ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: POLíTICA INDUSTRIAL
La debacle de la economía mundial forzó al Gobierno a poner más restricciones a las importaciones. Los especialistas consultados proponen ir más allá y aprovechar las políticas proteccionistas para impulsar una mayor integración local.
Producción: Tomás Lukin
Por Martín Burgos *
El crecimiento de la industria nacional durante el período 2003-2008 es destacable en la historia argentina por su durabilidad, pero también por su velocidad. Ambas características no hubiesen podido conjugarse sin la existencia de una primera etapa de importante capacidad ociosa en una macroeconomía donde el tipo de cambio aseguraba una protección a la industria nacional. Posteriormente, la fuerte inversión permitió ampliar la capacidad de producción para seguir creciendo a tasas del 8 por ciento anual. Lógicamente, el ritmo de crecimiento industrial fue reduciéndose a lo largo del período a medida que se llegaba al pleno empleo de las maquinarias y que la sostenida demanda requería de mayores inversiones.
En el cuarto trimestre de 2008, cuando se agudiza la crisis financiera internacional, se frena el ritmo de producción industrial a consecuencia de la reducción de la demanda interna y externa, quedando una sobreproducción potencial derivada de las importantes inversiones que se realizaron en todas las ramas hasta entonces. Esto también repercutió en las importaciones, que caen 35 por ciento si se compara el primer trimestre de 2009 respecto del mismo período de 2008. Sin embargo, la comparación con el primer trimestre del año 2007 nos arroja una caída de sólo 9 por ciento. Si analizamos la reducción de las importaciones desde la perspectiva de sus usos, observamos marcadas diferencias: mientras caen fuertemente las importaciones ligadas a las inversiones, las importaciones de bienes de consumo tienen reducciones moderadas, e incluso son superiores en valores respecto de las ingresadas en el primer trimestre 2007. Esto último puede explicar los pedidos de medidas proteccionistas de parte de los sectores industriales y gremiales.
La herramienta de protección más intuitiva es la devaluación del tipo de cambio, que muchos solicitaron en el inicio de la crisis. Sin embargo, una devaluación brusca en un contexto de precios internacionales de los commodities estables puede generar un encarecimiento de los bienes exportables –tanto primarios como industriales– además de la totalidad de los importados. Ante el costo político que representaría compensar dicha devaluación con un aumento de las retenciones a las exportaciones, la consecuente inflación significaría una reducción de salarios en términos reales, que podría provocar una mayor caída de la demanda interna y obstaculizar una rápida vuelta al crecimiento. El Gobierno, desde ese punto de vista, parece haber acertado en su política de aumentar el tipo de cambio gradualmente respecto del dólar y el euro: sumado a la estabilización del real brasileño a niveles de septiembre 2008 y la reducción de la inflación, logró mejorar el tipo de cambio real.
Por otra parte, la devaluación protege la industria en su totalidad, sin diferenciar entre los sectores que son competitivos y los que no, ni entre los que tienen ganancias oligopólicas y los que no. Eso implica que la discusión sobre el tipo de cambio debe complementarse con numerosas medidas comerciales, que en general se orientan más a los sectores que a los orígenes. En ese sentido, resultaron oportunos los cambios destinados a acelerar los plazos para investigaciones antidumping y el regreso de las licencias no automáticas, instrumentos que están al alcance de cualquier pyme -–aunque el acceso a dichos instrumentos se podría mejorar, en particular para las del interior del país—.
Aunque la política llevada adelante por el Gobierno en el medio de la crisis internacional tuvo varios logros, entre los que se destacan la mayor integración de nuestra economía mediante la sustitución de proveedores extranjeros por los nacionales, o los recientes anuncios de inversiones en sectores que están siendo investigados por presunto dumping –el calzado, por ejemplo—, las medidas comerciales parecen aún debatirse entre una concepción de protección defensiva y otra perspectiva de desarrollo.
La primera entiende la protección a la industria nacional como un medio de control social ante una coyuntura donde empeoran variables sensibles (producción, empleo y salarios). La segunda entiende a la política comercial como una herramienta del desarrollo económico, donde el proteccionismo aparece como una necesidad para la integración de la economía nacional, articulada con una política industrial orientada a la búsqueda de la fabricación de nuevos valores de uso en el país.
Esta segunda visión aparece como contenido de los discursos oficiales, aunque encuentra varios límites: en la gestión, por los problemas ligados a la falta de recursos asignados al empleo y la capacitación de los cuadros técnicos destinados a ese fin. La segunda es más compleja pero fundamental: la ausencia de conciencia industrial en varios de los actores sociales involucrados en un proyecto de desarrollo económico.
* Investigador del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
Por Germán Herrera y Andrés Tavosnanska *
El sector industrial ha tenido un papel protagónico dentro del contexto de recuperación general de la economía observado a partir del colapso de la convertibilidad. En estos años, creció en forma sostenida y a tasas muy elevadas, poniendo freno a un largo proceso de desindustrialización de la economía. Sectores enteros que tendían a la desaparición durante los ’90 -–como la trama metalmecánica o ciertas actividades intensivas en trabajo-– encontraron espacio para crecer muy aceleradamente a partir de 2003. Por otra parte y revirtiendo un camino que llevaba más de 25 años, la industria volvió a presentarse como un espacio generador de empleo, creando más de 400 mil puestos de trabajo en blanco. Lamentablemente, este escenario auspicioso ha dejado de existir. Si bien una serie de factores internos durante 2007 y principios de 2008 (aceleración inflacionaria y conflicto agropecuario, principalmente) habían encendido ya ciertas luces de alarma, el impacto de la crisis global a partir de la segunda mitad del año pasado marcó un giro decisivo en la tendencia que derivó, finalmente, en el abrupto cierre del ciclo de crecimiento aludido.
Debemos remarcar que el contexto de contracción industrial es generalizado alrededor del mundo. Durante los primeros meses del año, diversos países experimentaron verdaderos derrumbes de su actividad fabril: caídas del 13 por ciento en Estados Unidos, del 15 por ciento en Brasil, del 18 por ciento en la Unión Europea y del 35 por ciento en Japón. Pese a que resulta destacable que la magnitud de la crisis productiva en la Argentina es menor que la de los casos mencionados, hoy la industria local asiste a una innegable caída en su nivel de actividad generalizada a través de los distintos subsectores y que ha llevado ya a la pérdida de numerosos puestos de trabajo. En efecto, incluso los datos oficiales marcan que ya son dos los trimestres donde se registra una contracción de la ocupación fabril (caídas del 2,3 por ciento en el cuarto trimestre de 2008 y del 1,7 por ciento en el primero de 2009) y de las horas trabajadas (bajas del 5,5 por ciento y del 6,5 por ciento interanual en los trimestres mencionados). Las mayores consecuencias de la crisis golpean, además de a los muy publicitados casos de la industria automotriz y siderúrgica, al sector textil, a la producción de calzado, a la fabricación de muebles y –muy especialmente– al bloque metalmecánico; en particular, la fabricación de maquinaria y equipo (diversos bienes de capital y de consumo durable). Este sector experimenta una pronunciada retracción que se agudiza en el primer trimestre de 2009, con caídas muy significativas de la actividad y el empleo debido, especialmente, a la suspensión generalizada de inversiones. Las exportaciones industriales acusan de forma directa el impacto de la crisis: en tan sólo dos trimestres los volúmenes exportados de manufacturas de origen industrial acumularon una caída del orden del 40 por ciento y las de origen agropecuario, del 17 por ciento.
Frente al complejo panorama referido, el Gobierno instrumentó un primer conjunto de medidas básicas para sobrellevar el corto plazo, alguna de las cuales se están mostrando más efectivas que otras. Un papel fundamental está siendo cumplido por la utilización de las licencias no automáticas, que fomentan la producción local al dificultar la entrada masiva de bienes importados. En segundo lugar, debe mencionarse el rol del Programa de Recuperación Productiva (Repro) para amortiguar el incremento del desempleo. En lo que va de 2009, unas 1100 empresas se registraron en el programa frente a las 170 que lo habían hecho durante el primer cuatrimestre del año anterior y el número actual de beneficiarios cubiertos casi triplica al observado en aquel período. Más del 70 por ciento de los beneficios se concentra en las ramas textil, metalmecánica, automotriz y de curtiembres y calzado.
Actualmente el mundo debate acerca de cuánto durará la crisis, con posiciones que varían entre quienes sostienen que la recuperación comenzará este mismo año (o el siguiente) y entre los que consideran que la recesión puede prolongarse por varios años más. En caso de que el diagnóstico más pesimista sea finalmente el acertado, las medidas de corto plazo resultarán insuficientes y deberán ser complementadas con herramientas adicionales. Mal que les pese a quienes criticaron recurrentemente el período histórico caracterizado por la industrialización sustitutiva, un mercado mundial estancado dejaría a las políticas de sustitución de importaciones como el único camino para sostener el crecimiento de la producción y el empleo sin incurrir en una crisis de balanza de pagos. Este objetivo de política, verdadero fantasma que atemoriza a gran parte de los economistas del establishment, deberá incorporar las lecciones de la experiencia previa para no repetir vicios del pasado y deberá, asimismo, aprovechar el contexto regional propicio para ser coordinado con los países vecinos, ganando así en escala, potencia y complementariedad.
* Economistas de AEDA.
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