Por Myriam Pelazas *
Había leído varios libros para comprender los alcances de la Reforma Agraria que Perón planteó en su primera presidencia y que quedó a medio camino. Pero no me bastaban para cerrar la investigación histórica que estaba realizando, entonces alguien me pasó su teléfono. Así fue que, hace tres años, llamé a quien fuera secretario de Agricultura durante el tercer gobierno peronista: el ingeniero agrónomo Horacio Giberti, un verdadero referente en Reforma Agraria.
Amable y locuaz, arreglamos la cita y las veces que lo entrevisté me llevé de su casa mucho más que ideas acerca de las dificultades para realizar en este país un proyecto de tal magnitud: tuve el placer también de conocer a un ser humano inolvidable. Don Horacio no sólo esclareció mi “problema de investigación”, sino que ahondó en detalles de su paso como asesor en distintas asociaciones agrarias y, sobre todo, en su estrecho vínculo con quien sería el ministro del “Pacto Social”.
Había conocido a José Gelbard, tiempo atrás, en la CGE y éste en 1973 le dio la llave para imponer su idea de proyecto agrario. Justamente a él, que había sido bastante “contrera” –y con suficientes motivos, como le gustaba decir sonriendo, durante los primeros años peronistas– ese gobierno le daba la posibilidad de que junto a un equipo notable (al que no se cansaba de elogiar) cambiara la realidad del campo argentino. Pero en esos tumultuosos días, su plan no fue entendido y fue leído como demasiado reformista por los sectores revolucionarios y como radicalizado y peligroso, por los fuertes intereses de siempre. Y quedó en la nada.
Ahora bien, otros asuntos suyos prosperaron. Fue invitado por decenas de países para que los asesorara en temas agrarios, mientras se refugiaba de la dictadura que lo perseguía, como antes la Triple A. Además sus enseñanzas quedaron plasmadas, por ejemplo, en Historia económica de la ganadería argentina, donde diversas generaciones de investigadores continuamos hallando respuestas para entender el país.
En estos últimos años, aunque la vista se le iba como su esposa Julieta Menassé, con quien amorosamente había recorrido la vida hasta bordear los 90 años, don Horacio seguía evaluando el acontecer diario. Hasta Magdalena R. Guiñazú, hace unos meses, lo entrevistó para Perfil y por más que hizo un perseverante esfuerzo no logró que el ingeniero dijera lo que a ella le hubiera gustado para congraciarse con su público. Por el contrario, Giberti, que reconocía equivocaciones del Gobierno, enfatizaba en ese y en otros reportajes que “la gente de la CRA y de la Carbap son la fuerza de choque de la SRA”, a la que adjudicó “un acento despectivo hacia lo que es democrático”. Para terminar diciendo que “a lo largo de la historia podemos encontrar siempre la lucha entre el capital y el trabajo. No sé cómo se va a resolver. Lucharía para que sea de la manera más conveniente: el hecho de que haya existido siempre esa lucha y no siempre con un triunfo de los mejores, no quiere decir que bajemos los brazos”. Y nunca los bajó, hasta su último día.
* Profesora de Historia Argentina y de América latina. Ciencias de la Comunicación, UBA.
Por Norma Giarracca *
La muerte de Horacio Giberti nos llevó a recordar una faceta del “Ingeniero”, como lo llamábamos quienes lo conocíamos desde 1973. Ese año fue nombrado secretario de Agricultura y se desempeñó en dicho cargo en las presidencias de Cámpora y Perón, con José Gelbard como ministro de Economía. Para muchos jóvenes sociólogos e ingenieros agrónomos, que ya estábamos trabajando en la secretaría en un grupo técnico que se llamaba Sociología Rural, a partir de que él asumió nuestro trabajo cobró un nuevo sentido. Nos incorporamos al proyecto para el sector agrario que Juan Perón tenía en su tercer gobierno: interceptar la fabulosa renta agraria en manos de los terratenientes y grandes capitalistas agrícolas de la región pampeana y apoyar un desarrollo sustentable para el sector más desfavorecido del agro extrapampeano. Nosotros colaboramos en esta última tarea, pero no dejamos de interesarnos y discutir algunas ideas en relación con todo el otro paquete de medidas: proyectos de ley de Renta Normal Potencial de la tierra, Arrendamiento Forzoso y la famosa Ley Agraria que fue el límite que la poderosa burguesía agraria estaba dispuesta a soportar. La muerte de Perón y el giro del gobierno de Isabel Perón prepararon el camino para la política de Martínez de Hoz con el dictador Videla.
La posición del ingeniero Giberti fue clara, consensuada (se creó un sistema de política agraria de consenso, sin la participación de la Sociedad Rural) y no dejaba lugar a ambigüedades ni dudas de hacia dónde se dirigía, a quién se debía limitar en sus feroces ganancias, que sin dudas en esos tiempos era la SRA. No existían aún el “agronegocio”, los grandes exportadores de granos ni un sector financiero que los apoyara.
Giberti y su esposa, Julieta Menasé, su mano derecha y una especie de subsecretaria sin cargo, nos abrieron espacios a pesar de nuestra juventud y posiciones “supuestamente” más radicales que las de ellos. Muchos sociólogos rurales tuvimos el privilegio de formar parte de esa gestión y luego fuimos “prescindidos” (eufemismo del despido represivo) cuando todo ese equipo fue relevado junto con el ministro de Economía, José Ber Gelbard.
Luego vinieron los exilios internos y externos y cuando en 1984 nos reencontramos con el Ingeniero, tuvimos el honor de realizar un seminario de Sociología Rural juntos para la carrera de Sociología. Memorable y numeroso seminario, donde participó como invitado su amigo Humberto Volando, aún en Federación Agraria. Hace poco recuperamos una grabación del Ingeniero analizando el Martín Fierro para describir el campo pampeano de la segunda parte del XIX, enseñándonos cómo José Hernández conocía los distintos sujetos y formas de producir de su época. Memorable clase, que hoy nuestros alumnos tienen el privilegio de leer.
Hace tres años murió su esposa, mujer lúcida, cálida y simpática que no sólo lo acompañó, sino que fue decidida y clara en los momentos difíciles. Los recordamos a ambos en los suntuosos salones de la Secretaría de Agricultura, institución del viejo poder terrateniente, habitándolos en forma sencilla, con ese modo simple de personas cultas y progresistas que tenían muy claro por qué y para qué la historia los había colocado en esos despachos.
* Profesora de Sociología Rural, coordinadora del GER en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA).
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