Dom 15.11.2009

ECONOMíA  › OPINION

Burocracias

› Por Alfredo Zaiat

Definir como burocracia a una organización viene acompañado de una carga negativa, que en el caso de las estructuras sindicales se relaciona con escasa vocación democrática y con dirigentes que se eternizan en los cargos. Este tipo de funcionamiento, que motiva críticas diversas, no es exclusivo de los sindicatos tradicionales, sino que también se observa en movimientos sociales, partidos de izquierda y en gremios y asociaciones alternativas. Los candidatos de siempre en cada una de las elecciones nacionales y la permanencia de líderes sociales históricos en el espacio público no reflejan un proceso de renovación “democrática”. Si bien puede haber una corriente de simpatía, cercanía ideológica y mejor trato de ciertos analistas a estas últimas organizaciones, la “vida democrática”, la permanencia de las mismas camadas de dirigentes y la continuidad de sus caciques en los primeros planos no difiere en mucho en términos de representatividad a lo que se denomina despectivamente “burocracia sindical”. El debate en ese sentido, orientado a normas propias de la democracia liberal relacionadas con la mayor o menor accesibilidad para la elección de representantes, empequeñece la relevancia de la lucha sindical. Las condiciones laborales, la pelea por aumentar el poder adquisitivo y, en definitiva, la construcción de la conciencia de clase de los trabajadores se manifiesta en la práctica concreta de dirigentes de base y también de la conducción de los sindicatos. Ese proceso dinámico y vital, que sobrepasa a las antiguas y a las viejas-renovadas estructuras sindicales, es más relevante que la disputa por la pluralidad de organizaciones sindicales, más aún cuando se intensifica la puja distributiva en un marco del avance de corrientes conservadoras. Esas disputas acerca de la representación gremial corren el riesgo de dividir y del enfrentamiento y, fundamentalmente, del desgaste de fuerzas en la necesaria defensa de los intereses materiales de los trabajadores.

En ese escenario no está en cuestionamiento el modelo sindical argentino, debido a la puja con la CGT por la personería gremial de la CTA o del reconocimiento de organizaciones de base como los del subte, sino que lo que está en crisis es todo el movimiento gremial argentino. Una crisis de legitimidad en la representación obrera expresada en la baja tasa de afiliación, manifestación de los profundos cambios generados en la década del ’90 por la fragmentación del mercado laboral, y también en la campaña de desprestigio de los sindicatos. Desprestigio ganado por derecho propio, pero también por la exacerbación de los prejuicios del pensamiento dominante sobre dirigentes de trabajadores. Esa crisis también se reconoce en otros factores importantes, como la constitución de “sindicatos–empresas” en los ’90, la subordinación a los intereses de grupos privados durante la enajenación de las empresas estatales, y el aval brindado a políticas que implicaron despidos masivos y normas de flexibilización laboral. La desestructuración productiva de los ’90 y la cooptación neoliberal de un grupo de dirigentes sindicales, conocidos como los “Gordos”, pretendió completar la tarea de destrucción que se propuso la dictadura militar de las organizaciones gremiales. No fue casual que la mayor parte de los detenidos-desaparecidos (67 por ciento, según la denuncia de la CTA presentada en marzo de 1998 ante el Juzgado Central de Instrucción Nº5 de la Audiencia General de Madrid) fueran delegados de fábrica, miembros de comisiones internas o activistas. Los dirigentes sindicales encarcelados, detenidos-desaparecidos o asesinados fueron precisamente aquellos que, en el ejercicio de la función sindical, mayor espacio dieron a la acción de las bases.

Ante esa adversidad, en los últimos años se está desarrollando un lento pero persistente proceso de recuperación de legitimidad del movimiento obrero pese a la reiteración de estereotipos reaccionarios difundidos por la cadena nacional de medios privados. Hugo Moyano, en la CGT, y Hugo Yasky, en la CTA, y también delegados de base de izquierda pero encuadrados en su sindicato madre, como los de Kraft, muestran que cada uno con su estilo, historias y tradiciones van rehabilitando la vitalidad del sindicalismo. El enfrentamiento entre esas expresiones gremiales, alentadas por sectores a los que poco les importan las condiciones materiales de los trabajadores, es un sendero que esos dirigentes deberían saber eludir. Al respecto, un documento elaborado por el abogado especializado en Derecho Laboral Enrique Arias Gibert, “La reconstrucción del contrapoder sindical. Un paso necesario para la democratización de las relaciones sociales”, plantea un concepto más abarcador del difundido en el sentido común acerca de la democracia sindical. Afirma que “la existencia misma de la organización sindical encuentra su razón de ser en el principio democrático. Es la afirmación del poder hacer de los excluidos de los medios de producción. Frente a este principio democrático sustantivo, los principios de libertad sindical o de unidad sólo tienen una función instrumental”.

Arias Gibert sostiene que “los sindicatos son organizaciones en lucha, no son un club social. El argumento que se le opone normalmente es que, precisamente a consecuencia de la burocratización, los sindicatos han dejado de cumplir su rol y el poder social que emerge de la potencia sindical es apropiado para fines privados de los dirigentes”. Sin embargo, el especialista se aleja de la respuesta habitual frente a esa generalizada descripción, para sostener que “lo que se desprende del contraargumento no es la necesidad de la pluralidad sindical, sino la de la democratización efectiva de las organizaciones sindicales”. Menciona que la proliferación de sindicatos puede abrir la puerta a la creación de los denominados “sindicatos amarillos”, que se ponen al servicio de los intereses de las empresas. En esa línea, con un saludable criterio provocador para abordar la cuestión, se pregunta “¿por qué razón la dirigencia de un sindicato alternativo va a ser menos burocrática que la del sindicato único?”.

La división de los trabajadores por su representatividad en centrales sindicales, aspecto que merece su evaluación, no favorece, cuando se lo considera como tema excluyente, al desarrollo de un proceso complejo de reparación frente al largo ciclo de destrucción de la legislación protectora de los derechos laborales, de empleos y de las condiciones de trabajo. Es indudable que la fortaleza de las organizaciones de trabajadores se encuentra no sólo en las estrategias de negociación y conflicto, sino en la solidez de la representación en los lugares de trabajo. Pero las burocracias no son el único y principal motivo de la muy baja presencia de instancias de representación directa de los trabajadores en las plantas. Los procesos sociales que involucran una mayor participación, con el consiguiente surgimiento de nuevos y jóvenes líderes sindicales, no se precipitan por decisiones superestructurales.

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