DISCOS
Silvio Rodríguez ensaya un viaje artístico de fronteras abiertas
En “Expedición”, el músico cubano reviste sus canciones con un formato sinfónico, después de cinco discos marcados por la austeridad.
› Por Fernando D´addario
Hay quienes creen que Silvio Rodríguez ejerce la tarea –nada cómoda– de catalizar musicalmente emociones colectivas. Hay quienes le imponen, a partir de su condición de fans incondicionales, la obligación de transcribir sueños y frustraciones ajenas. Sin embargo, una recorrida ligera por la trayectoria del cantautor cubano induce a arriesgar la hipótesis contraria: Silvio se ha manejado artísticamente con la soltura de quienes prescinden de la presión que ejerce el imaginario sobre su obra. En su último y flamante disco, Expedición, Rodríguez ensayó un nuevo giro, inesperado en función de las expectativas, pero absolutamente coherente con su formación musical y su actitud de rebelde silencioso.
Debe admitirse que esta independencia de criterio en nada reduce la obstinación de sus seguidores y de la prensa. Cada nuevo disco de Silvio implica, para algunos, un llamado a buscar mensajes explícitos o subliminales, códigos revolucionarios en clave poética o metáforas que ayuden a descifrar el mundo entero. Otros, en cambio, ya no esperan discos de Silvio. Creen haber encontrado todas las respuestas en Unicornio, o en Oh Melancolía y no consideran necesario plantearse nuevos interrogantes.
Tácitamente, y sin faltarles el respeto (después de todo, el artista debe su fama y su prestigio a la complacencia de unos y la ortodoxia de otros) Silvio contesta con canciones que no reconocen deudas ni urgencias. Después de cinco discos en que guitarra y voz, solitarias, aparecían como reaseguro de su intimismo, en Expedición modeló sus temas con un formato sinfónico. Esta elección no significó un salto al vacío, sino un reencuentro con tópicos que sustentaron, allá lejos y hace tiempo, su universo creativo. Antes de que la nueva trova se convirtiera en la mejor embajada de la revolución, Silvio formó parte del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que rompió los moldes de la música popular cubana. Con una apertura ideológica que le permitía absorber tanto a Sindo Garay como a Bob Dylan y Beethoven, Rodríguez llevó al pentagrama una frase del músico Leo Brouwer: “La solución para un país colonizado está en suprimir rasgos definidores de la cultura opresora y no los rasgos comunes a la cultura universal”.
Los arreglos orquestales y la sensación de pulcritud que recorre el disco no convierten a Expedición en un trabajo excluyente ni elitista. Todo lo contrario: lo gobierna un sostenido –aunque solapado– cubanismo de fronteras abiertas, que se expresa no tanto a partir de la transcripción literal de ritmos caribeños, sino a través de una cadencia velada, unida por esquirlas de su larga y sinuosa trayectoria. Esa misma fluidez, que no se resigna a las rigideces del marketing (en este caso un marketing de trovador, de artista comprometido) parece imponerse naturalmente en las letras. Silvio supera sin contradicciones –o haciéndose cargo de sus propias vacilaciones y debilidades– las barreras temporales que supuestamente dividieron sus etapas artísticas. Así, no hay mayores indicios de compromiso explícito en una canción de 1967 (“La mancha”) y se amontonan las referencias políticas en un tema reciente, “El baile”, escrito hace tres años al calor de la indignación que le provocaban los bombardeos de la OTAN a Yugoslavia.
La certeza respecto de su identidad (“soy candidato al inventario de la omisión/por no ser globable”, dice en “Fronteras”) convive con la intangibilidad que propone ese “Tiempo de ayer/ tiempo de hoy/ tiempo de ser fantasma” (“Tiempo de ser fantasma”, que cierra el cd). En las ambigüedades, en los guiños sugerentes (¿a quién se refiere en “Ese hombre”, de 1977, que dice “Ese hombre que por dichos o por hechos/ es alabado tanto/ se cuide de sí, se cuide de él solo/ porque hay un placer perverso en creer merecerlo todo”) descansa buena parte del atractivo del disco, que es mucho más que un puñado de canciones populares maquilladasde clasicismo. Porque, sincretismo al margen, deja en el espíritu algunas melodías (“Totí” y fundamentalmente “Amanecer”) de esas que, al perdurar, desarman cualquier concepto referido a su motivación original.