Sáb 14.11.2009

ECONOMíA  › PANORAMA ECONóMICO

Tasa Tobin

› Por Alfredo Zaiat

La formación de una nueva burbuja especulativa global ya no es un escenario imaginado por grupos altermundistas que advierten sobre el peligro de un nuevo estallido. Analistas como Nouriel Roubini, considerado gurú de Wall Street por haber alertado sobre la explosión de las subprime, o los Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros, previenen acerca de que el riesgo está presente. El movimiento de los tipos de cambio, con un dólar muy débil y la consiguiente fortaleza del resto de las monedas, está provocando desequilibrios que no tardarán en expresarse. Otra señal para estar atento se encuentra en el boom de las cotizaciones de acciones y títulos públicos, que en la mayoría de las bolsas van camino a recuperar los valores previos a la debacle. Esta renovada exuberancia especulativa tiene su explicación en que poco y nada ha cambiado de la estructura financiera internacional pese a las publicitadas reuniones del G-20. Y, en especial, a que Estados Unidos, como potencia hegemónica, ha transferido su crisis a escala mundial y, fundamentalmente, va consiguiendo financiamiento para enfrentarla. Esto lo está logrando con una fabulosa emisión de dólares y deuda activos aplicados para salvar sus megacompañías y, por lo tanto, su economía. Esos bonos y billetes han sido absorbidos por el mercado global. En forma muy sintética, ese proceso tuvo la siguiente dinámica:

- Las quiebras de los bancos de inversión Bear Stearns y Lehman Brothers pusieron al borde del precipicio el sistema financiero estadounidense, expandiendo la crisis a Europa y al resto del planeta, hundiendo en recesión al 80 por ciento de la economía mundial.

- Estados Unidos y las potencias europeas arrastradas en la debacle instrumentaron millonarios paquetes fiscales de auxilio que implicaron una impresionante emisión de moneda y deuda.

- Debido a que se trata de monedas de aceptación universal, principalmente el dólar, esa mayor circulación de billetes aspirada por el mercado mundial está permitiendo una más amigable administración de la crisis.

- A la vez, esa emisión ha debilitado a la moneda-patrón, que en primera instancia refleja los problemas de las cuentas (fiscal y comercial) y de la productividad de la economía estadounidense. Pero esa debilidad, acompañada de otras medidas, como tasas de interés cercanas al cero por ciento, brinda la posibilidad de su salida. Entre otros impactos, favorece la exportación y frena la compra de productos importados, mientras se recupera la productividad, como se ha empezado a verificar. Esta situación la está padeciendo Europa con un euro fuerte frente al dólar.

- Así, dólares abundantes circulando por el sistema especulativo global y tasas de interés bajísimas han generado las condiciones para recrear una nueva burbuja a una sorprendente velocidad.

En ese contexto, motivado por razones de política interna, el vapuleado primer ministro británico, Gordon Brown, propuso instalar la Tasa Tobin en la última reunión de ministros de Finanzas del G-20, desarrollada en Londres el fin de semana pasado. “De ninguna manera subestimo las enormes y difíciles cuestiones técnicas y prácticas que será necesario superar”, invitó Brown. Teniendo en cuenta la dinámica de crisis descripta, era previsible quién sería el primero en rechazar esa iniciativa: Timothy Geithner, secretario del Tesoro de Estados Unidos. “Un impuesto sobre las transacciones financieras diarias no es algo que estemos preparados para soportar”, replicó. El aspecto interesante de ese contrapunto se encuentra en que manifiesta la tensión existente entre las potencias occidentales acerca de cómo se distribuyen los costos asociados a la peor crisis desde el crac del ‘29 del siglo pasado. Esa puja dominada por Estados Unidos y el establishment financiero abre igualmente un espacio para debatir iniciativas que hasta hace poco eran menospreciadas por la corriente de pensamiento económico dominante, como la Tasa Tobin.

Esta consiste en pagar un impuesto cada vez que se produce una operación de cambio entre divisas para desalentar de ese modo la especulación con monedas. En palabras de James Tobin, Nobel de Economía en 1981, consiste en “echar arena en los engranajes demasiado bien engrasados” de los mercados monetarios y financieros internacionales. Esa propuesta la presentó en 1972, meses después de que Estados Unidos dispusiera la inconvertibilidad del dólar con el oro, generando un sistema de tipos de cambios flotantes y un debilitamiento de los controles sobre el movimiento de los capitales. Tobin sugirió entonces una tasa muy reducida para mantener la estabilidad monetaria mundial. Esa idea no fue considerada y se mantuvo dormida durante veinticinco años hasta que la rescató la asociación Attac liderada por el editor de Le Monde Diplomatique Ignacio Ramonet. La apropiación de esa propuesta por grupos antiglobalización y críticos del funcionamiento del capitalismo provocó la reacción de Tobin, quien renegó de la utilización que hizo esa organización de la Tasa denominada con su apellido. En una entrevista con la publicación alemana Der Spiegel, del 3 de septiembre de 2001, el periodista le pregunta si está contento con que se reconozca su idea. La respuesta de Tobin, que falleció seis meses después, es una pieza perfecta de lo que significa la corriente dominante del pensamiento económico de las últimas décadas: “Naturalmente que me alegra; pero los aplausos más sonoros vienen del lado equivocado. Mire usted, yo soy economista y, como la mayoría de los economistas, partidario del libre comercio. Además, estoy a favor del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización Mundial de Comercio. Abusan de mi nombre”. Para agregar que “no tengo ni lo más mínimo en común con estos revoltosos de la antiglobalización”.

El movimiento que está poniendo en discusión cómo está funcionando el capitalismo global dominado por las finanzas trasciende las ideas políticas conservadoras del keynesiano Tobin, adquiriendo para sí la propuesta de gravar el flujo de fondos especulativos. A su modo, Brasil decidió aplicar un impuesto del 2 por ciento al ingreso de capitales destinado a la compra de activos financieros. Las críticas provenientes del liberalismo sostienen que ese tipo de gravámenes no los frenarán, lo que es cierto, pero establecería obstáculos, lo que permitiría incorporar un poco más de márgenes a la política económica doméstica. Desde corrientes de izquierda sostienen que pretender controlar la especulación es querer curar los síntomas sin ocuparse de las causas de la enfermedad, que en este caso sería el propio sistema capitalista. Pero, mientras tanto, la Tasa Tobin podría actuar de pequeño amortiguador para desacelerar el flujo de capitales especulativos y los movimientos bruscos de los tipos de cambio. Una tasa impositiva muy baja (0,1 a 0,5 por ciento) apuntaría a disminuir la volatilidad de las operaciones financieras globales. Se penalizaría a las transacciones fuertemente especulativas con monedas, y su producido se destinaría a planes de asistencia. Algunos de sus promotores proponen orientar esos fondos hacia países muy pobres y otros indican que servirían al fisco para recuperar el dinero aportado en el auxilio a los grandes bancos. El Banco Internacional de Pagos de Basilea estima que el movimiento diario en el mercado de divisas es de poco más de 1 billón de dólares.

Sin embargo, el poder del establishment financiero internacional la descarta argumentando que sería de difícil implementación y recaudación. Como se sabe, la complejidad no ha sido un impedimento para estructurar instrumentos sofisticados de especulación, que terminaron en un estallido de proporciones. La revitalización de la Tasa Tobin como la resistencia que levanta refleja, en última instancia, que por ahora del G-20 sólo emergen discursos de buenas intenciones respecto de la reforma en la regulación del sistema financiero global, del control de los capitales especulativos y de la eliminación de los paraísos fiscales.

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