ECONOMíA › BALANZA COMERCIAL
El país tiene un amplio superávit comercial desde 2002. Sin embargo, las importaciones crecen más rápido que las exportaciones y los analistas dicen que está en riesgo esta situación históricamente atípica.
Producción: Tomás Lukin
Por Carlos Bianco *
Una de las características distintivas de Argentina ha sido la de presentar estructuralmente problemas de restricción externa. Esos problemas se expresaron históricamente tanto en términos “financieros” (alto endeudamiento, volatilidad de inversiones en cartera, fuga de capitales) como “reales” (déficit de balanza comercial). Desde la salida del régimen de convertibilidad, la economía argentina parece haber resuelto, o al menos desplazado, su recurrente problema de brecha externa, tanto por el lado “financiero” como por el lado “real”. Respecto del primero, la moratoria y posterior reestructuración de la deuda externa pública mejoraron sustantivamente la situación por el lado de la renta de la inversión, al tiempo que las inversiones externas en portafolio se mostraron innecesarias en un contexto de fuerte generación de ahorro interno. En relación con el segundo, la principal causa del superávit comercial ha sido el brusco incremento de las exportaciones, a pesar del creciente ritmo que han mostrado las importaciones.
Las principales razones que están por detrás de esta mejora tienen que ver con 1) el cambio en las rentabilidades relativas sectoriales dado por la política de “dólar caro”, que ha provocado un sesgo favorable a la producción de transables, 2) el fuerte incremento de la demanda mundial de los productos exportados por Argentina y 3) la importante alza de los precios de los commodities, tanto agrícolas como industriales, que representan una porción importante de la canasta exportadora local. Las exportaciones de productos primarios y manufacturas de origen agropecuario, en ese orden, han sido las más dinámicas para el período 2002-2007 (136 y 135 por ciento, respectivamente), impulsadas tanto por el lado de los precios como por el de las cantidades. Las manufacturas de origen industrial también han demostrado un gran dinamismo exportador (129 por ciento), aunque, en este caso, facilitadas básicamente por un efecto cantidad.
Algunas notas críticas respecto de este desempeño tienen que ver con el lento crecimiento de las ventas externas nacionales vis-à-vis las mundiales a pesar de las grandes ganancias de competitividad-precio que se obtuvieron como consecuencia de la devaluación y la falta de cambios sustantivos en la composición de la canasta exportadora, que continúa caracterizándose por productos de bajo valor agregado y contenido tecnológico. Por el lado de las importaciones, luego del desplome ocurrido como consecuencia de la crisis de 2002, se asiste a una rápida recuperación de las compras externas, que ya para 2006 habían superado el anterior pico histórico de 1998, y que han continuado incrementándose hasta la actualidad, inclusive con una nueva aceleración en el último año. Los rubros más dinámicos han sido los bienes de capital y de consumo –-impulsados por el incremento de las cantidades en un contexto de precios relativamente estancados– y los combustibles y lubricantes –en cuyo caso se multiplicaron tanto las cantidades como los precios–. Como resultado de esta dinámica, la balanza comercial de la posconvertibilidad se ha mostrado estructuralmente superavitaria, aunque en el último año se registró el menor superávit del período (de “sólo” 11.000 millones de dólares).
En el actual contexto, caracterizado por una caída del tipo de cambio real como consecuencia de la inflación y de un tipo de cambio nominal que también ha tendido hacia la apreciación, se asiste a cierta preocupación sobre la sostenibilidad futura de esta situación superavitaria históricamente atípica. Y no es para menos, sobre todo si se lo analiza en términos de más largo plazo. En vistas de una posible reaparición de la restricción externa en el mediano plazo, el Gobierno debería comenzar a pensar en la adopción de determinadas medidas de política de modo de mejorar tanto la competitividad-precio como la no-precio de la economía, en general, y de los sectores sustitutivos de importación, en particular. A este respecto, el Gobierno debería empezar por controlar el proceso de apreciación real del tipo de cambio, como medida de corto plazo, y por dar forma a un plan de desarrollo productivo que privilegie determinados sectores y actividades que sean consideradas como estratégicas en el marco de un verdadero plan de desarrollo nacional, como medida de más largo plazo.
* Investigador Redes/UNQ/Cenda.
Por Benjamín Hopenhayn *
Entre las voces de alarma sobre la situación y perspectivas de la economía argentina resuenan nuevamente las que advierten sobre la fragilidad del equilibrio externo, que es uno de los sustentos de la vigorosa recuperación económica del último quinquenio. Si bien el énfasis se pone sobre las dificultades en hacer frente al servicio de la deuda, comienzan también a escucharse y leerse pronósticos del rápido agotamiento de los saldos positivos del balance comercial (exportaciones e importaciones de bienes y servicios reales). Estos, que vienen solventando el pago de vencimientos de la deuda reestructurada, y remesas de utilidades y dividendos, mostrarían una tendencia descendente que llevaría a una nueva crisis de balance de pagos como las que a lo largo de, por lo menos, el último medio siglo han atenazado el crecimiento de la economía nacional.
Ensayemos un breve repaso histórico, centrado en el balance de pagos, y en particular del balance comercial. Desde mediados del siglo pasado hasta la primera mitad de los ’70, la economía argentina creció a una tasa razonablemente satisfactoria, con un Estado activo y una buena respuesta de las fuerzas del mercado. Fueron los tiempos del modelo de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), así como de los ciclos de stop and go (pare y siga), pues las importaciones aumentaban al ritmo del nivel de la actividad, mientras que las exportaciones se mantenían relativamente estancadas, lo cual llevaba a periódicas crisis externas. Se detenía entonces el crecimiento, bajaban las importaciones, y al cabo se recuperaba el crecimiento con industrialización, hasta que volvía el déficit externo. Así durante un cuarto de siglo.
A mediados de los ’70 un giro violento lleva a un modelo neoliberal, con la apertura comercial y financiera, la devastación del Estado y el libérrimo ejercicio de las imperfectas fuerzas del mercado. En el cuarto de siglo que sigue la economía se mantuvo casi estancada, el país se desindustrializó, y la dependencia externa se tornó estructuralmente financiera, con un enorme endeudamiento externo, público y privado. En cuanto al balance comercial, reflejo de la economía “real”, se mantuvo a déficit crecientes, financiados con crecientes deudas. Como registra la traumatizada memoria argentina, esta malhadada etapa social y económica se cerró con la crisis de 1998-2002.
Llegamos por fin al quinquenio de 2003-2007, en que altísimos ritmos de crecimiento económico marcan la recuperación y el comienzo de un nuevo proceso de desarrollo. Esta última etapa se ha caracterizado por un saldo comercial muy favorable para mantener el equilibrio externo y acumular importantes reservas en el Banco Central. Las exportaciones de bienes y servicios crecen impulsadas por cuatro factores principales: 1) la expansión de la producción agrícola en una nueva etapa de revolución tecnológica y empresarial que aumenta la productividad del campo; 2) el aumento de los precios internacionales de esa producción, así como en general de los términos del intercambio; 3) el rápido aumento de las exportaciones de bienes industriales, tanto de las que procesan productos primarios como de las de otras ramas de la industria nacional; 4) la expansión del turismo receptivo y otros servicios empresariales.
Unos pocos números ilustrativos. Entre 2002 y 2007 las exportaciones pasan de 30.000 a 66.000 millones de dólares y las importaciones, después de acompañar con una fuerte caída la depresión de 1998-2002, retoman una senda de rápido crecimiento y suben de 13.400 a 53.300 millones de dólares.
¿Y qué nos puede deparar el futuro, cercano o mediato? En primer término, si las exportaciones y las importaciones siguen creciendo como lo han hecho en los últimos trimestres, los saldos comerciales tenderán a disminuir, más rápida que lentamente. Luego, generarían una restricción importante sobre la capacidad de importar y de crecer, como en la etapa del stop and go. Advertir esta restricción a tiempo impone medidas preventivas de política tanto por el lado de las exportaciones como de las importaciones. En el fondo, se trata de completar el proceso de crecimiento ya iniciado, con otros elementos que configuren una estrategia de desarrollo con equidad que se reflejan en las propuestas estructurales planteadas por el Plan Fénix desde sus comienzos, y actualizadas a lo largo de casi una década de intensos debates.
* Plan Fénix.
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