ECONOMíA › OPINIóN
› Por Mario Rapoport *
La nueva crisis financiera y económica mundial que tiene por origen los Estados Unidos plantea, entre otras cosas, el futuro del dólar como moneda clave del sistema financiero internacional. Recordemos cómo llega el dólar a su rol actual, que no es el mismo que tenía la libra esterlina a fines del siglo XIX y principios del XX. La diferencia está en que la libra se mantuvo, salvo breves períodos, bajo un sistema de patrón cambio-oro, lo que significaba un respaldo de significación. El dólar gozó del mismo respaldo, en tanto divisa clave, juntamente con la libra, desde el fin de la Primera Guerra Mundial hasta 1933, y ya completamente sola gracias a los acuerdos de Bretton Woods de 1944, que le dieron primacía sobre la base de una relación fija con el oro. Pero el período de desarrollo más intenso del capitalismo, el de la segunda posguerra, comenzó a frenarse hacia principios de los años ’70.
La expansión, sobre todo del capital norteamericano en Europa y Asia, y la recuperación de las economías de esas regiones, más el incremento de la demanda y los gastos de defensa por la guerra de Vietnam, produjeron una masa de liquidez internacional que, junto a la competencia de otras monedas como el marco alemán y el franco francés, decidieron al presidente Nixon a abandonar la relación dólar-oro en agosto de 1971. El aumento de los precios del petróleo a partir de 1973 incrementó esa abundancia de dólares ya sin respaldo metálico. El dólar pasó así desde ese momento a depender de sí mismo y su rol de divisa clave se basaba en el propio peso de la economía norteamericana en los mercados mundiales. Esto le permitió a Estados Unidos resolver más fácilmente sus problemas económicos a través del gasto público y del manejo de las tasas de interés. Por ejemplo, en los años ’70 los dólares baratos invadieron los países periféricos. En cambio, en los ’80 ante los peligros de una recesión en su economía, la FED aumentó las tasas de interés y los que habían recibido esos flujos de capitales se encontraron con un endeudamiento mayor.
Esta situación junto a la presencia cada vez más importante de los llamados “productos derivados” en los mercados financieros y, en general, el predominio de la esfera financiera sobre la productiva en la economía mundial, acentuaron la existencia de un sistema sujeto en gran medida a burbujas especulativas, teniendo como base una moneda cuyo único respaldo era la salud de la economía norteamericana. Pero el dólar se ha ido devaluando en forma constante en relación con sus valores históricos y con respecto a otras monedas. Se calcula que un dólar de 1919 vale actualmente dos centavos de dólar. En verdad, su primacía depende, más que de la fuerza de la propia economía, del financiamiento de los inversores extranjeros y, sobre todo, del de los países emergentes que confiaron hasta ahora en sus bonos del Tesoro y en la utilización del dólar como moneda de reserva.
El gigante del Norte tiene dos grandes déficit: fiscal y de balanza comercial. El segundo llega a los 840 mil millones de dólares. El déficit fiscal de 2008 alcanza los 454 mil millones, el más alto en doscientos años de la historia de los Estados Unidos sin contar los 700 mil millones destinados al rescate de los bancos. El monto total de la deuda externa pasó de 800 mil millones de dólares en 2003 a 12,250 billones en 2007, acercándose al monto del PIB, lo que resulta la más grande explosión de endeudamiento de la historia mundial. La FED, mientras tanto, crea anualmente de uno a dos billones de dólares de liquidez que no alcanzan para satisfacer las necesidades de su economía. Estados Unidos es una nación endeudada que estaba viviendo por sobre sus posibilidades. La diferencia con otros países es que pudo hacerlo en su propia moneda. La emisión monetaria, la manipulación de las tasas de interés y la venta de bonos del Tesoro le permitieron, hasta el estallido de la actual crisis, salir del paso.
Pero los tenedores extranjeros de dólares vieron declinar su valor en un 32 por ciento desde 2001 y comenzaron a diversificar su cartera de divisas. El dólar ha perdido la confianza internacional. Las bancas centrales de los más importantes países asiáticos iniciaron ya ese proceso de diversificación. Rusia disminuyó su tenencia de dólares del 70 al 40 por ciento, Italia la redujo en un 21 y Suecia la llevó del 37 al 20 por ciento. La debilidad del dólar se hizo presente también en muchas naciones petroleras árabes. Las bancas centrales extranjeras tienen en cartera 2,94 billones de dólares. Sólo una diversificación del 10 por ciento significaría el desprendimiento de 294.000 millones de dólares. En esta dirección, el movimiento del dólar al euro como moneda de referencia es una realidad: la reserva de esas bancas centrales cuentan ahora con un 65,4 por ciento en dólares, mientras que en 2001 esa proporción era del 71,0.
Surge entonces otra cuestión: ¿existe la posibilidad de una moneda alternativa que, como sucedió con el dólar con respecto a la libra, pueda reemplazar a la actual moneda clave? La respuesta no es fácil. El euro no ofrece todavía las seguridades necesarias. Las estadísticas actuales juegan en favor del dólar que continúa siendo la divisa principal de referencia para el sistema financiero y el comercio internacional. Y Estados Unidos es el único país del mundo cuyo comercio exterior puede ser considerado casi como una prolongación de su comercio interno. Además, el euro tiene otros obstáculos. A pesar de la existencia de un Banco Central Europeo, la falta de políticas macroeconómicas homogéneas le hace difícil cumplir un papel más significativo.
En el largo plazo son los números de la economía real los que cantan. Lo más probable sería que en un futuro no muy lejano, como en los años ’20, coexistan divisas de diversas procedencias; no sólo el euro, también algunas de los llamados países emergentes. En todo caso Brasil y Argentina ya están tomando recaudos: pactaron basar su intercambio recíproco en sus propias monedas y no en el uso del dólar. El billete verde ha comenzado a desteñirse y la principal potencia internacional puede quedarse sin una de sus armas más poderosas para financiarse a sí misma. Quizá lo que necesita, en vez del artilugio de un imaginado Amero que lo reemplace, sea un golpe de suerte. Keynes decía que la riqueza de Inglaterra se debía al robo de gran parte del tesoro español por el pirata Drake en 1580. Esto permitió pagar la deuda de la corona. ¿Quedará algún tesoro disponible en alguna parte del globo del que los Estados Unidos puedan aún apropiarse?
* Economista e historiador, investigador superior del Conicet.
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