históricas, como fue injusto que Melero se fuera convirtiendo en un avezado esquivador de objetos volantes, toda vez que un festival lo exponía al (mal) temperamento del público. Será que el discurso del ex Encargados no se adapta fácilmente a los lugares comunes del medio, y será que siempre fue más sencillo estigmatizarlo que definirlo. Y es que Daniel Melero transita una zona donde no hay certezas estilísticas, sino experimentos donde el pop es apenas una puerta de entrada a ejercicios libres y hasta aleatorios, donde el riesgo asumido hace más disfrutable el resultado. Lo cierto es que, en su vena cancionística o en sus buceos más ambient, el trabajo de Melero resulta siempre interesante. Y Después, editado en el filo entre 2004 y 2005, no es la excepción.
El nuevo disco, por otra parte, tiene dos opciones y diferentes lecturas. Por un lado está el álbum simple, cuyos doce tracks ofician de resumen para una caja quíntuple pletórica de ampliaciones sonoras, imágenes de la grabación y explicaciones del mismo Melero, quien sostiene que todo el proyecto puede ser considerado más como “tres gigabytes y medio de información” que como cinco discos de música. El concepto tiene que ver con la misma formación del protagonista, un autodidacta de la composición que encontró la manera de licuar lo analógico y lo digital, guitarras y piano en cómoda convivencia con la manipulación de frecuencias y texturas sonoras. Y que, liberado de las ataduras formales, se concedió la libertad de trabajar con sonidos bajados de Internet y programas de combinación aleatoria que agregan el encanto de lo impredecible.
Entonces, Daniel Melero es un tecnohead consumado, pero también un hábil artesano de melodías. La primera demostración franca fue Conga, de 1988, felizmente reeditado el año pasado. El historial posterior lo encontró dando más o menos protagonismo a cada faceta (con puntos altos como Rocío, de 1996, o Vaquero, 2001), pero siempre hay un fondo –y a veces una forma– pop que no se ciñe a la ortodoxia, en el que a menudo hay un giro, un cuadro torcido que, curiosamente, encaja perfectamente. Ahí es donde sus obras atraen e invitan a varias escuchas para disfrutar el truco de lo que está detrás de lo que suena.
De movida, Después abre el juego honrando a la canción, con un sonido de “banda en vivo” y la redondez melódica de Amor en pie, tan ajustada como tantos otros títulos del instrumentista y cantante, incluyendo aquel que dio uno de los primeros hits de Soda Stereo, Trátame suavemente. Liviano y luminoso, ese estribillo de “yo te espero igual, este amor sigue en pie” es la primera estación de un viaje que no se quedará en esa única apuesta (lo cual ni siquiera sería reprochable), sino que se irá internando más y más en la búsqueda de matices, nuevas facetas y experimentaciones. De hecho, el rubro de las estrofas y estribillos queda cubierto por esa apertura y otro puñadito de canciones, balanceadas por una serie de soundscapes que llaman al cuelgue, a dejarse ir en devaneos que no parecen proponer un destino fijo... y de allí su encanto.
Entonces, Besar, Río temporal, Nadie sabe amar y Sin respuestas, aun con sus trasfondos electrónicos y “síntesis granulares”, demuestran que el autor de No dejes que llueva está lejos de ser un loquito apretador de perillas, un Brian Eno del sur o un “no-músico”, como alguna vez se autodefinió. Pero la “cuántica suposición, transpoética indefinición” de Mágico sirve de puente a Redes vivas, la primera de dos colaboraciones a distancia con los jamaiquinos Jah Riddim (batería) y The Source (bajo), cuya esencia dub se suma a las maquinaciones de Melero para un efecto hipnótico, pero nunca aburrido: La llamada, el segundo experimento, podría instalarse sin complejos de inferioridad junto a deformidades similares firmadas por popes del ritmo oscuro y arrastrado como Massive Attack, Morcheeba o Zero 7.Así, apelando a jamaiquinos colgados de la rama o a ejecutantes “clásicos” como Fernando Nalé, Germán Lentino, Gabo (bajo), el baterista Leonardo Santos, Gonzalo Campos (guitarra) y el todoterreno Yuliano Acri (que pasa de la guitarra y el bajo a sintetizadores, “muestras y manipulaciones”), Daniel Melero coloca con Después otro ladrillito en una carrera respetable, más allá del contexto artístico en el que se fue desarrollando. Su nombre nunca será puesto en las marquesinas brillantes de los grandes solistas. Pero desestimar o ningunear su aporte, por modesto que resulte frente al lustre de los próceres, sería continuar con la injusticia. El hombre ya esquivó suficientes naranjazos.