ECONOMíA › OPINION
› Por Claudio Scaletta
Cuando en marzo de 2008 el primer plano de las pantallas comenzó a ser ocupado por los rostros satisfechos, aunque siempre reclamantes, de la dirigencia rural, provocaba escozor el contraste entre demandas corporativas y voluntad popular. La subjetividad fue colectiva y dividió aguas. Algunos de los más jóvenes comprendieron, de golpe, el cabal significado de la expresión “gorila”; esa síntesis de la contradicción de base de la política argentina.
La representación amañada que el poder mediático realizó sobre la arremetida campera fue un empujón adicional. De pronto todos “los malos” quedaron en la vereda de enfrente y fue fácil redelimitar con claridad la contradicción principal. El discurso encontró quien lo escriba y la confrontación renovó místicas. Lo que estaba quieto adquirió movimiento y con el movimiento llegó, para todos, el oxígeno. Muchos de los que habían salido por la puerta de atrás de la historia regresaron, en mutua necesidad, con la luz de las cámaras. Lo impresentable encontró quien lo represente.
Quince meses después la contradicción de base sigue siendo la misma, pero el escenario cambió. La dirigencia rural levantó el guante y siguió el camino institucional. No le fue mal. Sus candidatos directos estuvieron lejos de obtener mayorías, pero muchos resultaron electos. En el Congreso que surgirá en diciembre los intereses del agro también estarán representados sin mediación. Además de los lobbistas de siempre, existirá un bloque de productores agrarios defendiendo sus intereses de manera directa.
En base al discurso redefinido a partir de marzo de 2008, el Gobierno no debería preocuparse si su apoyo disminuye entre las clases altas y medias altas. Después de elecciones adversas ya no es tiempo de listar lo conseguido, sino de repasar lo que se hizo mal; las fuentes del descontento de las mayorías. Puede ser cierto que la crisis internacional tenga mucho que ver con el freno de los indicadores económicos y que Argentina sobrelleve las turbulencias externas mejor que sus vecinos y que en el pasado, pero no deben desdeñarse las causas locales. La pérdida de confianza en el Indec, que no es sólo un arma de la oposición, degrada la palabra oficial. La persistencia de la inflación en un marco de freno del crecimiento del Producto reduce los ingresos reales de los asalariados. Las necesarias retenciones agropecuarias no alcanzan como instrumento de redistribución del ingreso. La reforma impositiva sigue pendiente.
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