ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
El funcionamiento de la economía no se desarrolla en ideales espacios públicos de residencia en el paraíso. Las tensiones son permanentes y los intereses en pugna son constantes. Los factores de poder que se quejan por la presencia de situaciones conflictivas, en realidad aspiran al statu quo que proteja sus privilegios. La vitalidad de una economía se encuentra precisamente en la dimensión de los apremios que enfrenta y, por lo tanto, en la capacidad para resolverlos. Uno de los aspectos destacados del actual proceso político es que, por una actitud defensiva más que por una decisión estratégica de la administración kirchnerista, se permite visualizar con mayor claridad las ambiciones de los sujetos económicos. Es una cualidad notable teniendo en cuenta que históricamente la intervención de protagonistas del poder económico se ha desarrollado en una nebulosa difícil de señalar. Hoy se presenta un poco más visible, lo que no significa que no sea necesario precisar las características y objetivos de ciertos comportamientos. Las referencias al nivel del tipo de cambio son muy relevantes para transitar ese sendero.
Antes de las elecciones de mediados del año pasado se instalaron con intensidad las presiones para impulsar una fuerte devaluación de la moneda doméstica. Analistas de corrientes de pensamiento diversas proponían un ajuste de la cotización con el argumento de recuperar la supuesta competitividad perdida. Incluso se mencionaba la inevitabilidad de esa depreciación con el temerario pronóstico de que si el Gobierno no se adelantaba a definir esa medida, el propio mercado la iba a imponer con costos mayores en las semanas posteriores a los comicios. No se han detectado comentarios posteriores de esos expertos sobre lo errado de su diagnóstico y pronóstico. Por el contrario, sin la mínima autocrítica continúan con sus respectivos esquemas de análisis sin dar cuenta de que han concluido en evaluaciones fallidas.
Las sucesivas crisis cambiarias a lo largo de décadas han vulgarizado el debate sobre el nivel del tipo de cambio. La sentencia de si la paridad está atrasada o elevada en términos reales en el debate público está vinculada únicamente a la relación con el índice de precios al consumidor. Aparecen entonces las comparaciones en dólares de ciertos bienes para definir el estado de la cotización de la moneda. Si fuese sólo ese factor el que determina la competitividad del tipo de cambio, no debería haber debate al respecto. Quedaría cancelado con la evidencia empírica que ofrece la masiva presencia de turistas del exterior en circuitos de paseos y de compras, debido a que los bienes y servicios locales están “baratos” en dólares. Y también por el comprobado dinamismo de las exportaciones en estos años. Pero el tema es un poco más complejo que el expresado por el discurso lineal de representantes del poder económico.
El tipo de cambio real mide el precio relativo de los bienes y servicios de la economía con respecto a los de un grupo de países con los cuales se realizan transacciones comerciales. A esta altura, es evidente que es una variable relevante y controversial en las discusiones económicas porque está relacionada con la demanda interna, la estructura de la producción, el patrón de comercio internacional y de flujo de capitales y la competitividad de la economía. El valor del dólar en la economía no se define por la percepción social, que alimentan en forma negativa representantes de exportadores y grandes empresarios, como Eduardo Buzzi (FAA) y Cristiano Ratazzi (UIA). Estos, presionando por una devaluación, sólo buscan incrementar aún más las ya elevadas tasas de rentabilidad del capital a costa de deprimir el poder adquisitivo de los sectores de ingresos fijos. Esas figuras del mundo empresario expresan la misma coalición corporativa que festejó la megadevaluación de Eduardo Duhalde. Ajuste que provocó la más veloz y profunda transferencia de ingresos de los trabajadores a los grupos concentrados desde la concretada por los militares con Martínez de Hoz. El transcurso del tiempo revela la extraordinaria magnitud de esa devaluación, puesto que pasados ocho años de la violenta suba de la paridad del dólar a casi 4 pesos, el tipo de cambio aún mantiene su competitividad. Es cierto que el contexto internacional colaboró en esa tendencia, por ejemplo con la fuerte apreciación del real. Pero ese comportamiento, más que desestimar la evaluación de lo que fue un ajuste salvaje, lo confirma, puesto que revela que había margen para realizar una política cambiaria gradual que hubiera evitado los elevados costos sociales de la megadevaluación.
Para avanzar en el análisis del nivel del tipo de cambio real por encima de los intereses sectoriales y de pronosticadores de catástrofes incumplidas se requiere precisar el marco de referencia. En las investigaciones que se preocupan en entender más que en jugar a la política de vuelo bajo se aborda la cuestión con criterios más complejos. Existen múltiples estructuras analíticas con distintos supuestos e implicancias para precisar el tipo de cambio real de equilibrio (tcre). Una de ellas es la conocida Paridad del Poder Adquisitivo (PPA), que es el método tradicional de determinación del tcre. Se basa en la idea de que el arbitraje debería evitar que dos bienes con las mismas características tengan un precio distinto entre los países. El indicador de PPA más difundido es el índice Big Mac: el precio en dólares de la hamburguesa de la multinacional ordena a los países en un ranking de competitividad cambiaria.
Estudios más sofisticados consideran que el equilibrio del tipo de cambio real varía en función del comportamiento de otras variables claves, y no sólo de la evolución de los precios internos. Analizan los términos del intercambio, la productividad, la situación fiscal, la posición de activos externos netos de la economía. Investigadores del Banco Central han realizados informes incluyendo esa visión amplia del tema, definiendo que de todos esos factores, los términos del intercambio constituyen la guía principal en la dinámica del tcre en Argentina.
En ese marco teórico, la conclusión a la que arriban es que la paridad cambiaria no está atrasada, es decir que la moneda doméstica está “moderadamente” subvaluada respecto de su nivel de equilibrio. Ese resultado es consistente con otros métodos de evaluación menos sofisticados, incluso el más sencillo de ajustarlo con el comportamiento de los precios domésticos. Esto no significa que no haya que seguir de cerca el recorrido de la competitividad de la economía y, por lo tanto, de la cotización del dólar. Así se puede preservar uno los impulsores del proceso de crecimiento económico, aunque también se sabe que no debe ser el excluyente para dinamizar la actividad.
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