Sáb 04.07.2009

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

Tolerancia

› Por Alfredo Zaiat

En el ámbito económico, luego de finalizado un proceso electoral y la apertura de urnas, lo más usual era la especulación sobre el lanzamiento de otro plan. En este caso, en cambio, no se habla de un nuevo programa sino que apareció otro registro sobre el futuro de la economía. Esto no implica que hayan desaparecido los economistas especializados en el error con su insistencia en ordenar el supuesto desajuste de las variables. Aunque no precisan si ese “ajuste” se refiere al creciente superávit comercial y de cuenta corriente, al excedente fiscal, al elevado nivel de reservas o al tipo de cambio multilateral que muestra que el dólar no está atrasado. Por ahora, se trata de un acto reflejo de los amantes del ajuste, que se debería eludir si el objetivo es proteger a los sectores más vulnerables. Sin embargo, esa secta con aires triunfadores por el resultado del último domingo ha redoblado la marcha para avanzar en ese discurso de confusión que termina desplazando aspectos esenciales. Entre ellos, las áreas de tensión que se presentan en el escenario económico-social referidas a la puja distributiva entre el capital y el trabajo en un contexto de crisis internacional. Además de los análisis rústicos de los profesionales de la city ha emergido con fuerza en el día después otro registro en expresiones de representantes del poder económico. Este se resume en tres palabras: diálogo, tolerancia y consenso. El contenido que se vaya a incorporar a esos conceptos en el terreno económico resulta más sustancial que esas nociones generales. Como se sabe y con el conflicto con el sector del campo privilegiado quedó en evidencia, esas ideas de quienes se erigen en gendarmes de la convivencia se traducen en el sometimiento del poder político y de las mayorías a los intereses de las corporaciones.

El aporte desde otras disciplinas permite una comprensión más amplia del actual momento de disputa sobre el rumbo de la economía, que después de la derrota del oficialismo se debate en la hegemonía de las políticas específicas, y entonces también en el contenido de las palabras que la respaldan. Carlos Skliar tiene estudios de posdoctorado en Educación desarrollados en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Brasil, y publicó un libro atractivo que facilita el abordaje de conceptos generales que se instalaron en el sentido común de la sociedad. En su obra ¿Y si el otro no estuviera ahí? Notas para una pedagogía (improbable) de la diferencia se refiere a uno de los caminos que el discurso dominante señala para el diálogo y el consenso: la tolerancia. El educador destaca que la tolerancia surge como frágil porque “debilita las diferencias discursivas y enmascara las desigualdades: cuanto más fragmentado se presenta el mundo, más resuena el discurso de la tolerancia y más se ‘toleran’ formas inhumanas de vida”. Skliar explica que “la tolerancia –como la objetividad en el ámbito del conocimiento– es siempre una exigencia, una imposición del ganador sobre el perdedor”.

En estos días ha quedado expuesto quiénes se ubican en esos lugares y cuáles son los contenidos que se incorporan a las lindas frases con palabras diálogo, consenso y tolerancia que las grandes cámaras empresarias reflejan en sus últimos comunicados. Esa posición no desentona en organizaciones ubicadas a la derecha del dial a lo largo de los últimos años. Incluso el movimiento político liderado por la Mesa de Enlace agropecuaria ya dejó pruebas suficientes que el consenso significa hacer lo que ellos quieren. El actor que ahora se ha sumado a ese grupo es la Unión Industrial. En su última reunión de junta directiva, dos días después de las elecciones, los industriales coincidieron en que deben reclamar al Gobierno, entre varias cuestiones, una nueva estructura impositiva que se traduce en una rebaja de las retenciones agropecuarias. Si no fuera que a esta altura ya se conocen los desvaríos ideológicos de los grandes industriales en contra de la propia base material de su sector no sorprendería ese pedido. Cuando se presentan estos casos da la impresión que la denominada burguesía está conformada por grandes productores agropecuarios que se dedican como hobby a la actividad industrial durante los fines de semanas.

El rescate de los trabajos de Marcelo Diamand, empresario, lúcido pensador de la realidad económica y miembro de la UIA, puede servir de guía para los industriales que no quieren caminar hacia el precipicio de la mano de informes técnicos pidiendo el ajuste que hoy impulsa la actual conducción. Los ejes fundamentales que expuso Diamand están reunidos en un famoso ensayo que publicó en 1972 en la revista Desarrollo Económico bajo el título “La estructura productiva desequilibrada. Argentina y el tipo de cambio”. El primer párrafo de ese documento adquiere hoy una vigencia notable: “En el transcurso de los últimos años hemos insistido en que la incapacidad del país de salir de su estancamiento y las recurrentes crisis de las que padece se originan en un divorcio entre las ideas de la sociedad argentina y la realidad. Dichas ideas se derivan de las teorías económicas tradicionales y se basan en propiedades de las estructuras productivas de los países industriales, muy diferentes a las que tiene un país exportador primario en proceso de industrialización como la Argentina. Sin embargo, se aplican obstinadamente, sin que la sociedad se percate de que ni las ideas ni las prioridades operativas que surgen a partir de ellas corresponden a la realidad. Como resultado de la desorientación resultante, la mayor parte de los sectores de actividad económica no tiene ni idea de cómo defender sus intereses e incluso algunos de ellos ejercen sistemáticamente una presión política suicida, totalmente contraria a ellos”.

Diamand sostenía que el desequilibrio de la estructura productiva argentina se debe a la existencia de dos sectores con realidades muy diferentes: el agropecuario, que goza de ventajas naturales y una productividad particularmente alta, y un sector industrial con una productividad mucho menor. En base a esa premisa, Diamand afirmaba la necesidad de adoptar tipos de cambio diferenciales, con un dólar más alto para la industria que la proteja razonablemente e incentive su desarrollo exportador. Ese tipo de cambio industrialista se obtiene hoy mediante retenciones al sector agropecuario, siendo una de las herramientas propuestas por Diamand. También menciona la opción del desdoblamiento cambiario o la de reintegros a la exportación industrial. Destaca que el hecho de que el tipo de cambio se determine en base al sector más productivo se convierte en el determinante central de la falta de exportaciones industriales, lo que inicia la cadena de acontecimientos que culmina con las crisis y con el estancamiento argentino. Sin embargo, Diamand señala que este hecho central del cual derivan las múltiples deformaciones de la economía argentina no refleja ninguna ley de naturaleza, sino que se arrastra por tradición desde las estructuras productivas desequilibradas.

El fundador de la firma de artículos electrónicos Tonomac explicaba que el denominador común de esas alternativas cambiarias es la compensación de la sobreelevación de los precios y costos industriales internos por encima de los internacionales, que constituye la característica esencial de las estructuras productivas desequilibradas. Diamand aconseja entonces que “cualquiera que sea el esquema cambiario tiene que cumplir una condición: tiene que existir un consenso a nivel de los sectores dirigentes de que se está tomando una medida en la estructura real de productividades y no de un estímulo temporario otorgado de lástima a una industria ineficiente. Unicamente en este caso se podrá hacer una promoción realmente enérgica y además darle el carácter verdaderamente estructural y permanente a la medida”.

Pese a esas enseñanzas de uno de sus miembros históricos y más brillantes, la actual conducción de la UIA, buscando una alianza estratégica con los dirigentes del campo en el reclamo de una baja de retenciones en un contexto político de una oposición triunfadora, ha emprendido el tránsito de reclamar “diálogo, consenso y tolerancia” para imponer detrás de ese discurso de convivencia la estrategia suicida de la que hablaba Diamand.

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