DISCOS
› CASSIA ELLER, UNA ARTISTA IMPERDIBLE
Brasileña y universal
La intérprete más importante del rock brasileño murió el 29 de diciembre. En la Argentina se consiguen, recién ahora, algunos de sus discos.
Podía cantar con el desgarro existencial de Kurt Cobain –de hecho su versión de “Smels Like Teen Spirits” congela la sangre– o ser una especie de malévola hija díscola del Tropicalismo, riéndose de todo lo que merecía risa. Podía jugar a ser hombre y jugar a ser mujer. Cantar en inglés o en portugués. En la edición 2001 de Rock In Rio imantó a una multitud de 200 mil personas pero no tuvo problemas en cantar en los meses siguientes en los clubes pequeños en que había formado su personalidad escénica. Invariablemente, en algún momento, se levantaba la remera y mostraba los senos. Cássia Eller amaba los disfraces, pero nunca, desde que fue famosa, ocultó los vericuetos de su personalidad. Más bien los expuso, incluso hasta resultar chocante para la amplia moral media brasileña. Murió el 29 de diciembre en Río de Janeiro, después de sufrir tres paros cardíacos consecutivos, aparentemente por una sobredosis. Dejó una obra llena de momentos que serán parte de la gran historia de la música brasileña de los 90. Una parte está en los discos y otra en shows que con el tiempo serán legendarios.
El rock brasileño de los 80, al que le costó horrores imponerse, en un país con una tradición musical única en el mundo, tuvo tres compositores fuera de serie. Cazuza, Renato Russo, ambos murieron de sida, y Herbert Vianna, que se recompone de a poco de un accidente de avión que casi le cuesta la vida, fundaron sin habérselo propuesto una estética que, abrevando en la tradición del rock internacional, terminó generando un tardío movimiento nacional. Los compositores fueron incluso más importantes que los súper grupos que integraban, por aquello de que las canciones sobreviven a las eras, y así un porcentaje grande de lo que ocurrió en la escena brasileña entre 1982 y 1989 terminó siendo reconocido definitivamente en los 90. Eller fue una figura central, como intérprete, de la entronización de esos nombres como los sucesores de Caetano Veloso, Gilberto Gil, Tom Ze y aquella camada que se haría propuesto inyectar a Los Beatles en la bossa nova.
Pero además, Eller era una intérprete de rock considerable: grabó varias canciones de Los Beatles, y se arriesgó a un repertorio de choque para la tradición brasileña. Grabó en inglés, y con un timming notable temas de John Lennon solista (casi obviamente “Woman is the nigger of the world”), de Jimi Hendrix (“If six was nine”) y de The Rolling Stones (lógico, “I can’t get no (Satisfacción)”), entre otros. Escucharla en ese repertorio es, para un oyente argentino, aleccionador: aquí no hay intérprete alguna del género que haya llegado hasta allí, hasta esa altura en que las nacionalidades se disuelven y flota el talento, O no flota anda.
En “Generaçao Coca-Cola”, de Russo, fue dura e irónica. “Cuando nacimos, fuimos programados para recibir lo que ustedes nos arrojaban, enlatados estadounidenses (...) Pero ahora llegó nuestro tiempo (...) Somos los hijos de la revolución, somos burgueses sin religión, somos el futuro de la nación, somos la generación Coca Cola. Después de veinte años en la escuela, no es difícil aprender las mañas de este juego sucio”. En “Malandragem”, de Cazuza, fue tierna y turbadora: “Quién sabe si todavía soy una garotinha, esperando el ómnibus de la escuela, solita, cansada, con mis medias 3/4, rezando bajo, para mis adentros, por ser una nenita más. (...) Quién sabe si la vida es soñar, y es sólo pedirle a Dios un poco de malandraje, porque soy muy niña, y no conozco la verdad. Soy poeta y no aprendí a amar. Tontería es no vivir la realidad”.