ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: CRISIS ECONóMICA INTERNACIONAL
A un año de la caída del banco de inversión Lehman Brothers, que detonó la crisis global, los especialistas analizan si el temblor puede tener réplicas o si ya se tocó fondo y la recuperación está por comenzar.
Producción: Tomás Lukin.
Por Adrián Ramos *
La presente crisis internacional pertenece a una familia de episodios entre cuyos aspectos cruciales están las quiebras y los incumplimientos contractuales más o menos difundidos. En algunas economías donde en el pasado se plantearon problemas de solvencia, especialmente en el sector financiero, se observaron salidas rápidas de las crisis. Este fue el caso de países escandinavos en los primeros años ’90, a partir de acciones en gran escala de salvataje a bancos y un rápido crecimiento de exportaciones luego de una fuerte depreciación de la moneda. En cambio, fue largo y trabajoso el proceso de absorción del endeudamiento excesivo en la “recesión de hoja de balance” de Japón en los años ’90, marcada por un largo período en que el gasto privado se mantuvo restringido por la cancelación de obligaciones.
En casos todavía más graves (viene a la mente la crisis argentina de 2001–2002), la discrepancia entre las deudas y los ingresos disponibles puede ser tal que difícilmente se resuelva con la aplicación de esfuerzos individuales para el repago a lo largo del tiempo. De algún modo, esa inconsistencia debe ser tratada y los derechos de propiedad redefinidos con el propósito de permitir que se vuelvan a utilizar y movilizar los recursos. El sistema económico envía a la arena política el problema de la distribución de las pérdidas de riqueza. Para ello, no hay soluciones simples. “Dejar que opere el mercado”, lo que significa en esencia dejar la situación librada a los tribunales de quiebras y concursos, es una posibilidad, pero en cualquier caso, mientras la multitud de litigios esperan a ser tratados, las propensiones a gastar y a prestar difícilmente se recobrarán con alguna fuerza. La reasignación de las deudas “malas” desde los bancos hacia el gobierno alivia a los intermediarios financieros, pero, más allá de consideraciones distributivas, la normalización del crédito y de la actividad económica estará sujeta a cuándo y cómo se levante el espectro de insolvencias que cubre a familias y empresas.
En esta crisis, las políticas macroeconómicas en los centros, particularmente en los EE.UU., fueron visiblemente activas. Las respuestas se basaron en un cambiante diagnóstico sobre las características y la gravedad del problema, y confluyeron hacia una mezcla de expansiones monetarias, medidas de impulso fiscal y operaciones de asistencia puntuales dirigidas a instituciones financieras y grandes empresas (en la industria automotriz, en especial). En ellas está implícito que, aunque se ha puesto en duda la solvencia de agentes de gran tamaño, los problemas patrimoniales de significación macroeconómica son pasibles de atención caso por caso, y concentrados sobre todo en el sector financiero. Esto es, que, una vez “liberados” los balances de los bancos de sus grandes pérdidas y restablecida su liquidez, habría un conjunto amplio de agentes no financieros reconocidamente solventes, que sean potencialmente sujetos de crédito y estén dispuestos a tomar prestado para financiar sus gastos. Por la propia naturaleza de la cuestión, es difícil reconocer hasta qué punto se cumplen estas condiciones. Probablemente, la evolución de las economías centrales y, por lo tanto, del conjunto de la economía internacional, dependerá del estado de solvencia de empresas y familias en esos países (es decir, en concreto, de cuántas viviendas queden por ser desalojadas y de cuántas firmas estarían en situaciones como las del tan saliente caso de General Motors). Asimismo influirá la evolución de economías, como las de la periferia europea, con altos niveles de endeudamiento, y cuyas dificultades pueden tener repercusiones en los centros. Si los problemas de solvencia no son particularmente graves o difundidos y, por lo tanto, de lo que se trata principalmente es de sostener en lo inmediato la demanda agregada, podría haber un fondo de la crisis en niveles de actividad cercanos a los actuales. De cualquier modo, tanto como el futuro inmediato, las perspectivas más hacia adelante generan incertidumbres, especialmente por repercusiones que dejará la crisis en los pasivos de los gobiernos centrales y por los resabios que queden en los comportamientos. En todo caso sería pertinente contemplar la posibilidad de escenarios en que las turbulencias tardan en diluirse y la recuperación de una tendencia de crecimiento de la economía mundial resulta trabajosa.
* Economista de Cepal, UBA.
Por Nicolás Gutman *
Desde el comienzo de la actual crisis económica mundial, ríos de tinta se destinaron a buscar la relación entre ésta y la Gran Depresión de los años treinta. Se recurría al único período de crisis histórico moderno de una magnitud similar, y a partir de allí surgieron quienes postulaban desde que la actual crisis es una nueva fase de la anterior hasta llegar a profetizar que estamos frente al final del capitalismo, y otros desacreditaban cualquier relación causal o sistémica entre los dos períodos.
Por varios motivos es difícil transpolar directamente las causas de la depresión que comenzó con el infame jueves negro del 24 de octubre de 1929 con el crac de la Bolsa de Nueva York y la crisis que comenzó en 2008. Entre una y otra han transcurrido casi 80 años del período en que la humanidad se transformó con mayor rapidez y profundidad que en los anteriores tres mil. La complejidad económica y social de las sociedades actuales y el volumen de las riquezas extraídas y producidas hacen un escenario muy diferente al de los de comienzos del siglo XX; sin embargo, hay una estrecha relación entre ambas.
Las dos crisis surgidas en el centro financiero del mundo y que rápidamente se expandieron por todo el planeta se gestaron en períodos dominados por el Partido Republicano. Los “roaring twenties”, como se llamó al período de entreguerras en Estados Unidos, fue de una gran especulación financiera que contagió hasta las clases medias y bajas; la gente se endeudaba para apostar a una Bolsa que no paraba de crecer aun con plata que no tenían; comprando acciones “al margen” se podía participar del festín especulador tomando prestado hasta dos tercios del valor las acciones adelantados por los propios agentes de Bolsa; para 1929 había más dinero en acciones en manos de pequeños inversores que moneda circulando. Fiel a la concepción liberal de los mercados autorregulados y la no injerencia del gobierno, las reglas eran mínimas; la riqueza se concentraba cada vez más en la punta de la pirámide y la sensación de progreso y bienestar de la economía inflada fue sólo el momento anterior al estallido.
La nueva crisis estuvo presidida por una etapa republicana abierta con la llegada de Ronald Reagan al poder, quien comenzó el arduo proceso de desandar y desarmar todas las reglas y las instituciones surgidas en la reconstrucción de la ruina económica que dejó la Gran Depresión. El desmantelamiento del acta Glass-Steagall de 1933, que separó la banca de inversión de la comercial y aseguró los depósitos, para evitar la especulación y las corridas bancarias en 1999 bajo la presión de una mayoría republicana en el Congreso, fue el momento simbólico del comienzo de un nuevo ciclo de una economía de crisis. Pero como siempre las crisis benefician enormemente a un muy pequeño grupo, están precedidas de un fuerte auge; un momento fugaz de riquezas y vida loca; como los felices veinte del jazz y los rascacielos antes del estallido, una fuerte reproducción de riquezas que pronto caerán en unas pocas manos.
Los primeros síntomas de una crisis sistémica se empezaron a sentir en la periferia a partir de crisis recurrentes e interconectadas como la asiática; del Tequila; la rusa, la brasileña y nuestro estallido del 2001. Ese mismo año y el siguiente comenzaban a caer grandes corporaciones norteamericanas, WorldCom; Enron; Pacific Gas & Electirc. Cada nueva quiebra prometía ser el mayor quebranto comercial en la historia del capitalismo, pero seguía sin encender ninguna alarma ni del FMI ni de las agencias reguladoras.
En menos de una década solamente las diez mayores quiebras en Estados Unidos superaron 1,4 trillones de dólares. Iba quedando al desnudo que no era una depuración de destrucción creativa schumpeteriana; sino un sistema creado para defraudar y de corrupción a gran escala. En su caída iban arrastrados todos los cómplices del sistema. La quiebra fraudulenta de Enron hizo desaparecer a la auditora Arthur Andersen, y de allí en más no hubo una gran compañía auditora global que no haya participado en grandes escándalos: AIG y K-mart con Price WaterhouseCoopers, Merrill Lynch y Deloitte & Touch y cientos más.
Cuando las aguas de la prosperidad se fueron retirando quedó al desnudo un sistema de fraudes a gran escala. Charles Ponzi, el padre del robo con el esquema piramidal y que lleva su apellido en su honor, el Esquema de Ponzi, fue la demostración de que los años de posguerra anteriores a la Gran Depresión eran tierra fértil para que un solo hombre se pudiera aprovechar del sistema en escala grandiosa; no solamente por su ingenio y brillantez para el robo sino porque la época de desesperación por la riqueza rápida, la corrupción rampante y la falta de regulación sistémica lo hicieron posible. En 2009 Ponzi regresó para robar a escala planetaria; “Bernie” Madoff estafó a miles de individuos por más de 65 mil millones de dólares, pero no fue sólo su genio lo que lo permitió, fue el presidente de la Bolsa de Valores de Nueva York, Nasdaq, todo un signo de los tiempos.
* Economista del Centro Cultural de la Cooperación.
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