Vie 15.11.2002

ECONOMíA  › OPINION

¿Qué pasa si funciona?

› Por Alfredo Zaiat

Dos anécdotas relatadas por funcionarios argentinos, publicadas en La Nación, facilitan la comprensión de la, para muchos, inentendible relación con el Fondo Monetario Internacional. La primera, redactada por el corresponsal en Washington Jorge Rosales, cuenta que en el viaje de hace un mes Lavagna presentó la lista de medidas implementadas y a cumplir. Terminada su exposición, Anne Krueger, la mamá de Freddy, lo miró a los ojos y le preguntó: “¿Y dónde tiene la lista de las medidas que no van a cumplir?”. La segunda anécdota, en este caso narrada por Joaquín Morales Solá, se refiere a que en la anterior misión del ministro, al término de una de las rondas de negociación, los del Fondo se olvidaron en la mesa una minuta que le habían acercado a la dama de hierro, que decía: “Utilizar como último argumento que deben eliminar inmediatamente las cuasimonedas”. Esas dos pequeñas pero significativas anécdotas de viaje revelan que la decisión de no pago al Banco Mundial ha sido, finalmente, una decisión involuntaria de Lavagna. Quien, en realidad, impulsó el incumplimiento de Argentina fue la propia Krueger más que la supuesta inflexibilidad del ministro. Contra el deseo del Gobierno, que ha manifestado de todas formas la aspiración de no caer en default con los organismos, el Fondo lo terminó acorralando. La virtud de Lavagna, que es lo único que se debería atribuir en esta historia y no por eso despreciable, es que, a diferencia de sus antecesores, negocia con la burocracia del FMI. La inflexibilidad de ésta, que en muchas ocasiones se traduce en indiferencia al destino de la economía argentina, lo arrimó a una posición incómoda para él pero difícil de esquivar. Seguir pagando con reservas resultaría inútil ante los sucesivos mensajes recibidos de la escasa predisposición a cerrar un acuerdo por parte de Horst Köhler y Anne Krueger.
Las K-K, al igual que el ministro, no ignoran que el drenaje de reservas terminaría por hundir a la economía en el peor de los infiernos. Para el Fondo sería la prueba de que Argentina es un caso incorregible, justificando así su línea dura para diferenciarla de la dispendiosa de la dupla Michel Camdessus-Stanley Fischer de la década del ‘90. Para Lavagna significaría agrietar el único dique contra la hiperinflación, primer paso hacia el precipicio de su gestión y de su autoestima. En fin, más allá del lugar en que cada uno ha quedado, pretendido o no, por las circunstancias, lo cierto es que el no pago de la deuda al Banco Mundial no deja de ser trascendente. Además, se abre un interrogante estimulante: ¿qué pasa si por ese camino la economía empieza a funcionar?

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