ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: BALANZA COMERCIAL
El Gobierno afirma que logró mantener, e incluso ampliar, el superávit incentivando las exportaciones y restringiendo las importaciones para defender la producción y el empleo. Los analistas consultados creen que las causas están más vinculadas con la caída de la actividad.
Producción: Tomás Lukin
Por Andrés Asiain y Agustín Crivelli *
La crisis financiera iniciada en Estados Unidos se propagó rápidamente a la economía real. La falta de crédito en las principales economías del mundo y el derrumbe del valor de los activos trajeron como consecuencia la caída en los niveles de demanda y, por ende, de producción. El resultado es el colapso del comercio internacional, acentuado por el renacer del proteccionismo en muchos países. De acuerdo con las estimaciones recientemente difundidas en un informe de la Organización Mundial de Comercio (OMC), los flujos globales de comercio caerán un 10 por ciento durante 2009, lo que representa la mayor contracción desde la Segunda Guerra Mundial. El informe señala, también, que la caída será sensiblemente mayor en el caso de los países desarrollados, y los datos difundidos por la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE), que agrupa a los 30 países más ricos del planeta, parecen confirmarlo. Durante los tres primeros meses del año el valor de las exportaciones e importaciones de los países de la OCDE cayó 13,4 y 15,2 por ciento, respectivamente, varios puntos por encima del promedio mundial.
El declive del comercio internacional es aún más claro en el caso de las economías del G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido). Durante el primer trimestre de 2009 las exportaciones e importaciones de este grupo de países cayeron 22,8 y 16,8 por ciento, respectivamente.
Para América latina y el Caribe, la Cepal estima que en 2009 las exportaciones van a caer un 11 por ciento, mientras que en los primeros tres meses del año cayeron un 15 por ciento. En el primer cuatrimestre, Brasil redujo sus exportaciones e importaciones en un 17,5 y 24 por ciento, respectivamente. Mientras que en México las ventas externas se desplomaron un 30,5 por ciento, como consecuencia del agravamiento de la situación de la economía de los Estados Unidos, que acapara el 80 por ciento de las exportaciones mexicanas. La caída de las exportaciones, junto con la baja de la demanda interna, motivó el descenso de casi el 31 por ciento en sus importaciones.
En el caso de nuestro país, el comercio exterior muestra resultados similares a los de la mayor parte del mundo, pero como consecuencia de comportamientos bastante particulares. Por un lado, las exportaciones se redujeron en casi una quinta parte en esta primer mitad del año. Las ventas de productos primarios se vieron afectadas tanto por el derrumbe de su precio internacional, que se redujo un 16 por ciento en el primer semestre de 2009, como por la sequía y el acaparamiento especulativo de parte de la producción. Las de productos industriales, como consecuencia de la baja demanda mundial producto de la crisis. Pese a ello, el balance comercial arroja un muy abultado superávit, que casi duplica el obtenido en la primera mitad del año pasado. La razón de ello es el literal derrumbe de las importaciones, que caen por un valor cercano al doble de lo que lo hacen las exportaciones.
Si bien mucho se ha escrito y hablado sobre las recientes medidas proteccionistas del Gobierno, cabe decir que éstas no son suficientes como para dar cuenta de la baja de las compras en el exterior. Las licencias no automáticas y las medidas antidumping, si bien son importantes para evitar las importaciones de ciertos productos y fomentar su sustitución por empresas locales, no alcanzan para explicar la baja generalizada de las importaciones –que afecta también a muchos rubros que no están alcanzados por esas medidas–. Las menores importaciones se deben mayormente a la caída de la demanda agregada, especialmente de la inversión privada, que condujo a la retracción de la actividad económica.
Frente a la caída de las exportaciones, la economía argentina repite el histórico ajuste recesivo de sus cuentas externas aunque con modalidades novedosas. En este caso, la disminución del gasto interno no se debe ni al impacto en el salario de un shock devaluatorio, ni a la reducción del gasto público generada por algún plan de ajuste, típicos de épocas anteriores. En su lugar dos fenómenos, relativamente novedosos, explican gran parte de la retracción de la demanda. Por un lado, la decisión administrativa de muchas empresas transnacionales de posponer planes de inversión y producción en el país para mejorar el agujero en el balance de sus casas matrices generado por la crisis mundial. Por el otro, la postergación de gastos por empresas y sectores de altos ingresos para comprar dólares previendo altas ganancias por la devaluación del peso.
El elevado peso del capital extranjero y la apertura financiera, que abre la puerta a la fuga de capitales especulando con la depreciación del peso, son una pesada herencia que no ha sido revertida en los últimos años. La experiencia reciente deja al desnudo las peligrosas consecuencias de ello.
* Economistas e investigadores del Cemop, Fundación Madres de Plaza de Mayo.
Por Carlos Bianco *
Sería iluso pensar que Argentina, un país periférico, integrado comercialmente al mundo y fuertemente endeudado, pudiese “desacoplarse” y sortear sin demasiados inconvenientes la crisis mundial. Eso es lo que sostuvo el Gobierno hasta fines de 2008, y lo que la oposición actualmente espera y reclama de él. A esta altura, está más que claro que era inevitable que la crisis impactase de lleno en la economía argentina. Era también de esperar que parte importante del contagio llegase a través del denominado “canal comercial”. Y así sucedió. A lo largo del primer semestre de 2009 las exportaciones y las importaciones se redujeron en un 19 y un 38 por ciento, respectivamente. Como puede verse, esa reducción fue mucho más dramática en el caso de las compras externas, las cuales literalmente se desbarrancaron en todos los rubros, pero fundamentalmente en automóviles, combustibles y lubricantes, bienes intermedios y bienes de capital y sus piezas, en ese orden. El resultado conjunto permitió, sin embargo, obtener superávit comerciales record para la economía argentina en el primer semestre de 2009, de casi 10 mil millones de dólares, un 93 por ciento superiores a los del mismo período de 2008. Estos resultados, a simple vista positivos desde una óptica “mercantilista”, han dado lugar a lecturas distintas.
Por un lado, el Gobierno, desde una visión optimista, salió a presentar al superávit como símbolo de fortaleza en una economía que ha podido mantener e, inclusive, incrementar la magnitud de uno de sus pilares. Asimismo, sostiene que la importante reducción de las importaciones y la caída menos brusca de las exportaciones son, fundamentalmente, el resultado de las políticas de fomento a la exportación (sistema de pagos en moneda local con Brasil; promoción de destinos no tradicionales; reducción de retenciones al trigo, al maíz y a las frutas frescas y hortalizas; reapertura de envíos de trigo y de maíz; prefinanciamiento a partir de fondos del Banco Central) y de control de las importaciones (aplicación de licencias previas; valores de referencia a productos “sensibles”; aceleración de procedimientos relativos al comercio desleal; negociaciones sectoriales para evitar la profundización del déficit comercial industrial) que el Gobierno articuló desde finales de 2008.
Por el otro, la oposición política, desde una visión pesimista –a veces hasta catastrofista–, alega que el superávit comercial es un símbolo de debilidad, en tanto es producto de una contracción de las importaciones vinculada con una recesión de magnitudes que el Gobierno no está dispuesto a aceptar y que, de mantenerse así, no servirá demasiado ante la profundización de la fuga de capitales. Desde esta óptica, las recomendaciones que surgen tienen que ver con la eliminación de las distorsiones en el mercado de exportación (retenciones y prohibiciones), de modo de que el superávit responda a factores genuinos (aumento de las exportaciones) y no espurios (reducción de las importaciones), así como con la mejora del “clima de negocios”, con el objetivo de ralear la formación de activos externos.
Un análisis menos pasional y más racional permite una tercera lectura, quizás algo más realista. En primer lugar, debe decirse que sí, efectivamente, el superávit comercial es algo positivo e importante para mantener la “macro sana” en un contexto de recesión y fuga de capitales. No obstante, se debe reconocer que ello se ha logrado, fundamentalmente, como consecuencia de la contracción de la actividad económica y no a causa de la eficacia de las medidas aplicadas por el Gobierno. Ello se ve a las claras en la evolución de las importaciones según su uso: las compras externas que menos se contrajeron fueron las de bienes de consumo, justamente aquellas a las cuales están sesgadas las medidas de control de las importaciones. Por el contrario, las que más cayeron han sido las de combustibles, bienes intermedios y de capital; es decir, aquellas que se utilizan como medios de producción y que, por tanto, permiten inferir el verdadero nivel de actividad económica.
Una intervención más acertada hubiese sido permitir al tipo de cambio pegar un salto discreto, no sólo para asegurar competitividad a las exportaciones nacionales y controlar el flujo importador, sino también de modo de reducir la fuga de capitales al poner una regla de referencia que asegure mayor previsibilidad de largo plazo y destruya las expectativas devaluatorias. Una vez pasada la fase menguante del ciclo, la economía argentina tendrá un desafío importante si el objetivo es el de mantener un superávit comercial estructural que financie el crecimiento. En la fase creciente del ciclo, en la cual la demanda de importaciones suele crecer más rápidamente que la de exportaciones, se deberán lograr mejoras genuinas de competitividad vinculadas con la innovación y con el incremento de la productividad a un ritmo más acelerado.
* Investigador UNQ/Redes/Cenda.
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