ECONOMíA › OPINION
› Por Mario Rapoport
Como señala el gran matemático Oskar Morgenstern, “las estadísticas económicas y sociales se basan con frecuencia en [...] mentiras deliberadas de varios tipos”. Así cuenta la historia de un ministro de Finanzas europeo que, con el propósito de poder recibir los beneficios del Plan Marshall de ayuda al viejo continente, estaba dispuesto a brindar las cifras que fueran necesarias para convencer a las autoridades del plan. Esto es lo que se descubre ahora para explicar cómo entró Grecia en la Eurozona sin estar en condiciones reales para cumplir con los requisitos exigidos. En cambio, resulta lógico entender por qué quiso entrar en ella: además de la posible ayuda económica con la que podría beneficiarse, un objetivo importante era la obtención de tasas de interés menores a las que llegarían a acceder en los mercados internacionales manteniendo su independencia monetaria. Las tasas reales de interés resultaban aun inferiores debido a los niveles de inflación en relación al euro, cuyo valor se diferenciaba cada vez más entre los distintos países de acuerdo con sus respectivos procesos inflacionarios. Entre 1997 y 2009 el nivel general de precios en Grecia aumentó 46,4 por ciento; en Irlanda, el 39,9, y en España, el 39,2. En tanto, en Alemania la inflación alcanzaba sólo un 19,2 por ciento y en Francia, un 22. Como resultado de ello, el poder adquisitivo del euro no es el mismo para todos los miembros de la Eurozona.
En cambio, las bajas tasas de interés reales permitieron mayores niveles de endeudamiento. En Grecia sería sobre todo el Estado el que se endeudaría; en España y Portugal fueron los agentes privados. A esta problemática se agregaron fuertes déficit exteriores: en 2008, 12 por ciento para Grecia; 10 para Portugal; 9 para España. La producción doméstica perdía competitividad por el diferencial de inflación y las importaciones se abarataban. Y cuando se registra este tipo de situación en una zona monetaria unificada no es fácil salir. Sin el euro, estos países podrían devaluar sus monedas, como ocurrió en la Argentina. Con el euro, o en el caso argentino, durante la vigencia del régimen de convertibilidad, el ajuste recae en la parte real de la economía: la producción y el empleo.
La crisis griega ¿puede dar lugar a comparaciones con la crisis argentina de 2001? La cuestión es saber si existen elementos similares que nos ayuden a entender el curso actual de la situación en el país helénico. Ambos tuvieron inicialmente una problemática similar que podemos tomar metafóricamente de la leyenda griega: la introducción en sus políticas económicas del caballo de Troya del neoliberalismo. Ambos arribaron a una recesión económica formidable. A partir de ello es posible establecer nueve puntos de comparación:
De los países europeos que entraron en la Zona Euro, Grecia era el que tenía mayores tasas de inflación, un elevado nivel de gasto militar –entre los más altos del mundo– y también elevadas fugas de capital. En distintos momentos de su historia, la Argentina tuvo situaciones semejantes o peores (todas juntas durante la última dictadura militar).
La deuda pública en 2001, año de la crisis, era en la Argentina de 131 mil millones de dólares, y la deuda per cápita, de 3600 dólares. En Grecia la deuda pública en 2010 alcanza los 363 mil millones de dólares y la deuda por habitante es 10 veces mayor que aquella de la Argentina: 33.000 dólares. Como porcentaje del PIB, la deuda pública en la actual crisis griega es del 100, mientras que en Argentina representaba en 2001 menos de la mitad de esa proporción. La deuda pública y la externa venían aumentando exponencialmente en ambos países antes de las respectivas crisis.
En nuestro país existía un déficit fiscal crónico que las políticas de ajuste no doblegaban y debía cubrirse durante la vigencia de la Ley de Convertibilidad con un mayor endeudamiento. Curiosamente, antes de la crisis el déficit fiscal no llegaba al 3 por ciento del PIB, la cifra requerida para ingresar a la eurozona. El déficit fiscal griego, cuando entró en ella, era en realidad mucho mayor que el declarado. Se ocultaron gastos de defensa y de fondos de seguridad social y se sobreestimó la recaudación tributaria. Ahora es del 12,7 por ciento del PIB.
La cuestión central para medir el parecido entre ambos casos es el tipo de cambio fijo con convertibilidad de la moneda. Para Grecia esto significaba el sacrificio de su soberanía monetaria al entrar en la Eurozona. Dejando a salvo esa diferencia, las variables económicas y financieras argentinas estaban atadas al dólar, mientras que las de Grecia se sujetaban al euro. Ninguno tenía la posibilidad de realizar políticas monetarias.
En la Argentina el poder adquisitivo del peso en relación al del dólar no era equivalente; había un desfasaje que convertía al país en menos competitivo y lo llevaba a generar fuertes déficit comerciales. Para Grecia, el problema es similar, pero aquí la diferencia de poder adquisitivo se establece, en especial, respecto de los otros países de la Eurozona. Argentina y Grecia experimentaron, respectivamente, una inflación en dólares y en euros, y una sobrevaluación de sus monedas.
También en ambos casos se implementaron programas que liberalizaron los movimientos de capitales, desregularon los mercados financieros e impulsaron reformas estructurales. Especialmente en Argentina después de 1991 y en Grecia a partir de 2004, se aplicaron drásticos planes de privatización de los activos públicos. Esos planes no disminuyeron la deuda soberana, mientras reintroducían a los respectivos países en los mercados de inversiones internacionales. Pero los sectores externos estaban fuera de todo control: los capitales especulativos venían y se iban a su guisa y paladar. La combinación de fuga o retiros de capitales y déficit en el comercio exterior provocaron en la Argentina un proceso de desmonetización, acompañado de deflación por la caída de la actividad económica, que se está repitiendo en Grecia.
En el caso argentino, el proceso que llevó a la crisis estuvo acompañado por la “ayuda” o el “blindaje” del FMI y el Banco Mundial, que no contribuyeron a resolver los problemas y, por el contrario, forzaron la realización de planes de ajuste, con baja de sueldos y jubilaciones y otros recortes de gastos que llevaron a una tasa de desempleo por encima del 20 por ciento e inéditos niveles de indigencia y pobreza. Ahora se recomiendan planes similares para Grecia, que pueden ser tan amargos como la cicuta que tomó Sócrates. Los aportes financieros son a cuenta de recortes del gasto público griego que afectan rubros similares a los que se impusieron en la Argentina, pero no tocan los gastos militares ni el fraude fiscal ni la responsabilidad de los bancos que crearon ese círculo infernal. Menos aún se menciona a Goldman Sachs, que ayudó a colocar y encubrir la deuda. El IVA subirá al 23 por ciento, una de las tasas más elevadas del mundo de un impuesto claramente regresivo.
La respuesta popular en ambos países frente a esas duras políticas de ajuste no reconoce diferencias culturales y cobró ya sus víctimas en Grecia, como antes lo había hecho en la Argentina. El ajuste fracasará en Grecia o en España como fracasó en nuestro país. En el caso griego el final del túnel, sin un verdadero hilo de Ariadna que pueda conducir a la salida, no parece estar cercano. El viejo Partenón de patrimonio de la humanidad puede pasar a ser patrimonio de los acreedores.
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