ECONOMíA › OPINIóN
› Por Claudio Scaletta
La Presidenta llamó “al más amplio diálogo a todos los sectores de la vida nacional”. Una primera lectura puede ser que, con menor apoyo popular, Cristina Fernández de Kirchner se allana a los reclamos de la oposición triunfante. Desde la economía, ciencia que entre otras cosas trata de la distribución del ingreso, la lectura es un poco diferente.
Una síntesis para describir al modelo económico realmente existente a partir de 2003 es “tipo de cambio competitivo con retenciones”. Ambos componentes no están separados. El tipo de cambio competitivo beneficia al campo y la industria exportadores y menos a los sectores “no transables”. Las retenciones castigan la falta de valor agregado. Pero en particular las retenciones apuntalan, vía superávit fiscal, el tipo de cambio competitivo. El Gobierno avizora que, envalentonados por el resultado electoral, algunos sectores del poder económico desatarán ahora el embate contra las retenciones. La Mesa de Enlace ya envió una carta con tono admonitorio, pero las presiones redistributivas no vendrán sólo del campo, también se sumarán las demandas por tarifas, salarios y coparticipación.
El nuevo equilibrio político prenuncia problemas para administrar la puja por la distribución del ingreso, y el Gobierno, retomando la iniciativa después del shock, intenta adelantarse a los acontecimientos. Sabe que una de las claves para mantener el tipo de cambio es que el Estado cuente con los recursos para absorber los dólares de las exportaciones. El proceso incluye varios pasos: los exportadores liquidan divisas que se transforman en moneda local. Para evitar que el tipo de cambio se revalúe, el Banco Central debe, por un lado, comprar dólares para evitar la sobreoferta y mantener la cotización y, por otro, absorber el exceso de pesos generado para evitar que la inflación estrictamente monetaria licue el diferencial cambiario real. Para cualquiera de las dos tareas debe contar con recursos, los que pueden ser genuinos o no. Recursos genuinos son, por ejemplo, los provenientes del superávit fiscal, al que aportan las retenciones.
Si por la vía política, por el nuevo equilibrio postelecciones, se erosiona este superávit por el lado de los ingresos, por ejemplo reduciendo las retenciones a la soja, habrá problemas de mediano plazo con el mantenimiento del tipo de cambio. Aquí, la economía condicionará a la política: puede preverse que la alianza de clases entre sojeros e industriales plasmada antes de las elecciones tendrá patas cortas. Si ambas partes “dialogan”, sus incompatibilidades se volverán rápidamente evidentes, aunque también los puntos en común: un nivel de retenciones adecuado puede ser compensado por un determinado nivel de tipo de cambio.
Desde la ortodoxia, en tanto, antes de pensar en el reemplazo (regresivo) de los ingresos fiscales, se abogará por el tic de la reducción del gasto, un pedido que contrastará con las nuevas demandas desatadas por el realineamiento de fuerzas posteleccionario.
En términos de administración económica, entonces, el diálogo propuesto esta semana es un llamado para que los sectores que se aprontan a ir por más comprendan que no todas las variables se mantendrán constantes si se reducen retenciones y se debilita el frente fiscal.
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