ECONOMíA › OPINIóN
› Por Ricardo Aronskind *
En un sugestivo artículo llamado “La receta”, Moisés Naím, ex ministro de Comercio e Industria de Venezuela, ex integrante del Banco Mundial y editor en jefe de la influyente publicación de política internacional Foreign Policy presentó recientemente una “receta” para “ofrecer los ingredientes y la preparación para golpes de Estado que no dependan –al menos inicialmente– del uso de las fuerzas armadas”. Pretende mostrar una nueva forma de toma del poder, cuyo resultado sería la eternización de “un líder autocrático que, guardando las apariencias democráticas, retiene el poder por tiempo indefinido y hace lo que quiere”. Si bien nombra a varios “autócratas”, su referencia principal es Latinoamérica.
Esto se presiente en los “ingredientes” necesarios para preparar el golpe, entre los más destacados en ese artículo: “Millones de pobres, gran dosis de desigualdad, injusticia, exclusión social, abundante corrupción, partidos políticos desacreditados, clase media desilusionada de la política, medios de comunicación cuyos propietarios los utilizan principalmente para promover su propios intereses comerciales o electorales...”. Es evidente que ese experto conoce bastante de la realidad social latinoamericana. Pero agrega otros ingredientes mucho menos convincentes: “elites políticas y económicas complacientes y seguras de que ‘aquí no va a pasar nada’”, “una superpotencia extranjera distraída por otras prioridades”, “brigadas de choque populares para romper las cabezas de los miembros de la sociedad civil que osen reaccionar”.
En cuanto a las elites aparecen varias confusiones. La elite política no siempre actúa de la misma forma que la económica. Y la elite económica aparece totalmente desvinculada del horrible panorama social que presenta Naím. Son simplemente “complacientes”. Tampoco se le ocurre a él vincular la corrupción política con el estado de cosas en la sociedad. Es obvio que la superpotencia distraída es Estados Unidos, pero es claro que cuando no estuvo “distraída” no sólo hubo autócratas, sino también genocidas. Finalmente, las brigadas de choque: en este punto tenemos la impresión de que esa “receta” ya había circulado antes en nuestro país. Durante el conflicto por la Resolución 125, los medios alineados con “el campo” hicieron denodados esfuerzos por presentar a los militantes que defendían al Gobierno como “grupos de choque”, dedicados a reprimir a “la sociedad civil que osa reaccionar”. Quienes tenían esa receta en Argentina, como buenos cocineros, inventaron los ingredientes aunque no existieran. Los medios, en el mundo de Naím, aparecen separados del poder económico, con intereses propios, como si viviéramos en el siglo XIX. Para corregir la receta, ese ex funcionario del BM debería recordar que frente a procesos de cambio social la gran mayoría de los medios de comunicación latinoamericanos –que son empresas– es tan reaccionaria como las elites económicas conservadoras.
Cuando llega a la parte de la receta de “preparación” del golpe, Naím señala estas acciones entre las principales: agitar a los pobres “con la campaña de polarización social y conflicto social más intensa”; “llegar al poder gracias a una elección democrática”; “cambiar los altos mandos militares promoviendo a oficiales de probada lealtad al presidente y su ‘proyecto’”; “hacer lo mismo con jueces y magistrados”; “proponer cambios constitucionales para ser aprobados mediante un referéndum nacional”; “desprestigiar, minimizar y reprimir a la oposición política”; “controlar a los medios de comunicación”. En la “preparación” de su receta, se inspira en lo que piensa que hizo Chávez. Pero ni Chávez ni ningún otro “autócrata” por él detectado creó a los pobres, ni inventó el conflicto social. Naím debería agradecerle a las elites políticas y económicas y a la economía neoliberal haberle suministrado tantos ingredientes para su “receta”. La sutileza con que descubre el presunto uso de las formalidades democráticas para encubrir un poder de facto ¿no lo debería llevar a develar lo que pasa en numerosos países de América latina, donde funcionan formalmente instituciones democráticas mientras el poder es ejercido por minorías que son las que realmente deciden las cuestiones importantes? Cuando dice: “reforman la Constitución” está aludiendo hoy a Zelaya. Con esa actitud reformista, Zelaya entró en su receta de aspirantes a autócratas. Parece que en Honduras también conocían esa “receta” y pudieron prevenir la autocracia con un golpe cívico militar que, por descarte, sería democrático. Claro, si Zelaya no hubiera hecho nada de nada, sería un demócrata, digno de ser declarado empleado del mes por el gourmet Naím. No habría peligro de autocracia porque Honduras seguiría hundido en el triste inmovilismo de siempre.
Pero el objetivo de esta “denuncia preventiva” de autoritarios es más amplio. Dada la estructura de poder oligárquico realmente existente en muchas zonas de Latinoamérica, cualquier gobierno popular, democráticamente electo, que quiera hacer algo efectivo para modificar la realidad, deberá remover todo tipo de trabas institucionales implantadas por los conservadores para que nada sea cambiado. El propio Franklin Delano Roosevelt debió enfrentar en los ’30 numerosas trabas institucionales de los conservadores ¡para salvar la economía norteamericana! Naím parece reconocer que hay algunas cositas para cambiar en América latina. Pero eso sí, no se tienen que tocar ninguna estructura. Con todos los cepos institucionales puestos. Los monopolios mediáticos, políticos, judiciales, militares del inmovilismo no deben ser removidos.
Desde Argentina podemos ofrecerle una “receta” probada para “golpes de Estado que no dependan de las fuerzas armadas”. Ingredientes para su elaboración: se necesita un gobierno debilitado políticamente y con escasas reservas de divisas (por ejemplo, en un país permanentemente endeudado). Se necesita una clase media dispuesta a escuchar cualquier rumor catastrófico para ir a retirar sus ahorros y comprar dólares. Se necesita un liderazgo intelectual mediático, que permita disparar comportamientos de manada entre los habitantes. Y se necesita algún episodio internacional que agudice la falta de divisas en el país. Ahora, la preparación. Ante algún dato negativo para el país proveniente del exterior, los exportadores dejan de vender dólares. La gente, azuzada por los medios se abalanza desesperada a comprar. Los bancos se tambalean. El dólar sube a precios increíbles y comienzan las remarcaciones especulativas. El salario se desmorona, el consumo también, los pobres se hunden en la indigencia, y estalla la crisis social. En medio de la convulsión, cae el gobierno. El nuevo presidente aprende la lección y hace lo que le piden los que pueden ofrecerle dólares con tal de que pare la hecatombe. Esta receta es mejor que la de Naím porque se hace sin líderes autocráticos. Porque, ¿quién podría pensar que “las elites económicas complacientes” lo sean?
* Economista UNGS-UBA.
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