ECONOMíA › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
La debacle de la Eurozona ha impactado a nivel local por el canal financiero. El grado de adhesión de inversores institucionales a la segunda ronda del canje de deuda en default fue menor al esperado. La opción de colocación de un título público bajo legislación extranjera por 1000 millones de dólares quedó postergada debido al salto que describió la tasa de interés implícita de la emisión. Y en el mercado local las cotizaciones de los bonos registraron caídas del 10 al 20 por ciento dependiendo el papel, disparando en casi 250 puntos el riesgo país para ubicarlo cerca del umbral de los 800. Una situación similar se vivió en la plaza doméstica cuando estalló la crisis subprime en Estados Unidos. En esa oportunidad se había anunciado la intención de cancelar la deuda en cesación de pagos con el Club de París, objetivo que luego se descartó debido a las turbulencias internacionales. Se cerraron las puertas de acceso al financiamiento externo vía emisión de bonos, luego de la desacertada operación de títulos de deuda con el gobierno de Hugo Chávez. Y los precios de los títulos también contabilizaron un fuerte derrape. Sin embargo, a diferencia de ese estado de zozobra financiera que depositó en la city la perspectiva de un nueva cesación de pagos, ahora esa eventualidad no es considerada por administradores de grandes fondos de inversión ni por operadores locales. El motivo de ese notable cambio de percepción, que aleja un potente perturbador de la estabilidad económica, se encuentra en los siguientes factores: 1) el compromiso oficial de utilizar reservas del Banco Central para pagar deudas pese a la férrea oposición política, de analistas y ex funcionarios; 2) la experiencia reciente de que no hubo una cesación de pagos en 2008 pese a la caída del Muro de Wall Street; 3) la decisión de las actuales autoridades del Banco Central de no reiterar la fallida intervención en la plaza de títulos públicos realizada entonces por la gestión de Martín Redrado. Detallar esto último resulta un oportuno antecedente para desestimar ese tipo de participación que implicó millonarias pérdidas para el balance de la autoridad monetaria y, fundamentalmente, la instalación en el mercado de la posibilidad de otro default argentino.
En su libro de autoalabanzas Sin Reservas, Redrado insiste en más de una oportunidad en que “los criterios profesionales son los que han guiado el proceder del Banco Central”. En los turbulentos meses de 2008 diseñó una estrategia de intervención en la plaza de títulos públicos que no confirma esa evaluación. Por el contrario, terminó convocando a la crisis internacional a compartir sus efectos negativos en la economía local. Instaló con fuerza la percepción de una fragilidad financiera que no era tal. Desde abril, y con más intensidad desde junio hasta fines de ese año, el Central comenzó a comprar títulos públicos para supuestamente defender sus cotizaciones. Sin coordinar esa participación con la Secretaría de Finanzas, el BC compró 11.500 millones de pesos en bonos públicos, en especial el Descuento en pesos con vencimiento en 2033, papel que concentró el 50,7 por ciento del total de adquisiciones (ver cuadro). Esas compras adquieren otra significación ahora, puesto que en su crónica laudatoria, Redrado explica (páginas 151 a 154) que el 12 de agosto de 2008 le había enviado a la Presidenta y al entonces jefe de Gabinete, Sergio Massa, una estrategia de recompra de deuda por parte del Tesoro Nacional a ser coordinada por la Secretaría de Finanzas. Entre otras consideraciones, señala que “dado que existen dudas sobre el financiamiento de los próximos 18 meses, concentraría la intervención en ese tramo de vencimiento”. Fue exactamente lo opuesto que hizo desde el Banco Central, estrategia que por su extensión, montos y efectos negativos hubiera merecido precisiones, ausentes en su apresurado texto.
La compra de títulos con vencimiento de largo plazo fue realizada a través de la mesa de dinero del Central, a precios máximos de la jornada y privilegiando de contraparte a dos bancos de plaza, según un denuncia judicial presentada por un grupo de diputados de la centroizquierda en febrero pasado. Ese par de entidades fue el Mariva, que concentró el 29,8 por ciento de las operaciones, y el Macro, que reunió el 17,6 por ciento (ver cuadro). Redrado conoce la existencia de cuestionamientos a esas operaciones, por eso en su libro no menciona cómo operó la mesa de dinero de la entidad en esa peculiar estrategia con bonos, pero comenta cómo lo hizo para la compraventa de dólares. “Todas las operaciones que realiza el BCRA, tanto en el mercado de cambios como en el de títulos, se hacen con computadoras que tienen pantallas ‘ciegas’, es decir, quien oferta no puede ver el comprador, y quien compra no puede ver al vendedor”, describió en la página 117. Quienes conocen el mercado financiero dicen que pocas veces el azar define tantas transacciones en la city: dos bancos concentraron el 47,4 por ciento de las operaciones “ciegas”. Las compraventas son electrónicas, quedando registradas en el mercado abierto electrónico (MAE), para evitar cualquier tipo de maniobra, adelanta su defensa Redrado. Esa ha sido la fuente de elaboración de los cuadros que acompañan esta nota.
El riesgo a una nueva cesación de pagos se asentó en el mercado porque la compra de esos títulos públicos con vencimiento en el largo plazo provocaron lo que los especialistas denominan la inversión de la curva de rendimientos soberanos (títulos emitidos por países): los bonos de corto plazo pasaron a ofrecer una renta más elevada que los de largo, cuando la lógica de mercado es al revés. Si un título de vencimiento cercano paga una tasa de interés más alta que uno de largo, significa que los inversores tienen la presunción de dificultades para cobrarlo y por ese motivo exigen un premio mayor. Esto provocó la disparada del riesgo país y convocó el fantasma del default cuando no estaban presentes las condiciones para ese evento.
La pérdida patrimonial para el BC por la caída de las cotizaciones de los bonos alcanzó los 5127 millones de pesos (ver cuadro). Esas compras oficiales no apuntaron a la baja del riesgo país, como argumentó en ese momento la conducción de la autoridad monetaria para defender esa política, porque los bonos adquiridos no forman parte de la canasta que define ese indicador (EMBI). Tampoco esas compras eran necesarias para dotar de liquidez al sistema financiero, otra de las defensas esgrimidas entonces por el BC, porque en esos meses las entidades no necesitaban de fondos. Y en caso de haberlo necesitado, usualmente las bancas centrales llevan a cabo políticas de abastecimiento de liquidez a través de compraventa de títulos de corto plazo del Tesoro o del propio Central. En este caso, hubiera sido a través de la recompra de los papeles Lebac o Nobac y no de bonos Descuento.
El ocultamiento de las deficiencias en las intervenciones del Banco Central por parte de analistas, economistas de la city y el arco político revela la complicidad de esos sectores con el poder económico. La administración kirchnerista no tenía que esperar la rebeldía de Redrado al DNU que habilitaba la utilización de las reservas para pagar deuda para descubrir las características de su gestión. La revista Barcelona, en su edición del 7 de mayo, observó el recorrido del ex golden boy de Menem con un comentario corrosivo: “Cómo fue que Martín Redrado eligió para su libro el título Sin reservas y no Sin escrúpulos”.
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