Sáb 12.09.2009

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

El riesgo de una copa

› Por Alfredo Zaiat

Un extranjero que no tiene mucho tiempo para estudiar con rigurosidad la economía de un país busca elaborar un rápido cuadro de situación mediante una serie de consultas a especialistas locales. La selección de esos expertos, economistas y empresarios constituye un factor relevante para empezar a preparar esa evaluación. Si ese grupo selecto resulta monocolor lo más probable es que ese ocasional visitante arribe a conclusiones sesgadas. Aunque también es probable que esa elección haya sido deliberada porque esos anfitriones piensan igual que él, lo que le facilita convalidar sus propios preconceptos. Este es un comportamiento típico de una secta con dinámica perversa que se retroalimenta al hablar sobre los mismos temas y entre los mismos miembros de la cofradía sin buscar matices u otras opiniones fuera de ese círculo cerrado. Así se movieron y se siguen moviendo las visitas de funcionarios del FMI al país. El economista jefe del Fondo, Olivier Blanchard, estuvo en Argentina y confirmó que en ese aspecto poco y nada ha cambiado Fracasos Múltiples Internacionales. Además de las reuniones protocolares con funcionarios del Gobierno, Blanchard mantuvo una serie de encuentros con diferentes interlocutores. Todos muy críticos del rumbo político y económico del país. Ni para aparentar amplitud agendó audiencias con referentes sociales o economistas heterodoxos. Se puede suponer que lo hace porque de esa forma puede tener una visión distinta a la oficial. Pero no es el caso porque los técnicos del FMI tienen como consulta siempre a los mismos economistas de la city y cámaras empresarias embanderados en la corriente neoliberal. Hacían lo mismo durante los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa, pese a que sus respectivas políticas económicas estaban subordinadas a los dictados del FMI. O, de otro modo, se puede deducir que el Fondo actúa así porque pese a su desprestigio mantiene la cualidad de ser el vehículo de presión del establishment sobre los gobiernos locales.

La bienvenida al FMI dada por la Cámara Argentina de Comercio, uno de los principales protagonistas del denominado G-7 de entidades empresarias, resulta una transparente manifestación de ese comportamiento. En un comunicado de prensa, la CAC se mostró complacida de que el Fondo “vuelva a auditar, conforme el Artículo IV de su estatuto normativo, la economía del país”. Revisión que permitirá, según la cámara conducida por Carlos de la Vega y Eduardo Eurnekian, la “búsqueda de una nueva relación con el mencionado organismo, en vistas a aunar esfuerzos, mejorar los lazos y la confianza mutua”. Esta exteriorización de beneplácito revela la obsesión que constituye el FMI en los círculos de poder en Argentina y el deseo de ese sector de que la economía se encuentre sometida a las observaciones (“auditorías”) de técnicos de un organismo internacional que ya ha demostrado en más de una oportunidad la ruina para el bienestar general.

Si bien la revisión de la economía conocida como Artículo IV es un requisito que deben cumplir anualmente todos los países miembros del organismo, también debería ser una obligación para los técnicos del FMI ampliar su universo de consulta para esa misma evaluación. Es cierto que el Gobierno ha pospuesto esa “auditoría” (la última fue la del 2006) para evitar la previsible crítica, pero también queda en evidencia que esa tecnoburocracia recolecta información en dependencias oficiales y captura interpretaciones de esos indicadores en los ámbitos de la ortodoxia doméstica. De esa forma se prepara una trampa peculiar: la misión de técnicos del FMI implementa un “profesional” monitoreo de las principales variables macroeconómicas para luego publicar un informe “ideológico” que contiene un diagnóstico de la economía con su consiguiente recomendación de políticas. No hay que ser muy perspicaz para presumir cuáles son las recomendaciones teniendo en cuenta en la fuente que abrevan.

El G-20 que reúne a las potencias mundiales y a un grupo de países emergentes, entre ellos Argentina, ha rescatado del ostracismo al FMI, para colocarlo nuevamente en un lugar destacado de la arquitectura financiera internacional. Ese organismo fue capitalizado con millonarios aportes para que actúe como auxilio para economías en problemas, en especial las de Europa oriental. Ante la sucesión de fracasos pasados, siendo Argentina una de los más emblemáticos, el FMI busca maquillar sus posiciones para disimular sus tradicionales recetas de ajuste. En esa campaña de relegitimación, el Fondo necesita el regreso al redil de Argentina, puesto que la prédica del país en foros internacionales como así también las críticas recibidas por prestigiosos académicos, por ejemplo las de Paul Krugman y Joseph Stiglitz, por su actuación durante los noventa lo había dejado en ridículo. La administración Kirchner tiene la oportunidad de aprovechar esa debilidad relativa para amortiguar la auditoría del Artículo IV, en caso de que se considere que esa instancia resulta necesaria para normalizar el cuadro financiero y obtener así una ampliación de márgenes en el frente fiscal.

De todos modos, por más que el titular del FMI, Dominique Strauss-Khan, trate de mostrar que el organismo ha cambiado, la política del ajuste está en la esencia de su estructura debido a que su staff de economistas ha sido formado en esa escuela. En un interesante documento realizado por el investigador del Conicet/Idaes-Unsam Pablo Nemiña se afirma que “el Fondo sigue reproduciendo una lógica similar a la de su versión ‘90, acompañando sus desembolsos de condiciones que impiden limitar la fuga de capitales al restringir cualquier tipo de control cambiario o de capitales, lo cual profundiza el impacto del shock externo”. Explica que “esto aumenta la presión para la implementación de políticas fiscales y monetarias restrictivas, como ajustes fiscales y suba de la tasa de interés, que agravan la contracción económica”.

Ciertas prácticas del FMI fueron mejoradas (condicionalidades en pocas áreas y cierta inquietud por cuestiones sociales), pero son superficiales en relación con el mantenimiento del núcleo duro del ajuste ortodoxo. Nemiña relevó que desde el estallido de la crisis el Fondo aprobó 20 acuerdos, y en todos “el grueso de las condiciones estructurales mantiene una orientación ortodoxa, y buscan alcanzar la estabilización mediante políticas de restricción de la demanda, las cuales profundizan el ciclo recesivo”. Algunos casos remiten a la experiencia traumática de Argentina: el auxilio del FMI a Serbia y Bosnia exigió la baja de los salarios públicos; a Islandia y Pakistán, el alza de la tasa de interés, y a Ucrania y Bielorrusia, la sanción de una ley de déficit cero. Nemiña concluye que “la orientación ortodoxa de sus recomendaciones de política se mantienen prácticamente sin modificaciones”.

La irrupción del nuevo viejo FMI en la economía doméstica requiere una atención especial porque, como se sabe, un alcohólico que ha pasado el esfuerzo de la terapia de abstención es consciente del riesgo que significa beber una copa aunque sea de baja graduación.

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