ECONOMíA › BANCA COOPERATIVA Y MICROCRéDITO
La crisis financiera internacional está provocando una fuerte restricción de los préstamos bancarios. Los especialistas sostienen que el contexto actual es un buen momento para impulsar alternativas como las Cajas de Crédito Cooperativas y los microcréditos.
Producción: Tomás Lukin
Por Andrés Spognardi *
Hacia fines de 2006, la ley 26.173 restituyó a las Cajas de Crédito Cooperativas (CCC) las facultades operativas que habían sido suprimidas durante las dictaduras de Onganía y Videla. El nuevo marco regulatorio, completado con las comunicaciones “A” 4712 y “A” 4713 del Banco Central, apunta a recrear el viejo sistema de crédito cooperativo y ofrece una figura institucional alternativa para la reorganización de entidades de reducidas dimensiones que brindan servicios financieros fuera de la órbita de control de la autoridad monetaria.
La historia de la cooperación de crédito argentina es una de éxitos por méritos propios y de debacle por “méritos ajenos”. En su época de esplendor, a mediados de los ’60, casi 1000 CCC distribuidas en todo el país y agrupadas en dos federaciones independientes, se convirtieron en la principal fuente de financiamiento de las pymes nacionales. Sin embargo, la persecución sufrida durante los distintos gobiernos militares (los dictadores saben que quien coopera fuera del régimen puede hacerlo también en contra de éste) tuvo un fuerte impacto negativo en el sistema.
La ley de entidades financieras 21.526 de 1977 significó el inicio de un agudo proceso de liquidaciones, fusiones y transformaciones, que se vería completado durante los años ’90. Apenas dos CCC y un banco es lo que queda de aquel movimiento. En muchas localidades del interior, la desaparición del sistema de CCC ha implicado la pérdida de la única fuente de fondos frescos para la economía local, generando la aparición de modalidades alternativas (a menudo informales) de financiamiento.
En este sentido, la CCC representa una buena solución y ofrece grandes posibilidades. A diferencia de las cooperativas de crédito y de las mutuales (que se limitan a conceder préstamos exclusivamente a sus asociados sobre la base del capital aportado por ellos), la CCC es una entidad financiera (no bancaria) con amplias facultades operativas y supervisada por el Banco Central. En cuanto asociación cooperativa, se rige además por la normativa del Inaes y no persigue fines de lucro: el objetivo último de su actividad de empresa no consiste en la maximización del beneficio, como sucede en los bancos comerciales, sino en ofrecer servicios bancarios en condiciones ventajosas para sus asociados (propietarios) y clientes. Su dimensión contenida y estrecha relación con el territorio la distingue de la gran banca cooperativa y le otorga importantes ventajas comparativas: por un lado, ayuda a generar relaciones de confianza que facilitan la asignación del crédito; por el otro, contribuye a crear un importante círculo económico virtuoso a escala local.
El nuevo marco regulatorio argentino apunta a valorar estas potencialidades. Las CCC han sido concebidas para atender preferentemente las necesidades de financiamiento de sus asociados, en zonas de baja densidad poblacional, en las que existe bajo o nulo grado de bancarización. El establecimiento de claros límites al número de sucursales y a la posibilidad de operar fuera de una definida zona de actuación aseguran el localismo, en tanto que la futura obligatoria integración en una Federación promueve la generación de economías de escala que contribuirán a mejorar la eficiencia del sistema. Con la reintroducción de la Letra de Cambio (un instrumento similar al cheque y cursable a través de cámaras electrónicas de compensación), el modelo fusiona elementos de la vieja experiencia argentina y del exitoso sistema de crédito cooperativo italiano. Cabe destacar que dirigentes de este movimiento y autoridades de la Banca d’Italia han contribuido activamente al diseño de la nueva normativa.
El caso italiano representa, sin dudas, una excelente meta ideal. En Italia, el cooperativismo ha sido capaz de edificar una red de casi 450 bancos (BCC) que operan en base a los principios de solidaridad, reciprocidad y confianza. En los tiempos que corren, no se trata de valores superfluos para una institución bancaria. Justamente estos valores explican las palabras del presidente del pequeño BCC del Fermano, que en una entrevista concedida días atrás, subrayaba cómo la crisis financiera internacional “ha convertido al banco en el refugio preferido de los ahorristas locales”.
La Argentina debe seguir este ejemplo. Si bien hasta ahora ninguna nueva CCC ha visto la luz, existen numerosos proyectos para su conformación. La clave de su materialización reside en la capacidad de los actores locales (fuerzas vivas, instituciones, cooperativistas, asociaciones vecinales, autoridades) para movilizar y comprometer a la comunidad. La oportunidad es enorme: mientras el capitalismo financiero, basado en la especulación y la ganancia, desnuda todas sus miserias y flaquezas, el pueblo, apoyado en los valores cooperativos, tiene la oportunidad de responder con la creación de su propio banco.
* Becario de doctorando de la Universidad de Firenze.
Por Marta Bekerman *
La situación económica crítica que estamos viviendo estos días nos ofrece una oportunidad de reflexionar sobre el rol que deben cumplir los mercados financieros, tanto a nivel internacional como dentro de cada uno de los países. La fe ciega en los mecanismos del mercado, que dominó estas décadas en las economías centrales, llevó a impedir una regulación prudente de los flujos financieros. Esto generó el desarrollo de burbujas especulativas como la que tuvieron lugar en el sector inmobiliario, que si bien actuaron como desencadenante de la crisis, están lejos de ser su única causa.
La falta de regulaciones generó en países como Estados Unidos una expansión del crédito en forma exponencial que impulsó fuertes aumentos de los valores bursátiles e inmobiliarios. Esto acentuó la ola consumista que ayudó a realimentar los procesos especulativos. Esos mismos mercados que ayudaron a promover un consumo desmedido, negaron tradicionalmente el acceso al crédito a los sectores más pobres de la sociedad.
Pero el acceso a financiamiento para el desarrollo de microemprendimientos productivos puede ser una herramienta muy importante para promover una elevación de los ingresos y para mejorar la calidad de vida de los posibles prestatarios. Sin embargo, el casi imposible acceso al mercado financiero formal que enfrentan los sectores más pobres de la población de los países en desarrollo es una restricción importante para lograr dichos objetivos.
La experiencia internacional ha mostrado que los microcréditos se están convirtiendo en uno de los instrumentos más eficaces para superar esas restricciones. En efecto, en distintos países del mundo, particularmente en Asia (Bangladesh e Indonesia) pero también en América latina (Bolivia y Perú), han avanzado distintos proyectos de microfinanzas que cada vez muestran un alcance mayor. (Incluso algunos bancos están expandiendo su base de prestatarios como forma de ampliar su mercado de créditos aunque, en general, no llegan a los más pobres.)
Las razones del no otorgamiento de crédito por parte de los bancos tradicionales hacia los sectores de escasos recursos obedece a la escasa rentabilidad que ofrecen esas operaciones y a la desconfianza de que puedan incumplir con sus obligaciones. Sin embargo, lo que vemos hoy es que la cadena de créditos se encuentra interrumpida por la situación que presentan algunos fondos e instituciones internacionales que aparecían, hasta hace poco, muy confiables. (Muchas veces catalogados como triple A. Ante el cambio en el contexto mundial y el fin de las burbujas especulativas, esas instituciones dejaron de cumplir con sus pagos, contribuyendo a provocar la peor crisis mundial desde 1930.)
En contraste con lo anterior, las instituciones que otorgan microcréditos a los sectores más pobres presentan una realidad muy diferente. No sólo pueden mostrar un bajo nivel de mora durante las épocas normales sino también en las épocas de crisis como las que vivimos actualmente. Esto aparece demostrado por el hecho de que la calidad de sus carteras no ha sufrido nada parecido a lo que muestran el resto de los actores financieros internacionales. Es que los microemprendedores o pequeños prestatarios no dependen del crédito externo, muy huidizo en condiciones como éstas. Por otro lado, lejos de apuntar a ingenierías financieras exóticas, ellos deben cumplir con sus pagos porque no tienen ninguna otra fuente de financiamiento. Aun una devaluación de la moneda no debe afectar su capacidad de repago, ya que sus pasivos están nominados en la misma moneda que sus ingresos.
Por eso, frente a los cambios imprescindibles que será necesario hacer en la arquitectura financiera internacional y dentro de cada uno de los países, no debe dejar de tenerse en cuenta el rol esencial que debe cumplir el sector financiero para que la globalización deje de tener impactos tan inequitativos como los que ha generado hasta el presente. Esto significa que deben establecerse nuevas reglas que la coloquen al servicio de los sectores productivos y posibiliten el acceso al crédito a un amplio sector de la humanidad que hoy permanece en la exclusión.
¿No será que los bancos deberían considerar otorgar préstamos a los más pobres no sólo para cumplir una función social sino también para estar un poco más seguros?
* Profesora de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA e investigadora del Conicet.
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