Sáb 11.01.2003

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

Todo lo que baja sube

› Por Julio Nudler

“Si volvemos a dejar que se fuguen los dólares, ¿para qué generamos este gran superávit externo a través de un tipo de cambio tan alto, con pulverización del salario?”, se pregunta el experto y docente en finanzas Fabián Abadie. Tal vez no todos acepten llamar fuga a la remesa de dividendos y otras partidas al exterior, que el Banco Central liberó de restricciones la semana pasada. Pero se trata de lo mismo: de dólares generados en la Argentina que no se reinvierten en el país.
Se marcha también hacia la libre disponibilidad de las divisas por parte de los exportadores, y específicamente las pyme, cuando el superávit comercial y el consiguiente excedente de dólares son el reverso (o el anverso, según cómo se mire y quién lo haga) del fenomenal ajuste que sufrió la economía a través del brusco empobrecimiento general de la población. Este sacrificio no le fue restituido hasta el momento, salvo a través de los magros subsidios al desempleo, y no parecen existir instrumentos de política económica dirigidos a recomponer cierto mínimo equilibrio social.
La reactivación es prometida como el deus ex máchina que vendrá a resolver la situación. Pero este personaje desciende sobre la escena con exasperante lentitud, entendible porque las ventas en el mercado interno siguen sin reaccionar. ¿Qué estarán haciendo los ganadores de esta historia, ligados a la exportación, con la mucha plata que embolsaron? Seguro que algo, pero no construir galpones ni comprar tractores, autos u otros durables. Quizá prefieran estar líquidos mientras no se despeje la incertidumbre política, esa nueva gran excusa nacional.
Abadie vuelve a la carga: cree prematuro aventurar si la liberalización del control de cambios será sostenible, en el contexto de un país en cesación de pagos que, se supone, devaluó entre otras cosas para poder reconstituir sus reservas, que son para los acreedores externos un índice básico de recuperabilidad de sus acreencias. “Pero acá devaluaste, dejando que te fugaran diez mil millones de dólares más, y ahora volvés a posibilitar que fuguen. Todo por no querer monetizar el superávit (es decir, absorber los dólares en las reservas, emitiendo pesos en contrapartida). ¿Entonces para qué generás el superávit a través de un dólar tan alto?” Son cuestiones difíciles de responder y que dejan expuestos los absurdos y las paradojas de la política económica.
Desde otra posición ideológica, un economista del staff oficial (que pide anonimato) replica que lo peor para la gente es la emisión, aunque sea para comprar dólares para las reservas, porque generará inflación. Si el control de cambios aumenta el excedente de dólares, comprarlo con pesos acabará por provocar aumentos en los precios porque la oferta de divisas no es la contrapartida de una genuina demanda de moneda local, sino de normas que fuerzan la liquidación de dólares y restringen su demanda por el sector privado. Además, dice, las reservas no le sirven a la gente: con ellas no se construyen fábricas ni se da empleo.
Las reglas de juego del control planteaban dos opciones. Una, dejar que el dólar bajase hasta el piso que le hallara el mercado. Otra, comprar a través del Banco Central para sostener el tipo de cambio, entregando pesos. Economía deseaba esto último, pero el BCRA entendía que de ese modo no podría sujetar la inflación dentro de una meta, que es el norte de su política. La solución de compromiso fue entonces relajar el control de cambios, permitiendo que el sector privado haga lo que desee con los dólares (salvo amortizar deuda). En principio, se logró lo buscado y el dólar inició estos días un repunte.
Como es obvio, este paquete liberalizador satisfizo al establishment en general y al exportador en particular. Y también los banqueros celebraron, entre otras razones porque en las circunstancias actuales no les conveníatanta emisión. Buena parte de ésta iría tarde o temprano a parar a plazos fijos, que los bancos deben remunerar –no pueden bajar excesivamente las tasas de interés para no perder peldaños en el ranking de depósitos–, sin otorgar con esa plata créditos que les permitan recuperar el costo con una ganancia. Como calculan un riesgo crediticio muy alto, exigen tasas que casi nadie acepta pagar.
Algunos bancos, como el Citi y el Boston, ni siquiera pueden invertir su plata sobrante en lebac (letras del BCRA) porque sus matrices les prohíben aumentar su tenencia de deuda pública argentina. A otros, como los oficiales, el Galicia, el Francés o el Río, es el Central el que no los deja porque le están debiendo redescuentos, que devengan tasas inferiores a las de las lebac, cuyo costo (llamado “cuasifiscal”) para el BCRA asciende a casi $ 1200 millones anuales. Lo lógico es que, sobrándoles liquidez, le cancelaran los redescuentos, pero los bancos no quieren hacerlo con pesos sino con Boden, a lo que el Central se niega. En definitiva, todos juegan a no hacer olas. Restar es más negocio que sumar.
El Gobierno, curiosamente, juega a lo mismo. Mientras la violenta redistribución regresiva del ingreso lo concentró en menos manos, aumentando marcadamente la tasa de ahorro (ya se sabe que los que ahorran en cantidad son los ricos), la recaudación impositiva declinó en términos del PBI nominal en pesos durante 2002. Es decir, que éste aumentó más que aquélla, lógico resultado de un régimen impositivo enfocado mucho más a gravar el consumo que el ingreso. Ni siquiera con las retenciones y el impuesto al cheque se logró sostener la recaudación en términos relativos. Esto le resta al Estado recursos para financiar políticas sociales que reparen los daños del descalabro económico.
En realidad, las cuentas del sector público, sostenidas por la licuación de los sueldos, ocultan hasta ahora el gigantesco impacto de las compensaciones al sistema bancario por la pesificación asimétrica y otras decisiones respecto de deudas y créditos. Esos números, escondidos “debajo de la línea”, le caerán encima al próximo gobierno, junto con deuda como la que se está acumulando sin pagar a los organismos multilaterales y que el inminente miniacuerdo con el FMI sólo postergará. En esas condiciones, los sucesores de Eduardo Duhalde y Roberto Lavagna deberán sentarse a negociar de inmediato con el Fondo un nuevo acuerdo, enfrentando la exigencia de un gran superávit fiscal primario como garantía de repago de la deuda externa. Es mejor que los candidatos lo vayan pensando.

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