ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
› Por Alfredo Zaiat
La comparación con la crisis argentina se ha convertido en la referencia obligada de analistas para advertir sobre la crisis griega, que como mecha encendida empezó a recorrer los países vulnerables de Europa. Esa evaluación no es para nada equivocada teniendo en cuenta los profundos desequilibrios de esas economías, la pérdida de competitividad, la su-bordinación al mundo de las finanzas desreguladas y los dramáticos costos sociales que se observan. Sin embargo, esa claridad en el diagnóstico tiene una respuesta que es sorprendente: la política para enfrentar la crisis es un calco de la implementada por el gobierno de Fernando de la Rúa. Las administraciones socialistas griega, española y portuguesa están aplicando la receta Cavallo: reducir el gasto público bajando salarios, jubilaciones y la inversión pública en el área social y de infraestructura con el objetivo de mejorar así la competitividad de la economía. La meta del ministro del corralito era no devaluar el peso y para ganar competitividad entonces se buscó bajar los costos internos. Lo mismo que hacen ahora los países europeos que están en la cornisa: disminuir los precios relativos domésticos (devaluación interna) en forma importante para generar ingresos a través de una mejora de las exportaciones. Ese esperado aumento en la entrada de divisas permitiría equilibrar el frente externo y, en especial, hacer frente a los vencimientos de la abultada deuda, que incluso puede ser reestructurada en forma amigable en el mercado. Como el resultado de ese proceso requiere de tiempo, la Unión Europea estructuró un blindaje por la fabulosa suma de 750 mil millones de euros para atender las cuentas de bancos y calmar la ansiedad de tenedores de bonos de deuda de esos países. Quienes estudiaron todos los capítulos de la crisis argentina saben cuál es el desenlace. Estudiosos de la mente humana explican que la experiencia del déjà vu suele ir acompañada por una sensación de familiaridad y también por una sensación de sobrecogimiento y extrañeza. Señalan que la experiencia “previa” se atribuye con frecuencia a un sueño, aunque admiten que en algunos casos se da una firme sensación de que la experiencia “ocurrió auténticamente” en el pasado. La actual reacción de los gobiernos europeos a su crisis corresponde a esa segunda opción.
La debacle del euro empezó a ser una experiencia terrible para la población más vulnerable. La política para salvar la moneda única tiene la dirección de un fortísimo ajuste fiscal con el único objetivo inmediato de mantener a flote el sistema bancario de la Eurozona. La respuesta de los gobiernos de Grecia, España y Portugal es la misma que la aplicada en Argentina, pero en esos casos se presenta una cuestión estructural que agrava aún más la situación. No pueden devaluar porque resignaron su soberanía monetaria. Se quedaron sin moneda propia al eliminarla para formar parte de las 16 naciones que se manejan con el euro.
Esa extraordinaria restricción de política económica es una referencia práctica muy adecuada para ilustrar el desastre que hubiera sido abrazarse aquí a la dolarización, como presionaban bancos extranjeros, multinacionales y compañías privatizadas en los traumáticos años previos al estallido de la convertibilidad. La paridad fija por ley era la estación previa a la dolarización, instancia que proponían alcanzar las corrientes más ortodoxas del pensamiento económico local. Pese a los inmensos costos sociolaborales que implicaron la devaluación y el default, el descalabro que provocó esa salida fue inmensamente menor al que se hubiera padecido si se hubiera avanzado hacia la eliminación de la moneda nacional.
Como se enseña en los manuales de texto, si un país enfrenta dificultades fiscales o externas puede recurrir a una devaluación de su moneda y llevar a cabo un ajuste para recuperar equilibrios macroeconómicos. Los países de la Eurozona no pueden recurrir a esa alternativa a menos que decidan abandonar el euro. En caso de crisis como la actual sus opciones son más difíciles para la mayoría y conducen de manera directa a un recorte en el poder de compra de grandes segmentos de la población. Queda la opción de declararse en bancarrota, anunciar el default y esperar las dramáticas consecuencias para luego comenzar la dolorosa recuperación. Esa opción sería un golpe durísimo para la unión monetaria, en especial para la hegemonía alemana, pues el efecto en cascada para los demás países débiles sería desastroso. Ese colapso debilitaría el euro o hasta sentenciaría su muerte porque sería el resultado de la incapacidad de los países de la Eurozona para coordinar sus políticas económicas, para crear instituciones supranacionales que ordenen la situación y para mantener una posición fiscal más o menos equilibrada con la meta de consolidar la divisa europea.
Rebecca Wilder, una reconocida analista económica norteamericana que difunde sus ideas en su página web newsneconomics.com, lo explica así en un reportaje publicado en el periódico quincenal español Diagonal:
- El principal problema dentro de la Eurozona es su propia estructura: una sola moneda “que lo regula todo”. De esta manera, países como Grecia, Italia, Irlanda, Portugal o España no pueden devaluar su moneda para estimular el crecimiento de las exportaciones.
- La Eurozona puede encontrarse a sí misma en una carrera sin sentido. El recetario del FMI y la UE consiste en una severa y profunda reducción de salarios y precios, con la intención de ganar competitividad.
- Sin un crecimiento adecuado de las exportaciones, la devaluación interna se convierte más bien en una “devaluación infernal”.
- Los recortes en los ingresos nominales (salarios y jubilaciones) y el resto de variables laborales restringirán el consumo actual y el gasto agregado, y dichas medidas repercutirán en el déficit de las cuentas públicas de los gobiernos.
- Es una falacia pensar que la disminución del gasto agregado puede ser el camino para salir de una recesión mediante las exportaciones cuando están cayendo los salarios, lo que repercute en que cae el consumo.
- Ni Grecia ni ningún otro país de la Eurozona cuentan con la opción de devaluar. Sólo pueden reducir los salarios y los precios de cara a generar una devaluación interna que dé como resultado el obligado crecimiento de las exportaciones.
- Esto no llegará a buen puerto, ya que toda la Eurozona compite por los ingresos procedentes de las exportaciones. No creo que todo esto suponga el fin de la unión monetaria europea, pero tampoco me sorprendería si algunos países quebraran, lo que parecería acercarnos a ese posible escenario.
En otro artículo. “Fin de partida en la Unión Europea: los recortes salariales y la batalla por las exportaciones”, Wilder explica que “la moneda está en un régimen cambiario fijo, de modo que el único mecanismo para acrecer la competitividad exterior pasa por la caída de los precios (salarios). Pero este modelo de crecimiento no puede funcionar para el conjunto de la Eurozona”. Además, cada uno de los países que quedan en la mira del rifle del mercado financiero está aplicando la misma receta. Esto va a ir neutralizando el efecto buscado de mejorar la competitividad. Wilder se pregunta: “¿Y qué ocurre cuando los ingresos de las exportaciones no proporcionan el ímpetu necesario para el crecimiento de la demanda agregada?”. La respuesta no es muy alentadora. “Bueno, ya no queda margen –afirma–, no se puede devaluar la moneda, y los ingresos fiscales caerán más rápidamente que un plomo: déficit crecientes, deuda en aumento, creciente servicio de la deuda.” La conclusión es una alerta: “De modo que la suspensión de pagos parece el destino prácticamente cierto de varios Estados de la Eurozona”. Un déjà vu.
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