Lun 26.04.2010

ECONOMíA  › TEMAS DE DEBATE: EL IMPACTO QUE GENERA EL CONFLICTO CON CHINA

El efecto mariposa en el comercio

La decisión china de interrumpir las compras de aceite de soja hizo temblar a la cadena sojera. La estrategia del gigante asiático se debe a su situación en el comercio global. Por primera vez en seis años, en marzo tuvo déficit en su balanza comercial.

Producción: Tomás Lukin

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La estrategia china

Por Diana Tussie *

La amenaza de la aplicación de una norma sanitaria a las exportaciones de aceite de soja por parte del Ministerio de Comercio chino ha removido muchos avisperos. Y cuando las avispas vuelan a nuestro alrededor, una vez que las sacudimos, estamos frente a un llamado de atención: reflexionar sin alarmismo, ni profecías agoreras. En principio, una lectura rápida puede concluir sin mucho margen para el error que la aplicación de la norma que exige que las importaciones de aceite de soja no contengan más de 100 partes de residuos solvente por millón es una reacción a las restricciones a las importaciones que ha establecido la Argentina desde que se desató la crisis internacional. La Argentina ha hecho uso intenso de licencias no automáticas, medidas antidumping a las importaciones de calzado chino, y más recientemente a encendedores de ese origen, que podrán ingresar contra un valor mínimo de importación, como forma de proteger a la producción nacional. A pesar de nuestros sueños de grandeza, y nuestra tendencia a explicar la política china desde la realidad argentina, lo cierto es que las amenazas del país asiático están más relacionadas con el cambio producido en su situación en el comercio global. Por primera vez en seis años, China tuvo en marzo de 2010 un déficit en su balanza comercial, que alcanzó los 7240 millones de dólares. Al acercarse el mes de mayo, que históricamente ha arrojado fuertes superávit en favor de la Argentina, los chinos no perderían la oportunidad de remover el avispero para ver si logran ampliar sus mercados de exportación.

A pesar de los temores que agitaron a la opinión pública sobre el potencial cierre del mercado, es sabido –en especial por las empresas relacionadas con la producción de aceite de soja– que es muy difícil que China pueda prescindir del primer proveedor del principal insumo para la alimentación del ganado porcino, a su vez el principal componente proteico de la población. En los últimos años, la Argentina llegó a cuadruplicar sus exportaciones de porotos y aceite de soja hacia China. Mientras diez años atrás las exportaciones del aceite alcanzaron 1200 millones de dólares, en 2008, antes de que se sintiera la crudeza de la crisis global, se llegó a los 4900 millones. Durante 2009 se exportaron 1.984.047 toneladas equivalentes a 1450 millones de dólares. La proyección para este año es que se enviarán hacia China 2 millones y medio de toneladas de aceite de soja, lo que representaría unos 2 mil millones de dólares. En pocas palabras, se trata de un mercado valioso.

Pero podemos tratar de calar más hondo. Si bien la Argentina destina casi la mitad de sus exportaciones de aceite de soja a China y ello es naturalmente un factor de vulnerabilidad, China también es dependiente de la Argentina. Las compras a las empresas ubicadas en la Argentina no pueden ser suplantadas fácilmente. Tanto Brasil (el segundo proveedor) como los Estados Unidos (el tercer proveedor) destinan buena parte del aceite a la fabricación de biodiesel. Por lo tanto, la medida china debe ser vista como temporaria, dado que el país asiático no tiene por el momento fuentes alternativas. A pocos días de darse a conocer la amenaza, Li Jinzhang, viceministro chino de Relaciones Exteriores, bajó los decibeles del conflicto y declaró que “al ser dos importantes países en desarrollo, son bastante normales estos tipos de problemas”. Señaló además que confiaba en “resolver los problemas a través de negociaciones amigables”.

Aunque la decisión china no frena los embarques en camino, la movida obligará al gobierno a abrir una mesa de negociaciones de amplio espectro. Dicha negociación deberá ser enfocada sectorialmente, es decir, sin concesiones que conlleven elecciones de supervivencia de un sector a costa de otro. La puja con China no es meramente un problema inherente a nuestra peculiar manera de caminar por el mundo, siempre pasible de autocríticas. Como botón de muestra, China es hoy el principal destino de las exportaciones alemanas. Y por ello la próxima reunión del Grupo de los 20 en junio es una buena ocasión para congeniar con otros países en situación afín. Si bien el esplendor que brilló en la reunión del G-20 en Londres en abril del año pasado se fue opacando y los temas se fueron estrechando con un gradual silenciamiento de la administración de los tipos de cambio, China ha dado claras señales de un cambio gradual de su modelo económico, con un incentivo gradual del mercado interno, mayor consumo, gasto social e importaciones. Esto es un alivio para las relaciones económicas porque ayudará a reducir el superávit comercial global de China, y es excelente para la Argentina, porque reducirá el déficit que tenemos, aun a pesar del espectacular comportamiento exportador.

* Coordinadora del Area de Relaciones Internacionales de Flacso, Investigadora del Conicet.


Los límites de la OMC

Por Carlos Bianco *

Marzo de 1948. Unos 53 países firman la Carta de La Habana, proponiendo la creación de la Organización Internacional del Comercio (OIC), con el objetivo de establecer disciplinas comerciales que permitan el desarrollo equilibrado de los países. El Parlamento estadounidense nunca ratifica la firma; la OIC resulta nonata. En su reemplazo se instituye el Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (GATT), con el objetivo único de liberalizar el comercio como vía para el desarrollo. Las distintas rondas de negociación aseguran la marcha a todo vapor de la apertura comercial. En 1995 se crea la Organización Mundial del Comercio (OMC), absorbiendo al GATT e incorporando nuevas disciplinas al sistema multilateral de comercio. Actualmente son 153 los países miembros (97 por ciento del comercio mundial).

Abril de 2010. El gobierno chino decide reducir paulatinamente las importaciones de aceite de soja argentino debido a inconvenientes de carácter fitosanitario. Desde sectores críticos al Gobierno argentino se sostiene que se trata de una respuesta ante la aplicación de restricciones a la importación de productos industriales de origen chino. Desde sectores afines al Gobierno se sostiene que la movida oriental está vinculada con la profundización de su proceso de industrialización, en cuyo marco se intenta sustituir la importación de aceite por la de porotos de soja. Como resultado tiene lugar un conflicto comercial entre ambos países.

El análisis de ambos sucesos lleva a pensar en dos aspectos distintos: uno coyuntural y otro estructural. En relación con el primero, más allá del motivo por el cual China tomó la decisión, lo cierto es que la sustitución de importaciones a partir del escalamiento de la producción (y de los aranceles y barreras no arancelarias) hacia artículos con mayor valor agregado ha sido una práctica ampliamente difundida en cualquier país decidido a realizar un cambio estructural de su economía. Eventualmente, si hay algo de ilegal en estas prácticas, las férreas disposiciones del Organo de Solución de Diferencias de la OMC permiten zanjar el desaguisado sentando a negociar a ambos países en condiciones de absoluta (abstracta) igualdad.

Más allá de la coyuntura, la cuestión de fondo tiene un doble carácter estructural. Por un lado, una especialización argentina basada, fundamentalmente, en bienes de escaso valor agregado y contenido tecnológico. Los primeros cinco ítem de exportación argentinos en 2008 (32 por ciento de las exportaciones) fueron, en orden de importancia, harina y pellets de soja, aceite de soja en bruto, porotos de soja, maíz en grano y trigo y morcajo; todos productos primarios o de muy bajo grado de elaboración. La canasta exportadora permite ver también una porción importante de exportaciones de manufacturas de origen industrial (27 por ciento) y de servicios (15 por ciento). Sin embargo, la mayoría de estas partidas da cuenta de un bajo contenido de tecnología y valor agregado local. Por otro lado, existe un estricto coto de las disciplinas de la OMC a la posibilidad real que tienen los países periféricos de poder articular medidas de protección de su mercado interno con el objetivo de desarrollar (o mantener) sectores estratégicos. Si bien la OMC prevé cierto tratamiento especial para los países “en desarrollo” y para los “menos adelantados”, a las claras resulta insuficiente como para poder hacer posible el catching up respecto de las potencias industriales.

El problema principal reside en la visión sobre las causas del desarrollo que está por detrás de la concepción de la OMC: el libre comercio genera beneficio mutuo para todos los países y, de esa forma, tiende a igualar los grados de desarrollo a nivel global. Más allá de la multiplicidad de apologistas de este axioma basado en el funcionamiento del principio de la ventaja absoluta/comparativa –desde Adam Smith en 1776 hasta Paul Krugman en nuestros días–, lo cierto es que gran cantidad de autores, desde ópticas heterodoxas de distinta raigambre, han demostrado científicamente la inexistencia de dicho beneficio mutuo y, por ende, de la posibilidad de igualación de los niveles de desarrollo como resultado de la liberalización comercial. Mercantilistas, estructuralistas, marxistas, dependentistas, neoschumpeterianos y neoestructuralistas son sólo algunas de las “tribus” que han dejado evidencia teórica en este sentido.

Comprobarlo empíricamente es tan sencillo como levantar los ojos y echar una mirada alrededor, sin necesidad de demasiadas estadísticas ni de sesudas econometrías. Al fin y al cabo, la doctrina del libre comercio ha funcionado históricamente como garante del subdesarrollo, al tiempo que las restricciones acordadas en el marco de la OMC para el ejercicio soberano de la política comercial, en el caso de los países periféricos y en espacios de maniobra tan reducidos como los actuales, lejos de evitar tensiones, las refuerzan cada vez que alguna nación decide intentar proteger sectores sensibles de su economía.

* Investigador UNQ/Cenda.

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