ECONOMíA
“Hay que hacer una profunda reforma del Estado, sin matarlo”
Andrew Nickson, de la Universidad de Birmingham, explica que reformar el Estado no es achicar el gasto, como postula el FMI.
› Por Raúl Dellatorre
Quizá muchos de los que concurrieron a escucharlo en la Universidad del Salvador sobre Reforma del Estado se hayan visto sorprendidos. Andrew Nickson, catedrático de la Universidad de Birmingham y profundo estudioso de la gestión pública en los países latinoamericanos, no habló a favor del recorte del gasto. “Ver así el problema es simplificarlo, es un concepto muy vinculado con el neoliberalismo y es lo contrario a una reforma administrativa, que yo la veo como una cosa positiva y no para matar al Estado.” También deploró la actitud de los partidos políticos en la Argentina, pese a que llegó al país invitado por la presidencia de la Cámara de Diputados bonaerense. “Es donde menos eco encuentro a una reforma que termine con la política clientelística, fuertemente ligada con la ineficiencia y la corrupción.” En una entrevista exclusiva con Página/12 desplegó estos y otros conceptos, que formó no sólo por su actividad académica sino por haber seguido de cerca varios intentos de reforma administrativa en la Argentina, a nivel nacional y de la provincia de Buenos Aires.
“Es muy preocupante que en medio de una crisis tan profunda, un aspecto fundamental como la gestión del Estado no sea un tema central en la discusión. Es una cuestión en la que se liga corrupción, ineficiencia, focalización del gasto público, el clientelismo en la política. La reforma de la administración pública es la que permite romper con las viejas tradiciones de la política. Si no se rompe, vuelve a aparecer el problema una y otra vez”, sostuvo al iniciar el diálogo.
–¿Es una característica propia de la política argentina?
–La Argentina no es diferente en esta forma de hacer política y de entender la política. Fue así en mí país, en Inglaterra, por muchos años. Otro ejemplo es Corea del Sur, que durante décadas estuvo gobernada por una burocracia autoritaria y últimamente ha ido hacia un sistema cada vez más profesional. El problema no es argentino, aunque encuentro que aquí existe la sensación de que no se puede cambiar, que es intrínseco a la política en la Argentina.
–Esa sensación de imposibilidad de cambiar el Estado, ¿la encuentra entre los funcionarios o fuera del aparato estatal?
–Adentro y afuera del Estado. Porque todos los políticos, en forma retórica, aceptan la necesidad de una reforma a la administración. Pero todos sabemos cómo funciona el reclutamiento en el Estado. Hay un techo de vidrio en la escala jerárquica, por encima del cual sólo se accede a los cargos por confianza. Hubo algunos intentos por formar administradores gubernamentales. Salieron tres promociones, casi 200 personas. El resultado fue que apareció gente joven muy capaz. Lo triste es que no prosperó, y no lo hizo porque en esencia es un sistema que rompe con los intereses estructurales clientelistas. Pero demuestra que es un camino posible.
–¿En qué medida una reforma administrativa necesita previamente un recorte del gasto y la eliminación de áreas del sector público?
–Muchos políticos simplifican la concepción de reforma del Estado asimilándola a un recorte del gasto, desde un enfoque meramente cuantitativo. Yo veo la reforma del Estado en sentido contrario, como una cosa positiva, no con la idea de matar al Estado. El concepto anterior estuvo estrechamente vinculado con el neoliberalismo.
–Hoy es una expresión popular en la Argentina el “que se vayan todos”. ¿Lo interpreta como una expresión de repudio hacia esa forma de política clientelística?
–Discrepo mucho con estas expresiones de ciertos movimientos, que llevan a un anarquismo peligroso. La demanda de “que se vayan todos” puede interpretarse en el sentido de que se vaya también el Estado, lo que termina siendo funcional al pensamiento neoliberal. A mí me parece magnífica la participación ciudadana, pero acoplada con la profesionalización de la función pública. Por otra parte, es ilusoriosostener que los propios movimientos participativos se hagan cargo de gestionar el Estado. Pretender que la ciudadanía organizada pueda involucrarse en el problema de la educación, la salud y la seguridad son ideas que no son muy serias. La participación ciudadana puede superar estas falencias. Me entristece que las banderas de lucha que se levantan no incorporen el problema de la administración del gasto público. Reclamar participación en las decisiones está bien, pero mi pregunta es quién va a administrar luego.
–¿Incluye en su crítica a los modelos de presupuesto participativo, como el que aplica el municipio de Porto Alegre?
–No, no. Eso es magnífico. Estamos siguiendo con atención la experiencia puesta en práctica en Brasil, no sólo en Porto Alegre sino en más de 50 municipios. Hay dos o tres municipios ingleses que han enviado observadores a Brasil. Es perfectamente aplicable la participación ciudadana en la formulación de objetivos y políticas. Pero la administración, la gestión de esas políticas, es cada vez más necesario que esté en manos de profesionales.
–¿Cómo se logra que la lucha contra el clientelismo político sea asumida como una bandera?
–Es un esfuerzo que requiere traspasar las fronteras partidarias. Una forma es crear distintos núcleos para llegar a un acuerdo nacional, que asuma el compromiso de crear una gestión aislada de la contaminación partidaria. Llegar a un acuerdo para la creación de una Comisión de Servicio Civil, integrada por ciudadanos que merezcan la confianza ciudadana y tengan a cargo el reclutamiento de personal para la administración pública. No es imposible. La Argentina cuenta con gente de renombre en materia de reforma administrativa, profesionales con reconocimiento internacional. No es el caso de Paraguay o Ecuador. No es un problema de capital humano, lo que se necesita es voluntad política. Donde no encuentro eco es en los partidos políticos.
–¿Por desconocimiento o por intereses creados de sostener este modo de hacer política?
–Es una actitud de querer ver la reforma del Estado sólo como un achicamiento del gasto y eso es lo contrario de una reforma administrativa. Son muy tontos o son muy vivos. Tiendo a pensar que el problema se da más por viveza que por ignorancia de los dirigentes. Pero es normal que haya tanta resistencia, porque la cultura política clientelística en la Argentina es muy pronunciada.