ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
El industrial desembolsó 500 mil dólares para comprar el terreno donde construyó su fábrica de armazones de anteojos con destino al mercado interno y a la exportación. A los pocos años, por una corriente favorable en el mercado inmobiliario, el valor de ese predio se había multiplicado por cuatro, lo que implicaba una ganancia de capital importante. Esa utilidad contable adicional (una renta extraordinaria) no pasó a definir su ecuación para determinar su tasa de ganancia esperada para el ejercicio económico. La lógica de funcionamiento de su actividad se define en relación con su estructura de costos productiva y con un margen previsto. Y enfrenta el riesgo empresario con suerte diversa.
El productor agropecuario de unas 100 hectáreas anotaba un valor de 1000 dólares por cada una, que implicaba un capital en campos de 100 mil dólares. A los pocos años, por el boom del mercado mundial de commodities agropecuarios, el precio de la hectárea se disparó a los 5000 dólares, ampliando ese capital a 500 mil dólares. Esa ganancia contable adicional, a diferencia de la que registró el industrial, sí define para el productor la ecuación para determinar la tasa de ganancia esperada, además de los costos y el margen básico previsto. También enfrenta el riesgo empresario por el vaivén de los precios internacionales y factores climáticos. El factor tierra, o sea su renta natural por las favorables condiciones de fertilidad y clima y su renta especulativa por el alza del valor de los campos, resulta una característica particular de la actividad agropecuaria.
Por eso los especialistas no contaminados de las brisas camperas hablan de renta extraordinaria y señalan que la tasa de ganancia esperada del productor no debería estar vinculada con esa renta porque en ese caso provocaría profundos desequilibrios productivos. Los Derechos de Exportación (retenciones) intervienen en ese proceso para orientar el funcionamiento de la economía hacia un esquema productivo integrado.
Las retenciones a ciertos cultivos tienen hoy una importancia relevante para el frente fiscal en un contexto internacional convulsionado, pero son fundamentales en relación con ocuparse de esa estructura productiva desequilibrada y para señalar el sendero que se pretende sobre el tipo de desarrollo económico del país. Puede ser que la administración kirchnerista no ponga énfasis en ese último objetivo y sólo le interese el objetivo de corto plazo de cuentas fiscales superavitarias. Pero eso no invalida que las retenciones sean un instrumento clave para transitar el camino de un desarrollo económico para superar una estructura productiva desequilibrada.
Cuando dirigentes de la Mesa de Enlace, y el amplio coro de políticos de derecha, centro e izquierda que les hacen eco porque especulan con que así van a ganar votos, plantean suspender o bajar las retenciones están expresando la aspiración de un modelo de desarrollo agroexportador.
El prolongado conflicto con el sector del campo privilegiado tiene muchas aristas políticas, sociales y de miserias personales. Pero lo que está en juego en el aspecto estructural es el tipo de desarrollo económico que se definirá para los próximos años. Si se proyecta en función del elenco estable que circula por la cadena nacional de medios privados, las retenciones dejarían de ser un instrumento de política económica. Por lo tanto, el aspecto fiscal en el corto plazo y el horizonte de la estructura productiva del mediano retrocedería a esquemas similares al vigente en los noventa con la convertibilidad o al de la tablita de Martínez de Hoz. Desindustrialización, exclusión social, retroceso de los trabajadores en el ingreso y un campo que al principio piensa que se favorece, pero en el que una mayoría se termina perjudicando para beneficiarse sólo un grupo concentrado de productores y hacendados.
Las retenciones son una herramienta de política económica que fija tipos de cambios múltiples según la competitividad del sector. Los países desarrollados alcanzaron ese status administrando por diversas vías las señales de precios que recibían del mercado internacional para acomodarlas a las características de sus precios relativos y estructuras productivas internas. De esa forma alcanzaron el desarrollo económico y social. Por ejemplo, Europa y Estados Unidos definieron esquemas de subsidios agrícolas, que permitieron que sociedades industriales pudieran mantener la actividad productiva en el campo y su soberanía alimentaria.
Otros países de características similares a la Argentina, como Australia y Canadá, no basaron su desarrollo exclusivamente en la explotación de sus abundantes recursos naturales. Ampliaron sus posibilidades de crecimiento estableciendo motores de desarrollo vinculados con la industria, incluyendo a la agroindustria, y por consiguiente avanzando hacia una sociedad del conocimiento y la investigación científica. Las retenciones intervienen en el caso de la política económica argentina para permitir la competitividad de una industria, que es menor a la que registra el campo favorecido por condiciones agronómicas privilegiadas. Constituye apenas un primer paso para marchar a un desarrollo superador de una economía proveedora de materias primas al mercado mundial.
Un esquema sin retenciones incrementaría aún más la competitividad del agro pero dejaría fuera del mercado a la mayoría de la industria nacional. El tipo de cambio se apreciaría y junto a la fabulosa renta del campo, que cada vez es más de soja, profundizarían los desequilibrios productivos. Una alternativa sería una fuerte devaluación con igual nivel de retenciones o uno más bajo para tratar de mantener esquemas de rentabilidad extraordinarios en ambos sectores productivos, pero el costo sería una fuerte caída del salario real de los trabajadores y de la población con ingresos fijos, como los jubilados. Todas esas opciones, que benefician a unos pocos, son las que no exhiben políticos y economistas de la city cuando van insistiendo sobre la necesidad de reducir o eliminar las retenciones.
Se presenta un escenario en el debate de ideas similar al que hubo con los subsidios energéticos y de transporte. Durante años insistieron sobre la necesidad de reducirlos considerablemente, logrando prevalecer en el discurso dominante y convenciendo a gran parte de la población. Pero con la aplicación del tarifazo se termina perjudicando a sectores medios urbanos y asalariados, que como si estuvieran gatillando el rifle sobre sus rodillas han estado repitiendo sobre la inconsistencia de mantener los subsidios por lo que tanto batallaron políticos de derecha y economistas del establishment. Igual a lo que sucede ahora con las retenciones.
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