Sáb 07.12.2002

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

La cuestión humana

› Por Julio Nudler

“Una novela que relaciona la economía actual con el Holocausto” no es una mala manera de presentar un libro para atraer lectores. Y, efectivamente, La cuestión humana, del psiquiatra y psicoanalista belga François Emmanuel, que ahora aparece en español, causó bastante revuelo en Francia y Alemania. Y debería también impactar en la Argentina, donde no pocos ensayan vincular neoliberalismo y dictadura militar, y la masiva indigencia actual con un genocidio, a cuyos culpables –imaginan– debería juzgarse como se juzgó a las Juntas. Hay quienes incluso hablan de “desaparecidos económicos” para referirse a los empresarios que se fundieron por efecto de esas políticas. Sin embargo, la analogía que intenta Emmanuel vincula más la Shoah con los códigos y valores de la actual tecnocracia empresaria, sobre todo la que gobierna las grandes corporaciones de cuño estadounidense o europeo. Y aunque la maquinaria asesina de los nazis, organizada como industria del exterminio, no ha servido de molde a la moderna empresa tecnocrática, sirve como insuperable expresión de lo inhumano, que también caracteriza a las multinacionales.
Hay críticos que vieron en este octavo libro del escritor belga un escarnio de las víctimas del exterminio hitleriano, al equipararse su martirio con los padecimientos de cualquier obrero despedido –objeción que igualmente puede hacerse a la irreverente extensión del término desaparecidos–. Pero otros valoran el breve texto de escasas cien páginas como una sutil parábola que golpea en el nervio del neoliberalismo, con su característica subordinación de todos los valores al de la economicidad.
La cuestión... inquieta ante todo por la ambigüedad con que insinúa paralelos entre las fábricas de muerte creadas por el nazismo y la nueva cultura empresaria, que aniquila al sujeto. Más “humanidad”, mejor comunicación, más motivación... todo debe conducir a elevar la eficiencia y la productividad en la empresa. Mediante técnicas psicológicas y cursos dirigidos se seleccionan los empleados todavía útiles, diferenciándolos de los ya inservibles. Los elegidos deben sentirse en lo más profundo “soldados” de la compañía. Se impone lograr que el “factor humano”, como se denomina a las personas que integran la plantilla, consagre a la empresa todas sus energías.
Es obviamente inmediata la asociación del título original, La question humaine, con la cuestión judía, o Judenfrage, tal como fue planteada y “resuelta” por los nazis. Así como en el Tercer Reich se dispuso que debían ser eliminados los judíos y los gitanos, y también toda vida “no valiosa”, como la de lisiados y enfermos psíquicos, en la gran empresa actual todos los empleados podrían sentirse en verdad como sobrevivientes, que por ahora han logrado superar una “selección” semejante a la que se llevaba a cabo cotidianamente en los campos de concentración, raleo que en cualquier momento puede apartarlos del resto, enviándolos a la muerte social del desempleo.
Los consultores en esa macabra especialidad conocida como outplacement (hay disponibles especialistas locales) se jactan de ocuparse del alma de los sobrevivientes, después del sufrimiento y el pánico de cada proceso de selección, además de velar porque los trabajadores considerados superfluos sean expulsados con suavidad y anestesia, y si es posible hasta convencidos de la utilidad de su sacrificio. Pero lo que fundamentalmente procuran esos consultores es que ningún directivo de la firma expulsora tenga que ensuciarse las manos. Para eso cobran ellos.
Pero el relator de La cuestión... sí se las ensució, y sin darse cuenta. El psicólogo Simón (¿judío, cristiano?) se formó en la lógica de la nueva cultura corporativa. El fijó los criterios con que la compañía promovía o condenaba. Ejercía su profesión en el departamento de Recursos Humanos de una filial francesa de una multinacional alemana, la SC Farb, nombre que fatalmente remite a IG Farben, de siniestro pasado. Entre otras funciones, ese departamento interviene en la selección de los empleados a ser purgados en los planes de racionalización.
En cierto momento, el alemán Karl Rose, de la casa matriz y pasado nacionalsocialista, le encarga examinar el estado mental del director general de la filial, un tal Mathias Jüst, que ejecutó un despido masivo para recuperar la rentabilidad de la empresa y que padecería depresión y apariciones paranoicas, aunque no sin razón. En torno suyo hay montado un sistema de observación, intriga y denuncia. Además, ha estado recibiendo anónimos, aparentemente enviados por un despedido, que contienen copias de informes técnicos sobre la exitosa consumación de crímenes mediante el empleo de camiones, en cuya bodega, llenas de “piezas” (como se denomina a los seres condenados) se inyectó gas del escape.
Esos informes están firmados por alguien también llamado Jüst. Se trata de documentos históricos, que dan cuenta de los comienzos de la maquinaria asesina nazi, antes de la introducción de las cámaras de gas y los crematorios. Claro que ese Jüst de los documentos puede ser precisamente el padre del director general, a quien semejante temor conmueve de un modo que no tiene cabida en los códigos de la tecnocracia empresaria. Tampoco cabe que el psicólogo no lo denuncie. Para la cultura de la empresa sólo hay dentro y fuera, victoria o derrota, efectividad o fracaso. No admite consideraciones sociales que puedan contrarrestar los valores de la economicidad. En el neoliberalismo, el predominio de aquella cultura en la entrega a la lucha por la existencia es absoluto.
Emmanuel muestra cómo palabras y conceptos normales pueden desnaturalizarse de modo siniestro, y cómo, a consecuencia de esa desnaturalización, el horror puede tornarse normalidad. Y de qué manera esa deshumanización devenida normalidad iguala el léxico de la moderna psicología laboral, en la que ya no se habla de “piezas”, como hacían los nazis para referirse a las víctimas de los camiones, pero sí de “factor humano”. Al descubrir esas relaciones, Simón, el psicólogo, pierde la capacidad de seguir ejerciendo su función en Recursos Humanos. Ya no podrá dictar sus seminarios, en los que motivaba a la gente a perseguir objetivos que en realidad no tenían por qué importarles.

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